Por Juan José Galeano.
Cuento aquí una anécdota que hoy termina, pero que comenzó en enero de este año, camino a Cachi, cuando en nuestro auto se golpeó y lastimó feo la guitarra de mi cuñado Oscar, una auténtica “Antigua Casa Núñez”, con muchos años encima. Se descabezó su clavijero, literal. La sensación de ese momento fue horrible. Sin palabras.
Hice averiguaciones para arreglar la guitarra en Salta, pero como justo viajaba de regreso a Buenos Aires únicamente con Celina y suficiente lugar en el auto, decidí traerla y llevarla a reparar en Antigua Casa Núñez, su primer hogar, en la calle Sarmiento 1573. Me parecía bueno ponerla en manos de quienes la vieron nacer. Allí la dejé, el 2 de febrero por la tarde, con la advertencia de Jorge, el empleado que entonces me atendió, de que debía tener paciencia: “Tiempo de reparación: tres o cuatro meses”, estampó en la orden. Me pareció mucho.
En los últimos treinta días llamé dos veces para preguntar si ya estaba, sin suerte. Hasta hoy a media mañana, cuando recibí un llamado al teléfono. “Soy Diego, de Antigua Casa Núñez. Está lista la reparación de la guitarra que nos dejó, la puede pasar a retirar”. “Voy esta tarde”, le dije. Y Diego agregó: “Sí, mejor”.
Cerca de las cuatro hice una pausa en el trabajo y en un rato estuve allí. Confieso que siempre me gustó ir a ese lugar. Me recuerda cuando era chico y fui por primera vez, con mis papás, para reparar una guitarra más pequeña, de la misma Casa, que mi prima Cecilia nos había prestado para que aprenda a tocar, cuando no alcanzaba aún los diez años. A esa guitarra le siguió otra, del mismo sello, que compramos en Santa Rosa. Después, de grande, volví cada tanto, varias veces.
Diego estaba detrás del mostrador. Me dijo que me estaba esperando. Conversamos un minuto como introducción. Luego fue para el fondo del local, de donde trajo la guitarra envuelta en su funda, la misma con la que la había dejado. La desfundó y me mostró el arreglo. “Ves acá. Se le hizo un empastillado. Y se le respetó el cubrecabezal. Ya está lista para usar”. Según sus cálculos, me dijo, esa guitarra tenía alrededor de setenta años.
Miré unos segundos el arreglo, de un lado y del otro, y le agradecí el trabajo. Pasaron unos pocos segundos más y Diego, mirando el instrumento, agregó: “Esta es la última guitarra que repara Antigua Casa Núñez”. Dejó pasar un segundo y retomó la palabra: “La Casa cierra definitivamente el próximo martes y ya no se toma ningún arreglo más”. Hubo un silencio. No podría decir cuánto de largo. Antigua Casa Núñez funcionaba, con distintos dueños, desde 1870.
Allí termina la historia. A eso le siguieron solo algunos diálogos más. También, el pedido mío de si podíamos tomarnos una foto, juntos, en ese mostrador, y otra frente a la vitrina donde está expuesta la guitarra con que había tocado Carlos Gardel en 1905. Se sumó a la conversación otra empleada del local, Mercedes, que hacía cuarenta y cinco años que trabajaba allí. Para ambos, naturalmente, el martes próximo era su último día de trabajo. Me contaron anécdotas de las épocas de gloria de ese lugar.
Me hubiera quedado horas, pero tenía que seguir. Volví al Palacio de Tribunales caminando, con la guitarra de Oscar reparada, pero con mucho más que eso. Pensé en las vueltas de la vida y el destino. Y en la oportunidad que aquel percance desafortunado de pleno enero, camino a Cachi, me había dado de visitar, por última vez en la vida, quizás, esa emblemática fábrica de guitarras de esta ciudad capital, fundada en el tercer cuarto del siglo xix. Omnia in bonum (Rom. 8, 28).
Buenos Aires, 24 de abril de 2024.



Juan José Galeano
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