Señorita Norma

Por Ricardo Raspanti.

La señorita Silvina comenzó la oración de una manera diferente aquella mañana. Pedimos por el eterno descanso del papá de un compañero de un curso más grande, quizá de la secundaria.

Esa tarde, mientras repasábamos las tablas de multiplicar, le conté a mi abuela. «Antes los duelos eran diferentes. Podías estar uno, dos o diez años de negro, dependía de la importancia y cercanía del difunto. No salías al cine ni al teatro, no mirabas vidrieras, nada». 

A mí me pareció de lo más lógico. Mi abuela me miró extrañada: «Es que eres muy inteligente para tu edad». No olvido el brillo de sus ojos cuando me decía un halago. 

«Es muy inteligente para su edad, a veces no sé qué contestarle», se quejaba la seño Norma en la reunión de padres. 

Cerca del final de año empezamos la organización del acto. A tercer grado le tocó como tema la alegría. Me negué rotundamente a actuar. «A un compañero se le murió el papá hace unos meses y nosotros vamos a andar festejando la alegría». La seño Norma me miraba y no lo podía creer. «La vida sigue» fue su lacónica respuesta.

«Vas a actuar, es obligatorio», me dijo cuando el día del ensayó no llevé mi disfraz de payaso ¡«Claro que no! ¡Además mi abuela me dijo que a los siete ya soy grande para ir a Misa, no me voy a andar haciendo el papel del payaso a los 8»! La seño se resignó. Creo que prefirió ni insistir, porque mamá me hubiera hecho actuar de dos chirlos y no fue así.

Poquito tiempo después de la muerte de mi viejo me la crucé en la peatonal San Martín. Me sonrió mientras buscaba en más de veinte años de recuerdos mi nombre. No alcanzó a decir nada que la interrumpí: ¡«Seño Norma, seño Norma, tenía razón! ¡Sólo le faltó decirme cómo»!

Ricardo Raspanti