¿Es posible anteponer el favoritismo por sobre el amor verdadero?

Por Pilar Rodriguez Hijano.

Benito Pérez Galdós aborda temas relevantes, de manera particularmente discreta, en todas y cada una de sus novelas. El abuelo no es la excepción.

En esta obra, Galdós explora precisamente cómo el amor verdadero actúa como fuerza impulsora que mueve al hombre, aun cuando este se encuentra atravesando los momentos más oscuros y decadentes de su existencia. Los interrogantes relevantes y difíciles de responder son los siguientes: ¿qué tipo de amor es aquel que posee la fuerza necesaria para movilizarnos? ¿Qué características debe tener este amor para inspirarnos a cambiar?

La novela se sitúa a fines del siglo XIX; y comienza cuando el Conde de Albrit vuelve a España —específicamente a la Pardina, granja que solía pertenecer a los Estados de Laín, ubicada en Jerusa— luego de un largo viaje por el continente americano. Don Rodrigo[1] regresa obsesionado con un dilema que se transforma en su último deseo a cumplir en esta vida: descubrir cuál de sus dos nietas es ilegitima. ¿Será Dolly? ¿Será Nelly? Este descubrimiento se vuelve el centro que domina su estadía (que parece tener carácter permanente, para desgracia de los demás residentes de la Pardina).

A través del protagonista, el autor busca retratar la constante batalla entre el favoritismo, condición que surge de una auto imposición moral, y el amor verdadero, sentimiento que desafía y cuestiona esa preferencia. El favoritismo acaba convirtiéndose en un obstáculo que aleja al amor verdadero e incondicional.

LA ELECCIÓN DE “LA FAVORITA”

La llegada del Conde a la Pardina no fue motivo de festejo para todos. Si bien sus nietas estaban felices de reencontrarse con su abuelo después de tiempo, su presencia no generaba el mismo entusiasmo entre quienes llevaban años administrando la granja. El Conde podía percibir cómo, con el pasar de los años, toda admiración que la sociedad solía mostrar hacia él se fue desvaneciendo, al igual que su fortuna. Inclusive aquellos que debían su propia existencia a la familia de Albrit, se resistían a mostrar gratitud alguna.

Don Rodrigo, quien en su debido momento fue el hombre más respetado en los Estados de Laín —por ser su familia prácticamente fundadora de aquellos—, es recibido en sus propias tierras como un simple anciano casi ciego, de temperamento agrio y orgulloso, incapaz de aceptar la decadencia que lo envolvía.

Sin embargo, su deterioro físico no le impide avocarse a la tarea de descubrir la verdad acerca de sus nietas. El mismo día de su llegada comienza indirectamente a estudiarlas y a analizar detenidamente sus caracteres; haciéndole a las niñas toda la clase de preguntas detalladas. A pesar de la ceguera y los años, su mente permanecía intacta, y se encargaba de desentrañar todo tipo de secreto escondido detrás de las respuestas de las niñas.

En ocasiones —creyendo que se encontraba al borde de la locura—, el Conde se cuestionaba qué era lo que realmente anhelaba alcanzar con su búsqueda; pero tarde o temprano acababa encontrando amparo en razones de justicia y honor. El anciano expresaba: “[q]uiero idolatrarlas; pero antes, urge separar la verdad de la mentira, para poder amar exclusivamente a la que lo merezca…”[2]. A pesar de que todavía no las conocía, ya llevaba impuesto en su corazón (o más bien en su mente) a cuál de ellas debía amar por sobre la otra: a aquella que mejor se ajuste a las características que había construido en torno al honor de su familia y que la sociedad le exigía como mandatos ineludibles.

Con el pasar de los días fue acercándose más a las niñas, logrando finalmente diferenciarlas. No solamente logró distinguirlas, sino contemplar su absoluta desigualdad. Dolly y Nelly, si bien hermanas, eran como el día y la noche. Mientras que Nelly —niña responsable e interesada en el estudio, que demuestra cariño hacia su abuelo con facilidad— cumple con la figura idealizada que el Conde espera de su verdadera nieta; Dolly —un espíritu libre y rebelde con ánimos de explorar lo que la rodea— no logra ajustarse a las expectativas que él consideraba indispensables en un miembro de la familia de Albrit.

Evidentemente, la favorita resultó ser Nelly. Debido a esta imagen ideal que proyectaba, necesariamente tenía que ser la verdadera y por lo tanto, aquella a la cual correspondía amar. Sim embargo, ese amor no surge de la realidad, sino de una construcción mental que lo aleja de la auténtica verdad.

Pero, ¿qué es el favoritismo y por qué es realmente incompatible con el amor verdadero? La Real Academia Española lo define como: “[p]referencia dada al favor sobre el mérito o la equidad, especialmente cuando aquella es habitual o predominante”[3]. El favoritismo otorga una percepción distorsionada de la realidad basada en expectativas propias. El Conde de Albrit, al preferir a Nelly por sobre Dolly, encasilla su afecto, impidiéndose apreciar a cada una en función de sus méritos individuales. Esta preferencia elegida limita su capacidad de amar verdaderamente, ya que se ve forzado a amar aquello que ha decidido amar.  

El problema parecía estar solucionado. Había encontrado a la favorita, y había decidido amar a la favorita, ignorando aquellas situaciones donde podía llegar a configurarse alguna súbita conexión con Dolly, quien no dejaba de darle incondicionalmente todo su amor al abuelo. Sin embargo, la perfecta ilusión se rompe cuando la Condesa (madre de las niñas) decide sincerarse con el Conde, revelando que Dolly es la “verdadera”.

Lo que antes parecía ser amor por su nieta, no resultó ser más que una ilusión teñida de favoritismo. Esta confesión, que no ve la luz hasta las últimas páginas de la novela, abre los enceguecidos ojos del Conde; permitiéndole ver todo lo que su anterior predilección le impedía. Don Rodrigo entra en contacto con la verdadera personalidad de Nelly, y comprende —ahora desde una perspectiva libre de favoritismo— las características que la definen como hija biológica de la Condesa. Mientras que a Nelly no le importa el futuro paradero de su abuelo, e incluso sugiere a este retirarse al monasterio de Zaratán; Dolly elige huir con él, dispuesta a abandonar la perfecta vida aristocrática que le aguardaba.

CONCLUSIÓN

El personaje del Conde, que personifica el valor del honor tradicional, refleja la decadencia de la aristocracia de la época y, a lo largo de su trayecto en la novela, el ascenso de nuevas formas de moralidad distintas al honor heredado. Don Rodrigo entra en conflicto cuando la realidad no se le representa como, de acuerdo con las reglas de la sociedad, debería representársele.

El Conde deja que el favoritismo guie su afecto, permitiéndose amar únicamente aquellas condiciones que el mismo se había propuesto encontrar. Solo cuando la verdad sobre la identidad de Dolly se revela, es capaz de reconocer su error: su predilección no era más que una construcción mental que le hacía ignorar las cualidades de su verdadera nieta.

El protagonista finalmente deja de luchar por una dignidad y un legado que ya no tiene, y no son relevantes ante los ojos de una sociedad que le cierra las puertas.

Pilar Rodriguez Hijano (20)
Estudiante de Abogacía
pilarrodriguezh1505@gmail.com


[1] Don Rodrigo, el Conde de Albrit.

[2] Perez Galdos, B. (1873), El abuelo, p. 154.

[3] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea]. https://dle.rae.es [17/10/24].