Por Nazareno Naso.
Estimado: todo se cubrió de polvo, los cuadros, la mesa, las sillas, el piano.
Esto que te escribo no es para que te preocupes, no sé bien de que se trata, si es que la caída de algún edificio enyesado produjo esta catástrofe. Pero todo estaba cubierto por el polvo.
Vos me dirás seguramente que pase el plumero, o una aspiradora, o un escobillón de esos gigantes que se utilizan en los shoppings.
Pues me antepongo a tu sugerencia, todo es polvo ahora mismo, nuevamente mientras te escribo esta carta. Es que ya pasé todo lo que podía pasar: aspiradora, elementos de limpieza, trapos húmedos, trapos secos, baldes de agua, el polvo se va, pero vuelve a aparecer.
Hay momentos en los que sí, parece que encuentro la solución al problema, que vuelve todo a relucir, algunos días al menos. Todo comienza a relucir, a estar brillante nuevamente. Los libros respiran, la pantalla del televisor refleja el contenido y no partículas grises.
Pero nuevamente en mi casa todo está cubierto de polvo.
Ahora bien a algunos vecinos les pasa lo mismo, otros no quieren tocar el tema, y otros ni siquiera se sienten aludidos. Debe ser un sometimiento que debemos padecer todos, pero unos pocos nos hacemos cargo de ello. El motivo lo desconozco. Ya te he dicho, tal vez algún edificio que cayó por ahí, una construcción que se hizo más allá. El barrio no discrimina entre demoliciones y construcciones. Se levantan los edificios más rápido de lo que se demuelen las casas que albergaban una familia a la vez.
Podés creerlo, hoy quise tocar unos acordes al piano y me quedaron los dedos blancos, o grises.
Todos los días trato de escribir. Pero me resulta insoportable hacerlo con un teclado que las teclas se traban del polvo acumulado bajo ellas, y con la pantalla de la computadora cubierta de esta espesa capa.
Ahora si te preguntas como es vivir con esto, y si afecta a mi salud. Hay días en los que dormir resulta imposible, imaginate respirar en un ambiente así, me las ingenio igualmente, compré ventiladores y aunque sea un rato el ambiente se airea. La rinitis a flor de piel, me conocés.
Me baño cuando despierto y antes de ir a dormir, por momentos pienso que el polvo puede servir de mascarilla para mi piel. Por otro lado, las plantas crecen sin cesar. Y sabés muy bien que animales no tengo, siempre quise un gato, pero me da miedo que me arañe los cuadros.
Por momentos imagino que me transformo en una antigua frazada, una de esas que cuando las sacudís no tengan olor a polvo, y tampoco tengan olor a humedad. Pero esa frazada me alejaría por un momento del mundo de afuera de la cama, del mundo fuera de la cama.
Hablé con un biólogo hace unas semanas, me explicó que si el polvo se acumula en montañas en la casa puede significar una cosa, pero que si el polvo está esparcido de manera uniforme en una capa es otra. No quise indagar más, todo esto para mí es un sinsentido.
Sabrás muy bien que en el colectivo imaginario hablar de algo que va y vuelve constantemente genera falta de certeza, vivir así es una incertidumbre que recorre las venas del cuerpo y afloran miedos que experimento mientras te escribo esta carta.
Cada vez cae más y más polvo, y escribir estas palabras se hace más difícil. Por eso solo te aclaro algo: no te preocupes, esto es solo una casa en la que vivo, al salir a la calle, allí increíblemente no vuela ni una partícula de polvo. Lo interesante es que si miro a todas las personas a la cara, parecería que en sus casas les pasa lo mismo que a mí.
Nazareno Naso
Abogado
nazarenonaso@gmail.com
