No soy lo que estudié

Por Estefanía Servian.

“¿Y vos qué sos?”, nos preguntan en reuniones, cuando conoces a alguien en cualquier ámbito. A la gente le gusta saber. Desde que somos niños es común que nos pregunten: “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, como si la respuesta fuera fácil. También, claro, te preguntan qué querés estudiar, pero, sobre todo, la pregunta está dirigida al ser. Y se repite incesantemente el último año del colegio, agregándose el “¿dónde?” vas a estudiar, entendiendo que deberías tener clarísimo la carrera que vas a seguir.

Me acuerdo de que ni bien terminamos el colegio, cuando íbamos a algún lugar con mis amigas, la primera pregunta que nos hacían era esa: “¿Qué estudias?” Y también me acuerdo ahora de que las respuestas a “¿por qué decidiste estudiar esta carrera?” eran insólitas: uno contestó que desde su tatarabuelo hasta su padre habían estudiado lo mismo. Y el chico que lo dijo, aunque no estuviese diciendo nada de porqué él la hubiese elegido, estaba chocho. O que los amos de la intuición, padres de compañeros que sentenciaban: “este será un brillante doctor” y la persona en cuestión, finalmente, no pasó de dos meses de universidad, faltando casi todos los días.

Hace mucho tiempo que me pasa que siento que somos más que lo que estudiamos. Que directamente lo que somos no tiene nada que ver con eso; que no es por ahí.

Cuando era chica, cada vez que me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, jamás dudaba. Siempre contestaba lo mismo, aunque me quisieran disuadir o incluso cuando me mostraban otras carreras que entendían más afines a mis gustos. Y no. Porque incluso aunque te orienten, tenés que equivocarte por vos mismo. Nada se pierde, todo sirve. Estuvimos un año con mi prima más grande leyendo la Guía del Estudiante porque ella no tenía ni la más remota idea de qué estudiar. Que creas saber lo que te interesa a los catorce años no te asegura que te guste a los veinticinco. Ni a los cuarenta. Quizás lo descubrís a los setenta y te convertís en la persona más feliz del mundo. Mi abuela siempre decía que, si hubiese nacido en esta época, ella hubiese sido una excelente política e interesada en Economía. Nosotros la hubiésemos votado.

Considero que la vida es muy larga para dedicarte a una profesión que no te gusta. Porque lo que estudiaste por supuesto que no define lo que sos, pero a lo que te dedicas te ocupa tiempo de vida, y cada uno sabrá la vida que quiere tener.

Hace un tiempo, en una reunión me pidieron que cuente lo que hacía en mi tiempo libre y recuerdo que, al final, dije: “bueno, esa es mi otra vida”, y me reí. Me sonreí bastante por la reflexión y caí en la cuenta de que algo de cierto había. Que podés tener una vida relacionada con tu trabajo y que, después, en tus ratos libres, te puede gustar desarrollar el tiempo con actividades completamente distintas, como navegar, practicar algún deporte, la música o la lectura. Y que eso no es para nada incompatible.

“Ya sé lo que voy a hacer cuando sea mayor”, dice una niña toda esperanzada en una de las películas pochocleras de Netflix que, cada tanto tiempo, vuelvo a ver. Lo dice con una seguridad… y en la escena siguiente esa misma persona, ya adulta, demuestra con su cara la ¿felicidad? de ser arquitecta. Y en otra escena están hablando de su personalidad, y vuelve a decir: “yo soy arquitecta”, con orgullo y siendo lo único seguro en su vida en ese momento.

Recuerdo que una revista de moda, en sus entrevistas de portada, preguntaba a los entrevistados sobre qué contestaban cuando, en los formularios de los aeropuertos, consultaban por “profesión”. Y la respuesta solía repetirse: indicaban “artista”. ¿Qué será ser un artista?, pensaba al leerlo. ¿Qué te define como “artista”? ¿Pintar bien, tener el don de saber tocar música? En su mayoría, esos entrevistados, eran músicos, modelos, actores… Pero qué ocurre con los normales, los que estudiamos carreras tradicionales, para los que la pregunta —y la respuesta— de ese formulario de aeropuerto no suenan como provocación. ¿Qué soy? ¿Qué me define?

Hay un mito detrás de algunas profesiones relacionado con cierta característica de las personas que la estudian: que el ingeniero es inteligente, pero más estructurado no puede ser; que el contador es ordenado y metódico; que el abogado ve una pelea en todo. Y uno, que pudo haber estudiado lo mismo, ve a un compañero armar un escándalo por un reclamo —escándalo que incluye hasta una llamada a la policía— y no se identifica para nada cuando se lo cuentan. Y, sobre todo, la gente se imagina cosas cuando uno dice lo que estudió: se imaginan tu vida, a qué hora te levantas, que seguro vas a Tribunales, si sos abogado; o vivís de guardia, si sos médico. Y hasta a dónde te gusta irte de vacaciones. No, señores. El mundo es muy grande y las profesiones más amplias. Hay abogados que son diplomáticos o periodistas (creo que el mejor periodista que conozco en realidad estudió abogacía), y médicos que se dedican a la estética y hace años que no pisan un hospital.

Hay estudios que requieren vocación, como la medicina; y otros, tiempo de estudio y sentarse un buen rato, como la abogacía, o tal vez también la filosofía. “Pero vos podés salvar vidas”, le decimos a una amiga médica que, más vocación no puede tener, pero llora porque hace días que no duerme. Y uno cae en la cuenta de que sí: que deberías tener vocación para estudiar medicina, que son muchos años; o también para ser docente y transmitir con pasión ese conocimiento de formar niños. Si lo pienso ahora, las materias que más me gustaron en el colegio fueron aquellas donde la profesora mostraba esa dedicación y amor, como Matemática. ¡Y vaya que me ha servido! Y que tal vez no necesites vocación para alguna carrera que parece más simple (sin indicar cuál para no ofender a nadie), pero que sí necesitas vocación para desarrollarla, o ganas para dedicarte a eso. Tema aparte es si te querés destacar en tu profesión o lo ves como un sustento de vida. ¿Cómo hará esa gente que vive como si la vida misma le diera lo mismo? Siempre lo he pensado.

Conozco a una chica que estudia el cerebro de las moscas y lo cuenta con tal emoción y pasión por lo que hace que creo que podría convencer, si quisiera, a quien la escuche de estudiar lo mismo y meterse de lleno al doctorado con ella. Le brillan los ojos, aunque quizás ni ella lo haya notado. ¿Será la profesión que eligió lo interesante o cómo la vive? Hay cualidades que desarrolla la persona que viene con la persona misma, con su vida, sus valores; que no se lo dio la universidad ni la profesión que desarrolla. Que podés seguir siendo vos, con tu empuje y tus ganas, aunque no sepas qué estudiar. ¿Qué somos?, es una inquietud bastante más compleja y cada uno verá como la responde, según en lo que crea.

Y aun así, descreyendo que las carreras elegidas podrían explicar características de las personas que las eligen; llega la cuenta en un restaurante y todos nos damos vuelta para que una de mis mejores amigas —contadora— revise el ticket, por las dudas. Lo mismo le pasa a mi hermana, cuando estamos con ella.

Lo cierto es que hay alumnos brillantes en primer año que se reciben once años después que el resto y desastres absolutos, con mayoría de dos, que se ganaron una beca y representan al país en el exterior. No somos lo que estudiamos ni podríamos serlo jamás. Somos lo que elegimos, incluidas las personas que tenemos cerca. Incluso esas personas que se ofuscan porque no se sabe bien de qué va la vida. Y quizás no lo sepamos casi nunca. De todos modos, a mí me sigue divirtiendo contestar lo que estudié, aunque consulten por “profesión”, en el formulario del aeropuerto porque, aunque uno no se sienta identificado, con esas cosas no estás diciendo nada. Y haber estudiado una carrera horrible tampoco es tan grave.

Estefanía Servian

Abogada

estefiservian@hotmail.com