Por Santi Castro Videla.
Con un solo paso abracé el abismo,
profundo, insondable, como el negro azul del mar.
No preví jamás la luz que me cegó
o los universos más allá del universo que conocí.
Fantásticos, filosóficos, estéticos, futboleros,
de la uva, la literatura, la libertad y el centeno.
Algo sí sabía: con poco, o nada, iba.
Encontré colores hasta entonces nunca vistos,
mundos de valles circulares y laderas de sentido.
Conocí la fe, la generosidad, la humildad y la hidalguía.
El Quijote, sin su Sancho, tecleó y dejó la vida,
pero los guardianes del tesoro sus puertas me abrieron.
Las damas de hierro cantaron entonces, inyectas de sabiduría,
mostrándome un camino que ojalá recorra un día.
Mucho me dieron: tiempo, si es acaso eso posible, un cuento,
el regalo inesperado de la intimidad vibrante, como un verso,
la música de un concepto inefable para mí.
Entonces la desesperación se desvaneció, o creció, o se convirtió,
se enterró en la fantasía, la duda y ese inesperado encuentro.
Encontré a Borges, sí.
¿Cuál de todos?
No era uno, tampoco el otro,
era tantos como amigos conocí.
Santi Castro Videla (41)
scv@bgcv.com.ar
