Hay un solo amor verdadero

Por Stefano Mastellone.

En el vasto océano de las emociones humanas, el concepto de amor verdadero se alza como un faro en la distancia, que nos guía entre las olas tumultuosas de ilusorias apariencias…

Pepita Jiménez, publicada en 1874, es una obra fundamental del realismo español escrita por Juan Valera. En ella se explora la complejidad de las relaciones humanas y el amor, en un pequeño pueblo en el que, como cualquier otro, el infierno se hace grande. Ambientada en la España del siglo XIX, la historia se centra en la figura de Pepita Jiménez, una joven cuya belleza y carácter suscita una profunda fascinación en el clérigo Don Luis de Vargas. Este ensayo analizará cómo la premisa de hay un solo amor verdadero se manifiesta en la relación entre Don Luis y Pepita. Exploraré cómo las tensiones externas e internas de ambos personajes afectan su camino hacia un amor genuino y auténtico, y cómo, a pesar de las adversidades, su amor emerge por encima de todo contratiempo.

En primer lugar, Don Luis de Vargas, protagonista masculino de Pepita Jiménez, enfrenta una serie de situaciones adversas que complican su relación con Pepita. Por ejemplo, cobra especial magnitud el enfrentamiento entre su vocación sacerdotal y el amor que siente por la joven dama. Don Luis se ha comprometido a entrar en el sacerdocio, una decisión que lo obliga a abstenerse de relaciones románticas, y a cumplir con una serie de normas que tienen por eje central el deber de ser fiel al voto dedicado a Dios. Este compromiso no solo es un deber religioso, sino también una carga emocional y social, ya que le impone una vida de celibato y dedicación que parece incompatible con el amor que siente por ella.

Además Don Luis debe lidiar con la influencia de Don Francisco, padre suyo y cacique de la comunidad en la que acontece el relato. Este personaje no solo ejerce una fuerte presión sobre su hijo para que cumpla con sus expectativas y siga la carrera sacerdotal, sino que la situación se complica cuando se revela que Don Francisco tiene sentimientos por Pepita, lo que añade una capa de tensión adicional. La percepción de que su padre haga público un interés romántico por ella hace que el joven religioso se sienta atrapado entre sus sentimientos y el respeto hacia su padre.

Por su parte, Pepita Jiménez también enfrenta presiones significativas que afectan el incipiente sentimiento afectivo. Como viuda joven y adinerada, ella se encuentra sujeta al asedio pasivo de juicios y especulaciones por parte de la sociedad. Su anterior matrimonio con un octogenario la convierte en objeto de murmullos y sospechas, con la comunidad cuestionando sus verdaderas motivaciones para haber contraído matrimonio con él y, posteriormente, heredado su fortuna. La percepción pública de su situación hace que su amor por Don Luis sea aún más complicado, ya que debe navegar entre las expectativas sociales y los prejuicios que rodean su vida.

Más allá de las mencionadas trabas circunstanciales, surge en la presente obra la cuestión de cómo el amor verdadero puede verse afectado por concepciones egoístas originadas por los mismos protagonistas. En el caso de Luis, él presenta una imagen de sí que está marcada por una actitud orgullosa y soberbia, especialmente en torno a las costumbres del pueblo y los amores terrenales. Su vocación sacerdotal e idealización del amor hacia Dios lo llevan a distanciarse de la simpleza de las relaciones humanas. Para él, al menos en un principio, ser devoto de lo divino es visto como una forma acrisolada y elevada de amar; mientras que los afectos mundanos y terrenales, como los que podría experimentar con Pepita, parecen ser conductas de poco vuelo: insuficientes para alguien de su altísima calidad moral y espiritual.

En relación con lo antedicho, y para evitar caer en comportamientos indignos y banales, el joven enamorado idealiza a Pepita. En su visión, ella se convierte en un símbolo de perfección dantesca, inalcanzable e inasible. Esta idealización la coloca en un pedestal, creando una distancia emocional y práctica entre ellos, que tiene por único fin darle muerte en vida, convertirla en un sueño remoto y así ser capaz de ser fiel a su vocación religiosa.

Pepita también padece de batallas internas que le impiden amar sin trabas. Su condición de viuda joven y adinerada le otorga una posición privilegiada en la sociedad, pero también, como ya se ha mencionado, la somete a un escrutinio constante. Este estatus, reconocido por ella misma en una de sus confesiones, ha alimentado una autopercepción de superioridad respecto de los demás, especialmente en torno a posibles parejas y propuestas amorosas. Es evidente que

su vanidad y orgullo –o quizás miedo– limitan su capacidad de conectar de manera profunda y sincera con su pretendiente.

Lo cierto es que, a pesar de los contratiempos que ambos han enfrentado, el romance entre ellos culmina en el matrimonio y en el nacimiento de un hijo común. Por medio de este desenlace Valera cristaliza la victoria del amor genuino por sobre las idealizaciones y presiones externas, ofreciendo una visión esperanzadora y sincera del amor que se fortalece ante los embates del mundo real. Hemos visto que ambos personajes enfrentan desafíos significativos: Don Luis con su compromiso sacerdotal y la influencia de su padre; y Pepita con su estatus de viuda joven y adinerada frente a una comunidad crítica. A pesar de ello, el amor entre ellos se alzó vigoroso.

En conclusión, la premisa de hay un solo amor verdadero se manifiesta en la novela a través de la evolución del vínculo entre Luis y Pepita. Valera ofrece una perspectiva enriquecedora sobre el amor, mostrando que lo verdadero se encuentra en la perseverancia y el compromiso en medio de las dificultades. Las ilusiones y presiones sociales pueden complicar la experiencia del amor, pero no pueden extinguir la capacidad de amar auténticamente.

El sentimiento genuino, como se muestra en la novela, es una fuerza que resiste las pruebas y golpes de la vida. Es por esta razón que Pepita Jiménez nos invita a reevaluar nuestra concepción del amor verdadero o, mejor dicho: del amor, despojado de adjetivos y aparentes definiciones que no hacen más que limitar un concepto que alude, esencialmente, a lo ilimitado. La obra nos enseña que amar no es un verbo inasequible, privado de desafíos e incómodos malestares, sino una realidad vivida y probada en la adversidad; y aunque la idea de un único amor verdadero puede ser una aspiración romántica poderosa, Pepita Jiménez demuestra que el amor en la vida real, a menudo, no se ajusta al sentir retratado en odas y perfectas representaciones cinematográficas. En cambio, el amor verdadero puede ser una amalgama de ideales y realidades, influenciado por expectativas, normas sociales e imperfecciones humanas, puesto que el amor, como se demuestra en la historia de Don Luis y Pepita, es un ancla que se mantiene firme en medio de las tormentas de la vida.

Stefano Mastellone (28)
Estudiante de Abogacía
smastellone@uca.edu.ar