Crónica de la sencillez

Por Nazareno Naso.

El jueves 7 de noviembre me dispuse a vivir como cualquier otro día, pero permitiendo que la sencillez de los momentos me sorprenda.

Mis planes para ese día, después del trabajo, eran claros. A las 18 horas había quedado en encontrarme con el padre Carlos, luego iría a comer al “indio” y volvería contento a mi casa con el perfume del curry impregnado. Solo tenía que hacer una parada técnica en la chocolatería Rapa Nui, le había prometido a una amiga que esa semana le llevaría una tableta de chocolate amargo con pistacho y sal marina.

Todos esos planes fueron modificados, como todo en la vida, mientras más planificación, mejor. Pero mientras más desorden más sorpresa, en muchos casos una grata sorpresa.

Mi encuentro con el padre Carlos fue a las 18:30, y si bien fueron 15 minutos, fueron lo suficiente para dejarme con la sensación de que las cosas que estaban saliendo mal podían comenzar a salir bien.

Para las 18:45 emprendí camino hacia el restaurant hindú o indio, discusión al margen, pero sus puertas cerradas me decían que hasta las 19:30 no había posibilidades de comer nada, salvo el tiempo de la espera. No estaba dispuesto a esperar hasta las 19:30 sin hacer nada. Era momento de ir a Rapa Nui.

En el camino por la 9 de Julio sucedieron hechos intranscendentes, el más destacado de esos hechos sin dudas fue el de una señora discutiendo con un hombre que llevaba a su perro suelto. Las palabras de ese hombre me parecieron un síntoma de época: “Señora, no me grite, el perro es manso…”. El hombre me busca con la mirada, queriendo encontrar en mí complicidad: “qué mal está la gente”.  Solo atiné a sonreír. Es cierto que su perro se veía extremadamente manso como para hacer un escándalo de tal magnitud.

Una vez llegado a la chocolatería frente a la plaza San Martin, compré la tableta y un café con leche, simplemente lo que buscaba era sentarme en la calle y ver a la gente pasar con el Kavanagh de fondo.

Edificio Kavanagh: el primer rascacielos de Sudamérica, de estilo racionalista y art decó.

No voy a mentir, en todos estos años era la primera vez que tenía posibilidades certeras de pasar por la puerta del Edificio y ver el “Huevo”, la famosa escultura de Federico Manuel Peralta Ramos, que la realizó en 1965 y la bautizó como: “Nosotros afuera”.

Ya siendo las 19:30 y pasando por la puerta del Kavanagh me quedé viendo a un joven de unos veitipico en situación de calle. El joven levanta la mirada que se encuentra con la mía y me saluda. Atino a preguntarle si necesita dinero, y su respuesta fue: “necesito plata y afecto, mucho afecto”. Le doy un billete de $1000 y luego me pregunta si no tenía más que eso para darle, ante mi respuesta negativa igualmente me agradeció enérgicamente.

Tras sacar unas fotos al huevo gigante de cemento con el edificio de fondo recordé que ese día tocaba una de mis bandas favoritas en la actualidad, Fonso y las paritarias. El anuncio del show era para las 20 hs en un bar de Retiro sobre la calle Marcelo T. De Alvear, a solo 3 cuadras de donde estaba en ese momento.

19:45 llego al Bar, solo se encontraba la banda en la puerta, esperando para hacer la prueba de sonido… y yo pensando que comenzaría el show. Más allá de la entrada del Bar, en el fondo en la barra me llama alguien. Era mi amiga Barbi, la novia de mi amigo Flavio. Qué grato placer fue encontrarla, pura casualidad, ella había decidido ir después de su trabajo sin mucha planificación, yo sin embargo para hacer tiempo a que abra el restaurant indio.

Con Barbi nos dimos una charla de casi 2 hs esperando que la banda comenzara con su gratificante show. La charla fue justa y necesaria en todos sus aspectos. A todo esto, Flavio se encontraba en Ramos Mejía jugando un partido de Basquet para su club, Estudiantil Porteño.

A las 22:15 comenzó el show de Fonso, no puedo agregar más nada, simplemente impecable, cada uno de sus miembros se lució en un espectáculo sumamente íntimo en el cual cada músico se encontraba casi que apropósito entre las personas que los estaban viendo y cantando sus canciones.

Para las 23:30 Barbi me anuncia que Flavio ya se encontraba arriba de un UBER con destino a Retiro. Ambos nos alegramos mucho con la noticia.

Para cuando llegó Flavio a las 12, la banda había comenzado a hacer sonar sus mejores canciones dentro del bar. Y la duración del show fue tal, que a cada: “bueno, esta es la última” le seguía un grito casi aniñado de: “una más”, que se extendió hasta la 1:30 de la madrugada.

Ya finalizado el show, nos encontramos Barbi, Flavio y yo en la vereda de la calle Marcelo T. De Alvear observando al Kavanagh y a la Basílica del Santísimo Sacramento brillando en perfecta comunicación estética y estática, aunque en lo personal la Basílica se lleva toda la superioridad artística frente a una noche de cielo despejado.

Por ese momento, ya sentía que era hora de emprender mi camino hacia el estacionamiento donde dejo habitualmente mi auto, el “Armenian Parking” de la Avenida Callao, sin necesidad de googlear las distancias diré que eran más o menos unas 25 cuadras, excelente para hacer a las 2 de la mañana.

Flavio y Barbi obviamente se ofrecen a acompañarme para luego ellos tomar un taxi en la Avenida.

Caminando esas cuadras hubo dos hechos que vale la pena mencionar. El primero fue el corte de luz de las últimas 5 cuadras de Marcelo T. hacia Callao. El otro hecho fue escuchar ruido de bombos y cánticos a esa hora de la noche ya cruzando la Avenida. Nos acercamos a ver que sucedía (un patrullero cortaba la calle) y lo que vimos fue a jóvenes entusiastas. Estaban aguardando por las elecciones del Centro de Estudiantes del Colegio Pellegrini a la mañana siguiente, y por eso la vigilia y la algarabía del momento. Supongo que la juventud.

Hasta aquí, ya siendo las 2:30 y habiendo llegado al estacionamiento nada me hacía dudar en llevar a mis amigos hacia su casa en Parque Patricios, por suerte ellos accedieron a que los lleve y no detuvieron ningún taxi.

Siendo casi las 3, ya llegando a la casa de Flavio y Barbi, a los tres nos surgía la pregunta de si habría algún local de comidas abierto. Ninguno de los tres había cenado absolutamente nada, recordaba con nostalgia las posibilidades de ir a comer al restaurant indio el curry con pollo. Y en ese momento, casi de manera mágica, a una cuadra del Archivo General de la Nación y frente al penal abandonado de Caseros se veía una rotisería abierta. Casi que de forma automática detengo el auto para que Flavio y Barbi se encarguen de hacer las compras, lo que sea que tengan de comida a esa hora iba a servirnos.

Al minuto Flavio me manda uno de los dos mensajes más importantes de esa noche: “vení a ver esto”. Bajé del auto y me dirigí hacia la rotisería, lo primero que noté es que esa rotisería funcionaba de restaurant a esa hora de la madrugada. Todas las mesas ocupadas por distintos comensales, pero lo más importante no fue eso, sino una escena de realismo mágico de corte Borgeano: en una de las mesas había una apasionante partida de truco entre dos policías de la ciudad y dos hombres entrados en sus setentas. Ver ese juego me impregnó de emoción, simplemente por romantizar de más algunas cosas a altas horas de la noche un día de semana.

Para las 3:30 am ya habiendo dejado a mis amigos en su casa y habiendo llegado a la mía, con cuatro empanadas comidas en tiempo récord, me llega el segundo mensaje más importante de esa noche: “nochón primi”.

Llamarse de primos entre amigos es para unos pocos, y nuevamente reflexiono en la felicidad que genera la sencillez.

Nazareno Naso (29)
Abogado
nazarenonaso@gmail.com