Por Martina Azcona.
Todo aquel que algún día supo estar enamorado, entregar su corazón a intensas promesas, disponer de su alma para servirle a otra, entiende el valor de las palabras; y el libro El sí de las niñas es un claro ejemplo de esto. Esta obra de L. Fernández de Moratín es considerada innovadora y un tanto visionaria para su época, debido a que expone los problemas que enfrentaban las mujeres en el siglo XVIII, siendo este un tópico poco relevante en su momento.
En el presente ensayo me propongo analizar la manera en la que Moratín vincula esta apasionante historia con el valor que tienen las palabras y las distintas sensaciones que aquellas pueden generar en el otro. Más allá de los diálogos y narrativas específicas de la obra, el uso del lenguaje en cualquier contexto posee un poder transformador, ya que las palabras no solo transmiten información, sino que también evocan emociones, recuerdos y experiencias. Así, este análisis busca explorar cómo, en general, las palabras se convierten en vehículos de significado, capaces de influir en la percepción y en las emociones de los demás.
La obra retrata la intrincada historia de amor entre Doña Francisca y Don Carlos, dos jóvenes cuyos caminos se cruzaron una tarde cualquiera. Siendo obligados a mantener ese afecto en secreto, y separados por una inmensa distancia, Doña Francisca —a quien también le llaman Paquita cariñosamente— emprende un viaje a Madrid junto a su madre para conocer a Don Diego, un excéntrico y acomodado hombre de sesenta años cuya exclusiva pretensión era casarse con la joven.
Paquita, siempre obediente a la voluntad de su madre y siguiendo las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, decide no contradecir la pactada unión, sin importar el pesar y la angustia que aquello generaba en su corazón. Estaba dispuesta a seguir adelante con la farsa. Lo adecuado sería no contradecir a su madre, cumplir con lo que aquella testaruda mujer anhelaba, y dejar de lado todas sus convicciones con tal de ser una niña bien educada. Tal como le dice a Don Diego: “mientras me dure la vida, seré mujer de bien”, refiriéndose a que siempre haría lo que su madre mandara y se casaría con él.
Aquello parecía ser una tarea asequible, hasta que se encuentra con su gran amor Don Carlos (a quien ella conocía por el nombre de Don Félix debido a un engaño llevado adelante el día que se conocieron) en la casa de su pretendiente. Su amante resultó ser el querido sobrino de aquel respetuoso hombre, a quien admiraba y quería con inmensidad.
Por medio de una serie de hechos inalterables e irreversibles, Don Diego toma conciencia del amor que los jóvenes sentían, y decide cancelar la planeada alianza con Paquita, para así dejar que la joven siga el deseo que escondía su corazón.
En esta obra el autor intenta cuestionar la forma de educar a las niñas y jóvenes de la época, haciendo énfasis en cómo se ven obligadas a ocultar sus pasiones mas preciadas en una obediencia ciega. Al hacerlo, además, retrata una historia de amor tan interesante como complicada. Una historia que pareciera ser un tanto cliché en nuestra época, donde las obras cinematográficas de Hollywood se han vuelto más masivas y los lectores de obras tradicionales como esta se han disipado, convirtiéndose en simples analistas de vacíos guiones.
En todo momento se puede apreciar un guiño a la importancia que tienen las palabras y al valor que le podemos otorgar a ellas cuando hablamos desde el corazón. Pero no simplemente a las palabras como simples combinaciones de letras, sino también como promesas apasionadas que infunden una esperanza desmedida en los corazones de los dichosos a quienes van dirigidas.
Respecto a esto, el gran escritor Julio Cortázar en su fragmento llamado Las palabras se gastan, relata que «[…] las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad…». Además, complementa diciendo que “sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos”. Aquí, el autor intenta explicar precisamente el valor de las palabras, cómo dependemos de ellas en todos los ámbitos de la vida, cómo nos otorgan esa naturaleza sociable que nos hace llamarnos humanos sensibles.
Por un lado, podríamos cometer el error de no escoger correctamente las palabras con las cuales nos referimos a los demás, o a partir de las cuales exponemos nuestros más íntimos deseos. En esta instancia, Paquita, al hacer caso omiso de sus verdaderas pasiones, se encontró a sí misma en un enredo: enredo que ella misma creó a partir de vacías —y falsas— palabras. Esto es tan peligroso como inaceptable. Si nuestra voz y las palabras que ella pronuncia no contemplan lo que queremos o necesitamos en la vida, nos estaríamos enfrentando a un futuro potencialmente nefasto.
No así sería el caso del respetable Don Diego, quien decidió perseguir lo que deseaba y le dijo no solo a Paquita, sino a cualquiera que se interesaba lo suficiente como para preguntarle, que estaba seguro de que la felicidad podría ser encontrada en compartir la vida con aquella joven. Nunca utilizó sus palabras en vano, nunca intentó otorgarles otro significado más que la verdad, defendió su postura y les proporcionó a aquellas un valor inmenso.
Por otro lado, tal como expuse anteriormente, cuando hablo de “palabras” me refiero también a las promesas que ellas configuran. Emmanuel Levinas en su obra La Promesa y la Responsabilidad hacia el Otro, ofrece una perspectiva ética sobre la promesa, donde esta no es solo un compromiso con uno mismo, sino con el otro. Romper una promesa es, por lo tanto, una traición a la confianza del otro, lo que tiene profundas implicaciones éticas.
Las consecuencias que una promesa no cumplida puede traer son claramente apreciables en la tristeza que sintió Paquita al imaginar que Don Carlos la había abandonado, dejando de lado todo lo que en su momento había prometido, y las expectativas que aquel hombre había creado en ella. El corazón de alguien enamorado puede llegar a ser tan frágil como una flor en otoño, vulnerable al más leve viento de incertidumbre y fácilmente marchito ante la falta de cuidado o reciprocidad.
Esta magnífica obra es una sutil e irónica crítica a las costumbres sociales de su tiempo, especialmente en lo que respecta a la educación de las jóvenes. Por ejemplo, a través de la figura de Doña Francisca, Moratín expone cómo las mujeres son sometidas a una educación en la que la primicia es obedecer sin cuestionar las decisiones de sus padres, quienes a menudo las someten a situaciones (en este caso, a un matrimonio arreglado con un hombre cuarenta años mayor) sin tener en cuenta sus deseos ni su bienestar.
Esta imposición de obediencia ciega priva a las mujeres de su capacidad para tomar decisiones autónomas, dejándolas sin control sobre sus propias vidas. La obra expone la opresión femenina al mostrar cómo estas prácticas limitan el desarrollo personal de las mujeres, condenándolas a una existencia marcada por la sumisión.
La auténtica libertad y bienestar solo se alcanzarán cuando las mujeres sean reconocidas como seres racionales, con plena capacidad para tomar decisiones sobre sus propias vidas y definir su propio futuro. Como seguidor de los ideales ilustrados, Moratín defendía el uso de la razón como base para las decisiones humanas, lo cual se refleja claramente en el desenlace de la obra, cuando Don Diego, al entender los sentimientos de Doña Francisca y su derecho a ser feliz, decide renunciar al matrimonio. Este acto representa una muestra de amor altruista, además de ser una reivindicación del derecho a la libertad individual.
En conclusión, El sí de las niñas es mucho más que una comedia sobre los matrimonios arreglados. La obra, en consonancia con los ideales de la Ilustración, propone una sociedad más equitativa y lógica, donde el acceso a la educación y el respeto a la libertad personal se convierten en los elementos esenciales para el avance social. Su autor aquí ofrece una reflexión aguda y contundente sobre el sistema patriarcal que aún persiste en la actualidad, al mismo tiempo que reivindica los derechos individuales, en particular el de las mujeres a tener control sobre sus decisiones y vidas.
Martina Azcona (21)
Estudiante de Abogacía
marti.azcona@gmail.com
