Las bocinas: qué insoportables sonaban


Por Nazareno Naso.

Pues bien, un lunes más antes de ir a trabajar, mi obsesión por amanecer lejos de cualquier dispositivo electrónico me lleva a acciones de distinta índole, digamos: me despierto y salgo a caminar, como acostumbro a hacer media hora antes de salir al trabajo o, como actividad nueva, me pongo a leer algún libro olvidado. En otoño, a los albores invernales, caminar por la mañana, es cosa seria. Es por eso que decidí cambiar mi rutina de caminata diaria por lectura de libros; tan solo unas páginas. 

Qué leería esa gélida mañana era la nueva duda: mis libros de arte, o de filosofía, tal vez de literatura… aunque prefería los primeros, tan solo para llevarme algún concepto en pocas páginas y seguir con mi día. El suceso solo era necesario para evitar el celular, tan solo un rato antes de que comenzara la jornada laboral. 

Es así que, entre arte y filosofía, en mis lecturas pendientes estaba la mezcla de ambos: el coloquio décimo de La República de Platón, una edición de 1886 que debo haber comprado en algún remate o en algún loteo de libros usados (aunque este no parece usado más que por el paso del tiempo). Allí estaba el diálogo entre Sócrates y Glaucón sobre qué es el arte.

Para explicar el arte, Sócrates habla de la cama como objeto, y habla de sus tres especies: una, que está en la naturaleza y su hacedor es Dios; la segunda especie, la física hecha por un carpintero; y la tercera, aquella que es una reproducción o imitación hecha por un pintor.

De repente se encendió una luz en mí. Algo empezó a quemarme la cabeza de manera inmediata e inmanente; sí, fue como si una idea que existía en mí se iluminó, y es que rápidamente recordé una obra trascendental en lo que se conoce como arte conceptual: One and Three Chairs de Joseph Kosuth.

Kosuth fue un artista estadounidense trascendental en lo que se conoce como arte conceptual, que presentó esta obra en 1965 en el MoMA de Nueva York. Una obra que al día de hoy no entiendo si logra cautivarme o si simplemente me parece ridícula, o me cautiva lo ridículo. 

One and Three Chairs consiste en una instalación en la que se encuentran una definición de diccionario impresa de qué es una silla, una silla real de madera (imaginémosla hecha por un carpintero) y una fotografía de una silla. Y he aquí mi descubrimiento: Kosuth representó la obra de Platón.

En fin, pude relacionar ambas obras; y era claro. El planteo era perfecto: MoMA, Kosuth y Platón, Sócrates, 2400 años unidos, y fui yo quien descubrió esta originalidad. 

Mi inconsciente comenzaba a tener trances cada vez más profundos, mi vida ya no era como la conocía hasta ese momento. Y es que ahora haría conferencias por el mundo, debería prepararlas, cuando publique esto, todo el mundo del arte me aclamará. En principio me llamarían del MoMA, debería practicar más mi inglés; pero bueno, no es algo que no pueda llevar adelante. Aprovecharía ese viaje pago a Nueva York para visitar la Neue Gallerie y ver el Retrato de Adele Bloch-Bauer I de Klimt. 

Pero después, en el resto del mundo, ¿de dónde me llamarían? Imagino que el Prado no lo hará, pero me conformo con el Reina Sofía; luego de la conferencia partiría al Prado, después de las 18 h su entrada es gratuita. 

Muy bien. En la Argentina iría seguramente al MALBA, pero haría todos los esfuerzos por ir al Bellas Artes. ¿Y los demás museos y galerías del resto del mundo? Debería comenzar a aprender francés. Mañana busco algún profesor originario de forma online. ¿Alemán? No tengo tiempo. Será con un traductor que exigiré que contraten a su costo las instituciones que quieran tenerme.

No lo puedo creer. Estoy convencido de que la originalidad de mi descubrimiento es casi tan importante como el descubrimiento de la penicilina.  Pero en este instante no debo perder tiempo ni hablar con nadie de esto. Esta idea es mía, y es la que me llevará a recorrer museos y cocktails por el mundo. Me reiré de algunas ironías, me sentaré más del lado de la filosofía griega clásica que del arte conceptual, pero seremos al fin todos amigos. 

Todo este pensamiento me obsesionó largo y tendido durante todo el lunes. Mientras manejaba camino a mi trabajo veía a esa gente en el medio del embotellamiento como pobres tipos, y sí; pobres tipos… no saben la idea que se me ocurrió a mí para no vivir nunca más como ellos. De repente las bocinas me sonaban a trompetas de alguna sinfonía de Mahler a la que me invitaría a escuchar el director de algún museo. 

Mi día transcurrió entre la felicidad y la ilusión. Qué frágil la ilusión.

Pero, como siempre, entre la ilusión y su derrumbe solo hay milésimas de segundo de diferencia. 

Últimas horas de la tarde. Luego de la mejor jornada laboral del año, decidí darme un momento para buscar en Google información de lo que sería el paper más revolucionario en el mundo del arte, al menos del último siglo tal vez. 

Ok, vamos a poner en el buscador: La República de Platón One and Three Chairs Joseph Kosuth.

De repente, la caída del castillo de naipes más ruidosa de la historia.

Pobre tipo yo. Imaginen la cantidad de papers que existen respecto al tema que hasta Wikipedia habla de la relación entre Platón y la obra conceptual. 

Qué lejos quedaron mis conferencias, qué lejos quedó el MoMA, ir al Prado… solo una ilusión. ¿Qué director de museo me invitaría a escuchar una sinfonía de Mahler? 

La vuelta a casa que me esperaba: solo otro buen hombre que estaba dentro de su auto en un embotellamiento. Las bocinas: qué insoportables sonaban.