Por Santiago Legarre.
A veces tengo la sensación de que me cuesta más ahora que antes llegar a mi meta de catorce novelas al año, divididas en distintos tamaños. Pero prefiero pensar que la meta es simbólica: si de lo que se trata es de leer mucho, sigo por el buen camino.
Comencé el año con lo que me había quedado en el tintero del Proust, volumen 2, y proseguí así la aventura lectoral más grande de mi vida: la lectura de En busca del tiempo perdido. El segundo de los siete volúmenes de La Recherche se llama, À l’ombre des jeunes filles en fleurs. Lo terminé, con placer y convicción, en Louisiana —muy apropiadamente: tierra francesa—. Me gustó más que el primer volumen, lo cual es mucho decir.
Terminé el año con el Proust, volumen 3 de En busca del tiempo perdido, titulado Le côté de Guermantes. Debo decir que me gustó menos que los dos anteriores, pero me dejó de todos modos con ganas de leer lo que sigue. Estefanía Servian, gran colaboradora de Sed Contra, es la fiel proveedora de cada volumen en francés: siempre llegan a mis manos, en bellas ediciones galas, cuando tienen que llegar. Una vez nos encontramos en un avión y allí me dijo “¡Tengo tu Proust en la valija!”.
En el medio de los Prousts, pasó de todo:
Por sugerencia de Joaquín, me compré, y devoré, en “Notre Deim”, The Corrections, de Jonathan Franzen: una rareza para mí, pues es un autor contemporáneo y bastante best-seller. Sí, lo devoré, pero como quien devora una hamburguesa bien hecha. “Spoiler” alert: tiene mil páginas.
Leí, además, otro Hardy, el más oscuro, Jude the Obscure. Es de una dureza casi insoportable, pero sobre ese telón de fondo se recortan una trama atrapante (“Hardy classic”) y un goteo de ideas profundas y sugerentes, sobre todo y sobre cualquier cosa. Hay tremenda versión fílmica, una de las primeras apariciones de Kate Winslet, justo antes de “Titanic”.
Igual, si de oscuridad se trata, todo amanece frente a Bomarzo, la novela de Manuel Mujica Lainez, un auténtico Masters 1000. Su prosa perfecta ya de por sí lo ubica a “Manucho” entre los grandes de los grandes. Su erudición infinita seguramente también suma (aunque agobia algo). Para leer este libro y no vomitar hay que tener un estómago de hierro. Lo tengo. Lo banco. Además, Bomarzo se vincula con la historia de mi familia en Cruz Chica (Córdoba). Y, luego de haber terminado la lectura, tuve la fortuna de visitar el verdadero Bomarzo, con su Parque de los Monstruos, en las afueras de Roma. Vale la pena.
También leí este año otro Forster, en Blackwells (mi librería en Oxford), al lado del balcón que da al Sheldonian Theatre, donde alguna vez, hace tiempo, me entregaron mi título oxoniense: Where Angels Fear to Tread, se llama esta obra. Me gustó muchísimo, como casi todos los Forsters. Ahora solo me queda el más… oscuro, según dicen… (Maurice). De Angels…, también hay una versión fílmica, excelente, con una joven Helen Mirren.
Fue el año del encuentro con un autor italiano, otro contemporáneo: Luca Doninelli. Lo encontré en dos de sus libros (uno larguísimo y otro corto). Y lo encontré en Palermo (del otro lado del charco), donde “debatimos” sobre el libro largo (Le cose semplici) (que leí en 2021) y sobre el corto (Tu credi che io dorma) (que leí en 2022). El primero me había fascinado. El segundo, ¡tanto menos!
En libros cortos y cosas “menores”, me comí en un par de aviones sin películas el clásico de Nathaniel Hawthorne, The Scarlet Letter, que me pareció osado para su época, entretenido y lleno de sentido. Y en el Lago di Como (sí, ya sé…) me leí otro Balzac, Eugenie Grandet. Sublime. Y acometí mi segundo Hemingway, que me gustó mucho más que el primero (The Old Man and the Sea, había sido): Across the River and into the Trees, una de sus primeras novelas, me pareció de una suavidad cautivante. Todo el trato entre los protagonistas está muy logrado, dixi. ¡Tremendo el asunto de la diferencia de edad entre ellos!
Algo más bien intermedio en tamaño, de calidad superlativa, fue mi incursión iniciática en la obra de Anthony Trollope, uno de los novelistas ingleses más famosos de todos los tiempos —contemporáneo de Dickens—, pero bastante ignorado en nuestros pagos. Me compré dos de sus libros en Blackwells, y arranqué con su más clásico, The Warden, que me encantó. Es un tratado sobre la conciencia (y una historia de amor, y tantas cosas más, como toda buena novela).
El año pasado les conté que había leído el nuevo libro de Javier Marías, Tomás Nevinson. Lamentablemente habrá sido el último, ya que el gran Javier murió (y ya he leído todas sus novelas). Lo extrañaré mucho.
Santiago Legarre (55)
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