Por Francisco Genoud.
El amor y el odio son dos de los sentimientos más fuertes y complejos que experimentamos como seres humanos. Ambos conceptos se entienden como antónimos, pero en realidad muchas veces uno es causa del otro. La complejidad de estas emociones humanas ha sido un tema recurrente en la literatura y El maestrante, de Armando Palacio Valdés, es un claro ejemplo de ello. En esta novela el autor explora las dinámicas entre los personajes y revela cómo estas pasiones pueden coexistir y, en ocasiones, transformarse la una en la otra.
Comprender qué es el amor es sumamente complicado. De hecho, muchas veces ni siquiera sabemos si estamos enamorados y cuando lo estamos no podemos describirlo. Esta complejidad también se refleja en la convergencia sobre la existencia de distintos tipos de amor. Así, se dice que el amor hacia la madre no es el mismo que el que se siente hacia una novia, y este es distinto al que se tiene hacia un amigo.
Sin embargo, nadie duda de que el amor sea un sentimiento y, más precisamente, uno agradable. Una persona que ama tiende a buscar a lo amado, porque con ello encuentra su satisfacción, disfruta de su compañía, entre otras cosas. Otra certeza, aunque sea parcial, es que el amor es respecto al otro (salvo la idea de amarse a uno mismo), se proyecta en una persona o una cosa que apreciamos.
Mucha tinta se ha vertido en materia filosófica acerca del amor. Aristóteles lo define como “la voluntad de querer para alguien lo que se piensa que es bueno —por causa suya y no de uno mismo—, así como poner en práctica hasta donde alcance la capacidad para ello”[1]. De este modo, se entiende que el amor más pleno es el que se da respecto de las personas y no de las cosas, ya que mientras a las primeras se las ama por sí mismas, dejando de lado todo interés, a las últimas no se las quiere en sí mismas, sino en cuanto a su fin.
Cuando del odio se trata, nos encontramos ante una sensación opuesta. Mientras que el amor busca la conexión y la cercanía, el odio se alimenta de la distancia y del rechazo. La persona tiende a repeler aquello odiado, existe una aversión hacia algo o alguien. Por lo general, es una reacción ante experiencias dolorosas, frustraciones o heridas emocionales.
El maestrante narra una historia de amores, infidelidades y pasiones dentro de la nobleza de Lancia, un pueblo de España. El relato empieza en la mansión de don Pedro Quiñones, un arrogante aristócrata que a causa de una enfermedad quedó con las piernas paralizadas. Él, a pesar de su soberbia, sufre —disimuladamente— por no haber podido darle hijos a su esposa, Amalia.
En el hogar de los Quiñones se solían realizar tertulias nocturnas a las que acudían sus cercanos para platicar, bailar y jugar al tresillo. A estos eventos solía frecuentar su amigo, el conde Luis de Onís, quien iba acompañado de su novia, Fernanda Estrada-Rosa. Entre bailes, miradas y conversaciones, el amor surgió entre el conde y Amalia. Poco trataron de reprimir tal sentimiento. Había un deseo de satisfacción mutua, sentían alegría y una chispa que iluminaba cada encuentro clandestino.
De la pasión entre el conde y Amalia resultó una niña, a la que llamaron Josefina. Surgió entonces el interrogante de qué hacer con esta hija ilegítima. Decir la verdad no era una opción, por lo que decidieron dejar a la niña en la puerta de la casa de don Pedro Quiñones, haciéndola pasar por expósita, quien la recibió con gran gusto.
Amalia se presentaba como la madrina de Josefina —quien en realidad era su hija— y le propiciaba los tratos más confortables posibles: la joven vestía la mejor ropa y poseía infinidad de juguetes. En definitiva, recibía un gran amor por parte de su madre.
En paralelo, Amalia mantenía una íntima amistad con Fernanda: era la guardiana de sus secretos y el oído de sus problemas. Esta relación, que para cualquiera que la observase era el reflejo de amor entre amigas, no era desinteresada… Amalia le brindaba su amistad en cuanto al provecho que pudiera sacar para la relación con su amante.
A lo largo del relato Valdés nos muestra drásticas variaciones de emociones en los personajes. Estas se centran principalmente en una persona: Amalia. La causa de este cambio se basa en que si bien Luis le había jurado amor, cambió de parecer cuando Fernanda, su entonces exnovia, quien se había marchado por su desamor, volvió a Lancia. Ellos volvieron a estar nuevamente en pareja y concertaron su futuro matrimonio.
Esto provocó en Amalia una humillación tal que buscó canalizar sus emociones en Josefina. Amalia veía en ella al conde por lo que, para saciar su aversión, le propiciaba azotes, tormentos, tratos humillantes, etc. Así, la niña fue objeto de un odio inconmensurable.
De este modo, podemos observar la conexión entre ambos sentimientos. Esto es un reflejo de la complejidad de las emociones humanas: el amor, que debería ser una fuente de alegría y unión, se contamina con el odio cuando se ve frustrado por las traiciones y los desengaños. Dicho de otro modo, el amor puede anidar la semilla del odio y viceversa.
La novela de Armando Palacio Valdés, en conclusión, nos demuestra el nexo existente entre el amor y el odio. En tan solo algunas páginas se aprecian las vicisitudes de las relaciones interpersonales. El autor demuestra que no hay límites en el cambio que se puede generar y cómo una gran pasión puede dar fruto a una inmensa aversión.
Francisco Genoud (21)
Estudiante de Abogacía (UCA)
franciscogenoud03@gmail.com
[1]Aristóteles. Retórica. Gredos. Libro II, p. 172.
