Por Sofía Pellizzaro Arena.
Vino o postre. Otra vez la misma disyuntiva en la que se encontraba Martín antes de ir a la casa de sus padres. La mayoría de las veces llevaba vino; pero aquellos días en los que compraba la torta de frutillas y crema de la panadería de la vuelta de su departamento podía descansar unos minutos de las preguntas familiares, mientras disfrutaban de los sabores.
—¿Y para cuándo un nietito? –
—¿Quién quiere otra ronda?
—¡Yo!
—Yo también.
—Acá.
Vino y postre. De esa forma su madre abriría la puerta con los brazos abiertos y él podría encajarle ambos paquetes para disimular la ausencia. Es que hace unos pocos días se había separado de su novia y no había dado la noticia.
Vino y postre, más una valija. Tras la separación, Martín se estaba quedando en lo de su único amigo soltero, pero no podía soportar una noche más durmiendo en ese sillón mientras el gato le caminaba por la cara. Jamás se hubiese imaginado que a los 32 años pediría a sus padres quedarse unas noches (o unos meses) en su antigua habitación.
Uber o bondi. No dudó y se dirigió a la parada del 108. Sabía que a esa hora de la noche el colectivo iría vacío. Así que lo esperó y se sentó al fondo, al lado de la ventana, como lo hacía desde que tenía memoria.
Distraído por las luces de la ciudad y practicando mentalmente qué les diría a sus padres al llegar, miraba hacia la ventana cuando creyó escuchar una voz que lo llamaba.
—Martín… Martín…
Volteó y allí estaba Rocío. Su ex noviecita del colegio que, según había visto en Instagram, se había recibido hace un par de años con honores de la Universidad de Medicina. Usaba un ambo blanco, seguramente retornaba a su casa después de trabajar y aun así lucía hermosa.
Martín no sabía dónde meterse. No estaba preparado para que alguien lo vea en esa situación y mucho menos su primera ex.
—¡Rocío! ¿Cómo estás? Tanto tiempo… Por favor, sentate.
—Sí. Mucho tiempo. Contame de vos un poco. ¿A dónde te estas yendo con esa valija?
—¿Esto? Esto no, no. Larga historia en verdad… Es ropa que ya no uso, para donar. Mi vieja está juntando para llevar, viste, a esos hogares. Bueno, me puse a ver que podía darle y hoy, que voy a cenar con ellos, se la llevo.
—Ah, ¡qué bien! ¿Y tu novia? ¿Brenda se llamaba? Perdón, lo vi por las redes, que hace poco festejaron cuatro años juntos, con todos esos globitos. Muy tiernos.
—Sí, sí. Con Brenda todo excelente. La verdad que no me puedo quejar.
—¿Y vos? ¿Te acordás que siempre decías que querías irte a vivir afuera? Juraba que lo harías, estabas tan determinado…
—Sí… es verdad. Pero basta de mí. Contame un poco de vos.
Hablaron unos quince minutos más hasta que llegó la parada de Rocío. Martín se sintió aliviado de poder dejar de fingir, pero a la vez había disfrutado de la conversación: de charlar con alguien que lo conocía desde chico, que le recordara sus primeros sueños. Pero no era simplemente alguien…
No aguantó más y se bajó del colectivo. Corrió y alcanzó a Rocío. La besó y le dejó el vino.
Uber con la torta y la valija, y siguió su camino. Timbre. La madre lo recibió con los brazos abiertos tal como lo había predicho. Tras la señal de Martín, el auto aguardó mientras le entregaba la torta a su madre.
—Mamá, no me quedo a cenar. Me voy a Madrid.
Sofía Pellizzaro Arena
sofipelli@hotmail.com