Por Carlos Ortegui y Roberto Mahmud Gettor.
Lo conocí joven, vivo y audaz. Era un fresco y apasionado estudiante de primer año, allá en el recóndito año 2004, donde fauna tal como Legarres, Lopretes, De Reinas, Contes, Grands, deambulaban libremente por los pasillos del 2º piso, en su generoso afán de formar en la excelencia a un nuevo año. En esa oportunidad lo conocí. No se si por razones de soberbia u honestidad, puedo sostener ciertamente que yo, Carlos Ortegui, fui el único en conocer en la intimidad a Roberto Mahmud Gettor, apodado “El Extranjero”. Tras un encuentro furtivo —en el cual participé, amén de un mediocre interés de mi parte— con Nuestro Director, quien le comentó hacia noviembre de 2005 el planteo de crear una revista digital (de nombre hasta entonces desconocido) el joven demostró un interés espartano en participar desinteresadamente en tan venturosa empresa.
Recuerdo que fue él, Roberto, quien propuso la idea de armar un sitio web, frente a la idea de hacer un blog; e incluso, si no me falla la memoria ni las pastillas que me mantienen cuerdo, fue él quien instó a llamar a la Revista “Sed Contra”. (Recuérdese que si no fuese por él, el emprendimiento posiblemente se llamaría “Finnísimo” u otra construcción bizarra.) Más allá de dicho padrinazgo, y la gracia —y bien merecida crítica y repudio— que generaron sus artículos, su razón se fue deteriorando paulatinamente, recluyéndose en la seguridad de su propio hogar, libre de toda relación con el exterior. A pesar de ello, me pidió, hacia el lanzamiento del número de septiembre, que lo ayudara, a modo de coautor, para dotar de un mayor estilo a sus creaciones. Así, fijamos breves reuniones en su casa para charlar sobre cómo encaminar éste y otros proyectos que tenía planificados. En ese momento, descubrí uno de mis mayores miedos: su salud mental estaba deteriorada a punto tal que la primera pregunta que reiteraba y reiteraba a los efectos de esta edición de “Secretos en la Austral” sería “¿Por qué el verde trigo que revolotea por la cafetería no lo saluda a Ángel cuando entra a la universidad?”. Era cierto. El abuso de sustancias y Red Bull —junto con otros problemas— lo habían vencido ya. Recuerdo otra de nuestras reuniones en las que me costaba anotar en mi cuaderno las ideas que Mahmud Gettor iba lanzando, palabras incomprensibles que resonaban en mis tímpanos como si fueran silenciadas en el acto por su condición.
En la última de nuestras reuniones, ya en mi casa, tras un breve instante de razón, logramos tener el artículo hecho. No obstante, no todo estaba bien: de cien preguntas, solo logré rescatar nueve que lograran su efecto. Lo recuerdo como si fuera hoy: se sentaba con las piernas cruzadas y la mirada perdida, mientras la pantalla de la computadora iluminaba su rostro inexpresivo, gritando “conejo, conejo, cunniculum, conejo”, riéndose. Algo le molestaba: no era el mismo que hace tres o cuatro meses atrás. Su mirada perdida e infantil me inquietaba, a la vez que temía que la persona que una vez fue no volviera jamás.
Lo despedí, me dijo que se iba a su casa. Esa sería —sin saberlo—la última vez que escribiría para Sed Contra y, más importante, la última vez que nos veríamos. Cruzada la calle que comunicaba su casa con la mía, encontró su destino: un gran camión Scania, manejado por un obeso conductor ebrio —que aún no recuerda lo que ocurrió— lo pintó al piso. La profecía se había cumplido.
En honor a nuestro finado ‘extranjero’, decidí publicar, en esta última edición de su columna, una selección de sus preguntas rescatables —esperando que nuestro femíneo Conejo Redactor y El Director, Santi “Lumen Rationis” Legarre no me lo censuren… háganlo una vez más, por el amor a nuestro gran amigo:
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¿Quién fue el gordo idiota que me llevó puesto? ¿Cuándo voy a dejar de acordarme de su hermana, madre, abuela y congéneres varios?
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¿A qué se debe la obsesión de la cátedra de Derecho Administrativo con “el Jefe, que todo lo puede”?
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¿Volverá alguna vez el bar del primer piso? (Fer, por favor renegociá la concesión.)
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¿Lo dejarán entrar a la Austral a Melchiori si se afeita el candado?
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¿Por qué la sala de profesores se llama Sala de Profesores? (cuando de verdad es un aguantadero para los de Tercero, y obligada sala de repaso —y espera— antes de los finales)
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¿Qué fue el Austral Rock? ¿Por qué no toqué? ¿Por qué no tocó nadie que yo conozca?
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¿Los esclavos, al final, son personas? ¿Kelsen es persona o una cosa?
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¿Alguien le dio el pésame a Juanfra por la muerte de Milton Friedman?
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¿Por qué el Derecho Laboral es tan peronista, y el Derecho Internacional es un verso?
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¿Si la ley del embudo es cierta, fundamos el club de los Capos? (Ya somos varios los postulados para integrar la comisión directiva.)
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¿Por qué volvieron los pizarrones negros? ¿Será acaso por mi crítica de que los marcadores nunca tienen tinta? ¿O para que el profesor arroje las tizas en calidad de proyectiles a un inadvertido alumno que se ha quedado dormido?
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¿Por qué tanta marcha, tanto activismo de compañeras nuestras por “Elegir la vida”, y penar el aborto cuando los abortistas (y quienes los defienden) ya están condenados y arderán por la eternidad (con una buena pena de daño y sentido que se van a comer)?
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¿Cómo hacen Lili, Anita, Carlos y María para bancarnos tanto y todavía atender nuestros ridículos pedidos? (Les recuerdo que no tengo hermana, por las dudas.)
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¿Existe el Centro de Estudiantes, o está proscripto?
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¿Cuál es el sentido de que haya ‘documentos’ en la biblioteca que no pueden ser consultados ni fotocopiados? ¿Qué hay en ellos? ¿Por qué las bibliotecarias se inquietan cuando los pedimos?
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¿Quién, y por qué desvincularon a Derecho Comercial del programa?
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¿Cómo hago para saber bien el Art. 8 y los actos objetivos de comercio ahora? ¿Cómo le caeré bien a Gómez (10) Leo y a Ragazzi sin dichos conocimientos?
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¿Volveré? (Ah, cierto, me acaba de trompear un camión de trescientas toneladas…)
Hasta Siempre.
Carlos Ortegui y Roberto Mahmud Gettor
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32 y 20 años
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Uno, romántico, poeta, beodo, genio. El otro, estudiante de derecho.
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