Por Abril Flores.
¿Qué tanto del otro hay en uno mismo? Y, ¿qué tanto de uno mismo hay en el otro? ¿Al elegir amistades somos, en cierta parte, egoístas?
Si detallamos la habitual forma de interacción humana, suele ser: uno se encuentra en un lugar realizando una actividad y se cruza a alguien que, por coincidencias de la vida, entablan una conversación. Luego surge una etapa crucial en esa interacción, hay algo en él o ella que te genera ganas de continuar esa conversación o finalizarla; algo mínimo que en el momento no se puede dilucidar el qué, pero te captó la suficiente atención como para atraparte en el momento. El siguiente paso es decidir si se quiere continuar viendo a esa persona o no. Pero ¿bajo qué criterios hacemos estas elecciones inconscientes?
Esa respuesta no la tengo, la psicología es una ciencia de la cual todavía no adquirí el arte. Pero sí puedo afirmar que tengo experiencia en observar mi alrededor, y veo cosas en la vida diaria que tienden a ser recurrentes en la generalidad de personas. Por ejemplo, seguramente todos ustedes hayan iniciado una amistad porque alguien tiene gustos similares a los suyos. Sino, también están esas personas que nos llamaron la atención por su tan peculiar sentido del humor, que de alguna manera coincidía con el nuestro. También puedo mencionar ⎯a mi pesar⎯, que muchos habrán querido entablar una conversación con una persona que les resultaba físicamente atractiva, con intenciones muy claras, pero que por circunstancias que nos exceden, terminaron siendo amigos ⎯o no, pero ustedes lo intentaron⎯.
Por otro lado, puedo ver esto en la forma en que se terminan estas relaciones. ¿A quién no le pasó de perder una amistad o, al menos dudar de su fuerza, cuando el otro hacía cosas totalmente contrarias a nuestra moral o propias percepciones y gustos?; al menos a mí sí. El hecho de que haya una característica tan contraria a lo que es uno, que no te permita que la relación sea llevadera. De la misma forma en que desechaste esas posibles amistades con personas que conociste, pero nunca te interesaron lo suficiente para consolidar esa relación.
Uno se refleja en el otro, o uno ve su reflejo en el otro. Los otros ven de nosotros lo que ellos quieren ver de sí mismos, así como nosotros vemos de ellos lo que nosotros queremos ver de nosotros mismos. La forma en la que nos percibe el resto en realidad es un conjunto de cosas que nosotros reflejamos en ellos, no es la completitud de nuestro ser. Lo que Delfina ve de Belén es un mero fragmento de lo que Belén pudo dejar que Delfina vea de ella, pero no es Belén en su totalidad. Asimismo, lo que ve Delfina de Belén, no es lo mismo que puede ver Luciano de Belén, porque ella pudo mostrarle a él solo lo que él quiso ver de ella.
Entonces, considero que las relaciones que entablamos son en cierta parte egoístas, solo vemos de la gente lo que queremos ver, y lo que nos conviene ver. Vamos entablando o terminando relaciones de acuerdo con qué tan adecuado a nosotros son; en algunos casos, incluso según qué tan convenientes nos son.
El tema sería definir lo que para uno es el egoísmo y qué tan malo le parece. En mi caso, considero que un poco de egoísmo, de vez en cuando, es necesario y totalmente inevitable.
Abril Flores
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