Por Sofía M. Velasco Devoto.
Qué arte injustamente abandonado el de escribir cartas. Sí, sí, entiendo que en pudiendo oírse las voces en simultáneo; que con la capacidad incluso de verse sin importar si un océano los separa; que con la posibilidad de hablar con la madre que quedó en casa de la cantidad de huevos que se debe comprar mientras que se duda frente a la góndola del supermercado, por qué se elegiría un medio que tarda, con suerte, una semana en llegar. No soy necia, vamos, reconozco que son avances y privilegios que no se pueden desdeñar y que hay que aprovechar. Pero qué desgracia el dejar por eso de cultivar un género y una costumbre tan rica.
He hablado de un arte y de una injusticia. Por un lado, escribir cartas es un arte porque hay que condensar en el papel todo lo que se quiere contar de manera que resulte entretenido, de modo que lo refleje a uno, de forma tal que pueda transmitir lo que se quiere, lo que se es… Es un arte porque se conquista con el tiempo y a fuer de cultivarlo. Hay quien tiene un don y escribe cartas magníficas, como mi abuela. Hay quien, de tantas y tantas que escribió, lo fue puliendo y adquirió técnica impecable. Hay quien las hizo con descuido y perdió en el tintero la mayoría de sus palabras y su gracia… Por otro lado, abandonar la escritura de cartas es una injusticia porque se condena a la extinción a un género con reglas propias, con riquezas inigualables. Riquezas filológicas, riquezas narrativas, riquezas poéticas, riquezas históricas, geográficas, políticas, filosóficas, no lo sé, elijan del tesoro la que quieran.
¿Por qué habríamos de dejar morir el diálogo diferido que es una carta? Los que las han escrito y recibido, ¿no recuerdan la sensación al echarla al correo? ¿Y cuando veían venir al cartero o la encontraban en el buzón? Cierto que a veces traían malas nuevas, pero lo mismo pasa con una llamada en horario inoportuno: acaso, si el teléfono suena a las 3 de la mañana, ¿no atendemos con un asustado «¿qué pasó?» presagiando lo peor? Y leer una carta que alguien escribió especialmente para nosotros, alguien que durante un tiempo prolongado estuvo sentado no haciendo más que pensar en nosotros, en queriendo hacernos partícipes de aquello que nos contaban, ¿no es una sensación verdaderamente agradable? Y mientras se lee, reír como si se tuviera a la persona delante, llorar la pena amargada por la distancia, dejar escapar un comentario agudo, ir pensando cómo se responderá a esa conversación que la otra persona no recibirá en el momento, ¿no son verdaderos deleites?
Qué maravilla escribir cartas. Uno se vuelca, sin darse cuenta a veces, en esas líneas de tinta o grafito (sí, porque además pienso en la carta manuscrita). Tanto de sí deja en cada carta que la posteridad lee con admiración esa correspondencia y descubre al hombre: sus inquietudes, sus gustos, sus triunfos, sus derrotas, sus conquistas, sus alegrías, todo… No niego que, a veces, me da cierto reparo asomarme a la correspondencia de esos personajes ilustres; al fin y al cabo, eran sus cartas personales, las que escribieron a sus padres, a sus hijos, a su amada, a su secretario personal, a su mejor amigo. ¿Quién soy yo para estar hurgando en la intimidad de una persona? Y, sin embargo, cuánta poesía, cuánta sabiduría, cuánta información sobre una lengua, un país, una persona cabe en esas cartas que nos invitan a ser leídas… (No he resuelto esta paradoja aún, tal vez algún día llegue a leerlas sin escrúpulos o, por el contrario, jamás vuelva a posar mis ojos sobre alguna de ellas. Quién sabe).
Entonces, ¿por qué dejamos de escribir cartas? ¿Sólo porque hay medios de comunicación más veloces? ¡Pero si no es lo mismo! Volvamos a hacerlo, volvamos a cultivar este arte. Resucitemos una práctica maravillosa y no lo hagamos ni para la posteridad ni por mera nostalgia y sensiblería barata. No, no lo hagamos sino para nosotros, para los que nos quieren, para contarles todo lo que de otra manera nunca llegamos a decir; para mantener este género, este arte, vivo, como justamente se merece.
Sofía M. Velasco Devoto
sofiamvelasco@gmail.com
