Comedias románticas

Por Agustín Eugenio Acuña.

El año pasado escuché el podcast de un periodista que intentaba fomentar el diálogo y enterrar la grieta en la política (1). Sí, ya sé que esta es una revista de cultura, querido lector, y que la política muchas veces es lo contrario, pero no desespere, que no va por ahí la cosa. El formato del podcast intenta, mediante varias preguntas que se repiten capítulo a capítulo, tocar temas que acerquen al dúo de entrevistados de ocasión, que, en general, no pueden estar más en los antípodas. Un interrogante para humanizar y acercar a los personajes fue, para mí, el mayor acierto. ¿Cuál? Pues preguntarles por alguna actividad que les guste, algún hobby o lo que sea que, al mismo tiempo, les cueste contar, compartir, les dé “cosita”, por así decir. Si le causé curiosidad con esto, vaya y escúchelo, pues se va a llevar varias sorpresas.

Ahora metamos el gancho luego de semejante introducción en la que debe estar diciendo ¿Y la cultura dónde está? Be patient, my friend. Escuchar la pregunta tantas veces obviamente hizo que me la terminase haciendo y (lo más importante) contestando yo mismo. Me salió fácil pues una que otra vez lo he pensado con lógica y no le encuentro el sentido: amo ver comedias románticas por más insulsas, melosas, previsibles, mal actuadas, excesivas y melodramáticas que sean. No importa el país de origen, no importa si son tanques norteamericanos o de otros países, las termino viendo. Lo peor: si me gustan mucho, puedo verlas más de una vez y termino chocho de contento.

Buceo sobre las razones de tan extraña costumbre, pero no puedo encontrarlas. Quizás sea porque, en el fondo, soy un niño antiguo criado con los cuentos de hadas en los que la historia termina irremediablemente con un “y vivieron felices para siempre”.

De ahí a que me gustasen las historias de amor llevadas a la pantalla grande no hay más que un solo paso. En el medio, también tuvo mucho que ver que en algún momento de la vida mi mamá compraba la histórica revista Selecciones. Alguna que otra vez vino con un libro que eran cuatro. Lo leí, obvio. Ahí descubrí (sin saber que lo descubría) a Nicholas Sparks, pues la compilación incluía su novela romántica (y dramática) Un paseo para recordar (1999). Años después vería su versión cinematográfica (2002) con Mandy Moore y el chico malo que no es tan malo, Shane West. Por entonces no lo sabía, pero Sparks iba a ser el responsable de muchas de las películas que vería a lo largo de los años.

Por supuesto, Sparks no goza de la bienamada crítica, pues en general su fórmula es de best seller, donde pasa lo que tiene que pasar: la pareja se conoce, se enamora, se separa, se reencuentra. A mí, no me importa. He disfrutado muchísimo muchas de sus adaptaciones cinematográficas: Mensaje en una botella (1999) con Kevin Costner y Robin Wright (también le gustó a mi esposa) o The Notebook (2004) con Ryan Gosling, Rachel McAdams y la icónica escena del beso bajo la lluvia, por ejemplo. Dear John (2010) con Amanda Seyfried y Channing Tatum me dejó un sabor un tanto amargo, debo decir. En cambio, The Last Song (2010) con Miley Cyrus me pareció hermosa a pesar de lo trágico. Cuando te encuentre (2012), donde todo se desarrolla por una fotografía que le salva la vida al personaje de Zac Efron, también me gustó mucho. Ojo, no todo termina bien, o al menos, no como creeríamos que debería terminar. Por eso me pareció rara, pero a la vez la disfruté, Lo mejor de mí (2014) con Michelle Monaghan y James Marsden. Ahora, eso sí, con la que nos emocionamos como si fuésemos dos adolescentes con mi esposa fue con Un lugar donde refugiarse (2013): a veces el amor persiste más allá de las fronteras de este mundo. Cierro esta locura con la última película que vi, El viaje más largo (2015) donde se mezclan mundos tan distintos como el arte y los jinetes de toros (sí, así como lo lee). Además, te tira la reflexión sobre si el amor puede crecer cuando no viene con hijos de por medio.

Tal vez todo empezó cuando vi con mi mamá Lotería del amor (1994) con esa pareja de grandes actores que fueron Nicholas Cage y Meg Ryan (me acabo de enterar que en inglés la película es It Could Happen to You, pero me niego a procesarla de esa manera cuando la conocí de la otra). ¿La historia? Un cuento de hadas moderno: un policía no tiene para dejarle propina a la mesera (“moza”, diríamos nosotros) y le promete que, si gana algo en la lotería con el billete que acaba de comprar, lo compartirá con ella. Sí, adivinaron, la pega y debe compartir un premio millonario. Ese es el puntapié inicial de una historia que, además, se basa en hechos reales. ¿Cómo no engancharse con comedias románticas como esta?

Y si alguien puede hablar de comedias románticas es Meg Ryan, que durante mucho tiempo fue la mimada de la industria cinematográfica norteamericana en el género. Solo ella podía fingir un orgasmo en plena cafetería ante Billy Cristal y seguir haciendo comedias románticas como si nada, aunque Cuando Harry conoció a Sally (1989) usa como excusa un tema muchas veces trillado: la amistad entre el hombre y la mujer.

Tan solo cinco años después de su película sobre lotería, Meg Ryan y Nicholas Cage harían la película que mi esposa siempre recuerda: Un ángel enamorado (1999). ¿Qué pasaría si un ángel se enamorara perdidamente de una de nosotros? ¿Renunciaría a su misión? ¿Podría? ¿El todopoderoso se apiadaría de él? Agarre el pañuelo y véala.

Dejemos a Meg Ryan en paz un poco. Nos centremos en el galán de Tom Hanks. En dupla con la rubia hicieron dos películas que la rompieron, icónicas del cine noventoso romántico: Sintonía de amor (1993) y Tienes un email (1999). En la primera, Hanks es un viudo tristón con un hijo pequeño. Este no tiene mejor idea que buscarle novia por la radio. El personaje de Ryan, una periodista romántica, escucha su voz y ahí arranca esta loca historia, entre Seattle y Nueva York. La segunda tiene la competencia capitalista de fondo, la lucha entre David y Goliat, pues nos cuenta cómo una pequeña tienda de libros debe competir contra una gran cadena. Ahora, lo insólito es que sus dueños se aborrecen uno al otro en persona, pero, sin saberlo, tienen una hermosa relación vía correo electrónico. Sí, una antigüedad, pero bellísima.

Creo que me di cuenta de esta locura de ver comedias románticas un día en un cumpleaños de un hijito de una amiga de mi esposa (sí, vuelva a leer la frase y juro que entenderá la referencia). No sé cómo, pero terminé hablando con su mamá (de la amiga de mi esposa, no de mi esposa, que sería mi suegra y así debería decir). ¿El tema? Las comedias románticas. Su filosofía para ver películas era que solo veo “comedias románticas, que pueden parecer tontas, pero me gustan, me encantan”. A medida que pasaba la conversación e intercambiábamos títulos, recordábamos escenas memorables y actores brillantes, me sentí raro: ¿estoy hablando con la mamá de la amiga de mi esposa sobre comedias románticas? ¿Esto es real?

En fin, otra película que puedo ver mil veces (sí, veo nuevamente películas que ya vi, aunque mi esposa no lo entienda) es ¿Conoces a Joe Black? (1998) con Anthony Hopkins y Brad Pitt. O sea, cada vez que la veo, no puedo maravillarme de la simplicidad de la trama: la muerte ha decidido tomarse vacaciones antes de llevarse a Bill Parrish. ¿Y qué pasa si en el medio se enamora? Si no la vieron, véanla, no se arrepentirán.

Tal vez mi afición a los finales felices haya sido influencia de uno de mis hermanos mayores, quien me dijo que su filosofía para el cine es no ver cosas tristes, pues esas abundan en el mundo. ¿Mi filosofía? No la tengo. Al menos no de manera explícita. Tiendo a pensar que me gustan las historias de amor y punto. Como, por ejemplo, disfruté de sobremanera esa locura que es Realmente amor (2003) en donde un reparto estelar se entrecruza en varias historias (Andrew Lincoln, antes de ser Rick Grimes y matar zombis en The Walking Dead, se enamora en esta película). Si puedo, la vuelvo a ver y no me arrepiento. No me pasa lo mismo con Año nuevo (2011) que, a pesar del poblado y estrellado reparto, no pasa de ser una burda emulación, copia o lo que sea.

Hago un viaje en el tiempo y vuelvo a los noventa. Novia fugitiva (1999) con Julia Roberts y Richard Gere es simplemente maravillosa, aunque muchos crean que Mujer bonita (1990) es superior. La escena en la que él empieza a decirle “te garantizo…” es para guardarla en los recuerdos por siempre.

Sigo escribiendo y pienso que podría hacer un apartado sobre películas románticas y viajes en el tiempo. Aunque no lo crea, hay material para eso y lo peor de todo es que las vi. ¿Qué sucedería si el Duque de Albany del siglo XIX se cruzara con una ejecutiva del siglo XXI? Meg Ryan y Hugh Jackman nos lo cuentan en Kate & Leopold (2001). ¿Y qué ocurriría si una mujer se le apareciese y le dijese que lo conoce de toda la vida, aunque usted no la haya visto nunca? ¿Y si supiese que usted puede viajar en el tiempo? Esa es la premisa de The Time Traveler’s Wife (2009), con Rachel McAdams y Eric Bana. A mi esposa y a mí nos hizo emocionar. Yo quedé como loco y me leí la novela en la que se basó la película. No me defraudó.

La que sí lo hizo (pero porque yo amo aquellas películas que pintan la vida color de rosa) es una más vieja, Somewhere in Time (1980) que protagonizan Christopher Reeve y Jane Seymour. Un escritor de la actualidad que se ve atraído por una actriz que actuó hace sesenta años atrás. ¿Difícil relación? Puede ser, pero no imposible.

Si quiere algo más liviano, puede ver About Time (2013) con Rachel McAdams (sí, otra vez) y Domhnall Gleeson, aunque el papel que hace Bill Nighy se lleva todos los aplausos. ¿Qué harías si supieses que puedes viajar en el tiempo luego de que te lo cuenta tu padre? Conquistar a la mujer de tus sueños, obvio.

La casa del lago (2006) con Keanu Reeves y Sandra Bullock también se suma a este lote. Acá no hay, en forma ortodoxa, un viaje en el tiempo, sino una comunicación entre tiempos. No importa, igual la gente se enamora. Así de locos estamos.

¿Puede sumarse Woody Allen con su maravillosa Medianoche en París (2011) a esta sección? Sí, indudablemente. Allen no necesita de artificios ni máquinas para que su personaje principal viaje en el tiempo y se enamore (a pesar de estar comprometido con la imprescindible Rachel McAdams). ¿Le gusta la historia? ¿Le gusta el arte? ¿Le gusta añorar tiempos pasados? Véala.

Hay obviamente clásicos del género como Orgullo y prejuicio (2005) que, a mi criterio, fue una magnífica adaptación de la novela de Jane Austen, con una pareja explosiva como Keira Knightley y Matthew Macfadyen como Elizabeth y el Sr. Darcy. La escena en la que este le dice que “me ha hechizado en cuerpo y alma” es deslumbrante.

El otro clásico que puedo ver mil veces es Notting Hill (1999). Un pequeño librero inglés (Hugh Grant) termina enredado con una actriz que es una súper estrella (Julia Roberts). Escenas memorables a montones: el beso impulsivo en su casa, el “soy una chica frente a un chico pidiéndole que la ame” y la conferencia de prensa del final. Solo de recordarlo se me pone la piel de gallina.

Si se quiere ver a Hugh Grant en un papel totalmente distinto, bien egoísta y dependiente, véalo junto a Sandra Bullock en Amor a segunda vista (2002). ¿Es posible enamorarse de alguien así? ¿En serio?

Si quieren ver a Sandra Bullock en un clásico romántico que tiene origen en las “confusiones”, véala junto a Bill Pullman (el presidente de Día de la Independencia) en Mientras dormías (1995). Ella en teoría es la prometida de su hermano que está en coma, pero él no puede evitar enamorarse…

Pero no solo las confusiones obstaculizan (o siembran) el amor. A veces la memoria y la traviesa amnesia es el enemigo a vencer. A mi esposa le encantó Como si fuera la primera vez o Cincuenta primeras citas (2004) con Drew Barrymore y Adam Sandler. ¿Cómo te puede no gustar si el protagonista cada día de su vida se dedica a enamorar una y otra vez a su amada porque ella al día siguiente no puede recordarlo?

Del mismo estilo es The Vow (2012), aunque tiene menos de comedia y más de drama, cuenta con el gancho de que está basada en hechos reales. Los protagonistas son Channing Tatum y Rachel McAdams, pareja enamorada a la que un simple accidente de tránsito separará, pues ella pierde la memoria. Literalmente se olvida de que alguna vez se enamoró de su esposo. Duro, ¿no? Si a eso le agregamos unos padres adinerados y mala onda, el combo está servido…

Seguro que hay alguna de todas estas que le puede llegar a gustar. A mí, personalmente, me maravilló Serendipity (2001) con Kate Beckinsale y John Cusack. Lamentablemente con tantas redes sociales hoy, no podría hacerse una versión actual de cómo dos extraños se enamoran accidentalmente y ponen en manos del ¿destino? volver a verse. Y no, no es como en la mágica trilogía de Richard Linklater: Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013), en donde lo que tenemos, aunque no lo crea, son diálogos a montones (y amor, enamoramiento, frustración, reencuentro, reflexión, todo junto y mezclado) entre los personajes de Ethan Hawke y Julie Delpy. En Serendipity hay lugar para el humor, las confusiones y hasta el amigo periodista frustrado en sus ambiciones que escribe obituarios en el New York Times. Me entero de que en su época fue un éxito de taquilla. Lo merecía.

¿Y la muerte? ¿Vence el amor? Según la homilía de mi casamiento, no. Lo que vence al amor es otra cosa. El mejor ejemplo de que la muerte no vence al amor es P.D. Te amo (2007) donde el personaje de Hillary Swank sigue añorando el amor de su esposo, interpretado por Gerard Butler. Peliculón. Lágrimas nos sacó a mi esposa y a mí.

Ah, sí, seguro se quedó con la intriga: ¿qué es lo que vence al amor que no sea el odio o la muerte? Pues la rutina… así que vaya y vea una comedia romántica para romperla. O al menos, para pasar un buen rato.

(1) Acá le dejo el link sobre la propuesta: https://www.infobae.com/sociedad/2021/04/03/el-podcast-anti-grieta-del-periodista-gonzalo-aziz-me-encantaria-tener-juntos-a-macri-y-cristina-pero-no-tienen-vocacion-de-dialogar-entre-ellos/