Sed Contra 39

Los principales defensores del lenguaje soez destacan su fuerza expresiva y su función de provocar, sobre todo en los ambientes donde este lenguaje no suele ser utilizado. También sostienen que es una manera de descargar la ira y otras tensiones. Otros, ya en el espectro relativista, consideran que no puede existir tal cosa como las buenas y las malas palabras.

Puedo comprender el argumento de la fuerza expresiva. Sin embargo, aquí hay un problema y es que las formas, en parte, existen para velar por el fondo, así como cuidamos el estado de la copa en la que serviremos un buen vino. De todas maneras, considerar que alguien pierde la razón por no cuidar el modo me resulta de un rigor excesivo. 

En cuanto a la descarga, ilustraré mi opinión con una anécdota. Manejaba un auto un hombre, de unos veintipocos, con su vehículo repleto de amigos de su edad. En eso, otro rodado hizo una mala maniobra y el conductor de nuestro automóvil, montado en cólera, bajó su vidrio totalmente desquiciado, y le gritó: ¡«PAVOTE»! con toda su furia, que era mucha. Los amigos, muertos de risa, no salían de su asombro, porque cualquier otro mortal en esa situación hubiese soltado una grosería de aquellas. Pero claro, este hombre no estaba acostumbrado a usar palabrotas y con ese «pavote» le alcanzó para soltar su rabia.

Con relación al relativismo, diré que en esta revista sostenemos que existen lo verdadero, lo bueno y lo bello. No nos da lo mismo Shakespeare y Cervantes que el lenguaje que se usa en la cancha. Es con relación a este último punto, querido lector, que quiero invitarlo a no utilizar este tipo de palabras. Cuando uno usa malas palabras, en general, empobrece su léxico, porque se acostumbra a usar siempre las mismas dicciones, en lugar de sumergirse en la riqueza del español. Pierde la capacidad de buscar sinónimos y, con ella, la precisión lingüística. Si la hemos perdido, a recuperarla; si la hemos cuidado, a mantenerla.