Japón


Por Agustín Eugenio Acuña.

No sé cuándo Japón me llamó la atención por primera vez. Quizás fue en la infancia, cuando me leyeron Bartolillo en el mar del Japón, sobre un niño que viajaba hacia el lejano oriente y tenía aventuras fabulosas.

Por supuesto, Japón entra en la vida de cada uno de manera distinta. Pero estoy seguro de que gran parte de mi generación, la que fue niño durante la vilipendiada década de los ’90 (hoy añorada por muchos por la convertibilidad, tan lejana de la inflación que vivimos actualmente), tuvo su primer contacto con la cultura nipona vía sus dibujos animados. Luego nos enteramos que le decían animé. Solo con el tiempo caímos en que venían del manga, que para nosotros eran historietas.

Mis hermanos, un poco más grandes, vieron Mazinger Z (1972), esos robots que no sangraban, sino que tiraban “aceite” por los lugares dañados. Las generaciones anteriores se deben haber extasiado con Astroboy (1963), el caballito de batalla de los japoneses; ¿para colonizar occidente? En un país futbolero como el nuestro, ahora que lo pienso, fue algo irónico que el primer recuerdo de algún dibujito animado de origen japonés que vi fue la serie Captain Tsubasa, que se conoció en Latinoamérica como Súpercampeones (1983-1986) donde se narraba la historia de Oliver Atom, Benji Price y demás jugadores de fútbol japoneses. ¿Cómo pudo tener éxito una serie como esa en el país donde todos nos creemos los mejores en el fútbol? Un misterio, aunque dicen los que saben que el secreto fue plantear cada partido como si fuese una batalla…

La verdad es que realmente me sumergí en el mundo nipón un poco de manera oblicua, porque la primera serie que seguí como fanático fue Saint Seiya (1986-1989), que en Latinoamérica hizo furor como Los Caballeros del Zodíaco. Cuando me hice grande me enteré que se le puso ese nombre por las connotaciones religiosas de llamar “santos” a los protagonistas.

Amé (léase: amo) el universo de Saint Seiya, aunque si uno lo viese ahora podría parecerle ingenua o repetitiva: la amistad, el héroe, el equipo, los vínculos, etc.

Lo gracioso es que yo pensaba que estaba viendo la serie “en directo” pero no, sufrí un gran desengaño al enterarme que era un poco mayor que yo y llegó a Latinoamérica años después. 

La serie furor que la reemplazó (porque todas las series tienen olas de popularidad y decaimiento, es la realidad) fue Dragon Ball Z (1989-1996). Por supuesto, seguí las aventuras de Gokú y su pandilla, pero no de la misma manera que las de Seiya, Athena y demás.

Obvio, en el medio me hice más grande (ponéle) y vi con mi mamá la fabulosa película El tigre y el dragón (2000) de Ang Lee. Hasta el día de hoy lo que recuerdo de ella son sus maravillosos efectos especiales, cómo volaban todos los actores y las escenas de peleas, que parecían casi bailes coreográficos.

Del mítico animé Neon Génesis Evangelion (1995-1996) o, Evangelion a secas para los entendidos, había escuchado hablar mucho tiempo, pero jamás me había decidido a verlo. ¿Cómo era eso de que ángeles venían a destruir la humanidad? ¿Y nosotros los combatíamos con robots llamados EVA gigantes? ¿Manejados por adolescentes? ¿Cuán profunda puede ser una historia así? Creo que lo que finalmente me convenció fue alguna nota en el diario, la facilidad de tener toda la historia en Netflix y el comentario al pasar de un amigo que es realmente loco de la cultura japonesa. Mi impresión cuando me comentó fue algo así como que “che, eso es Pacific Rim (2013)”, una película también donde monstruos pelean contra robots gigantes. Ahora pienso que mi ignorancia por aquel entonces era supina.

Me vi la serie de un tirón. Son capítulos cortos (amo a los japoneses por hacer series con capítulos cortos, nada de bodrios de una hora o más) que nos llevan uno tras otro en un viaje tremendo. Solo una vez que terminé de ver todo pude reírme con el meme que más o menos plantea la expectativa de ver “un animé donde robots gigantes pelean con alienígenas” a lidiar con el post de: “¿cuál es el sentido de la vida?”. Muchos creen que es el mejor animé de todos los tiempos.

¿Cuánto sabemos en realidad de Japón que no esté mediado por Hollywood? Si me pongo a pensar, realmente poco. En todo está la intervención norteamericana. Por ejemplo, el fracaso de taquilla de 47 Ronin (2013) fue la forma en que me enteré sobre el alto valor que le daban los japoneses al honor. 

Imaginen hasta qué punto nuestra visión del mundo está mediada por Hollywood que mi sorpresa fue enorme al descubrir que Los siete magníficos —ese western con Steve McQueen en su original de 1960, y luego con Denzel Washington, Chris Pratt, Ethan Hawk y otros en su remake de 2016 — no era una historia original; sino la adaptación de Los siete samuráis (1954) de Akira Kurosawa. Todavía tengo pendiente ver esta, por el miedo que tengo a decepcionarme.

¿Y qué decir de El último Samurai (2003)? ¡Nos hicieron creer que Tom Cruise, un ex oficial de la guerra secesionista era justamente ese último samurái! Otra vez, el alto concepto del honor que tiene la sociedad japonesa es algo que nuevamente se expone.

Obvio, el cine norteamericano siempre trabajó para desarrollar el carácter maligno de los japoneses, sobre todo en películas bélicas como: ¿la romántica? Pearl Harbor (2001) que intenta terminar con una luz de esperanza luego del desastre que da título a la cinta. Por eso nos cuenta del ataque Doolittle a Tokio, de cuya existencia yo supe antes por mi papá, no por lo que aprendí en la escuela. Incluso la también bélica Flags Of Our Fathers (2005) de Clint Eastwood que cuenta la historia detrás de una icónica foto que luego se hizo monumento (esa en la que los soldados estadounidenses están en el proceso de clavar una bandera) no es muy cortés con los nipones. Es lógico, pues son el enemigo. Eastwood también hizo Cartas desde Iwo Jima (2006) para mostrar la histórica batalla de Iwo Jima desde la perspectiva japonesa. Lamentablemente, todavía pertenece a mi lista de pendientes.

¿Y la situación de la mujer en Japón? Creo que mi mamá alguna vez me habló sobre Memorias de una geisha (2005) producida por Steven Spielberg, pero no fue sino luego de quince años después cuando me encontré con tiempo para leer la novela Estupor y temblores (1999) de la belga Amélie Nothomb cuando realmente me llamó la atención el tema. En un principio anoté la recomendación de una amiga, pero sin llevarle mucho el apunte. Cuando finalmente la empecé, la devoré porque es una de esas historias donde creemos que “nada le puede salir peor” a la protagonista y después vemos que estábamos equivocados. Siempre se puede estar peor. La forma en que describe la sociedad y la cultura japonesas, sobre todo en el ámbito empresarial del trabajo es magnífica. Todo con gran humor, incredulidad y, por supuesto, un alto grado de toxicidad en sus relaciones.

Por supuesto, si uno habla de cultura japonesa en lo laboral, no puede dejar de mencionar el famoso método Kaizen de mejora continua. Creo que me lo mencionó mi papá, lo leí en un libro de gestión y finalmente lo terminé viendo en un posgrado. ¡Admirable e imitable! Los japoneses tendrán muchos problemas con la fertilidad, el envejecimiento de su población, la inequidad con las mujeres y demás, pero sin duda, tienen un método que invito a que lo lea. Seguro le sacará algo para su trabajo.

Todo este prolegómeno se hizo larguísimo, tedioso y, lo peor de todo, disperso (solo faltó contar que con mi esposa ya visitamos dos veces el Jardín Japonés de la ciudad de Buenos Aires, por puro gusto). Por eso, lo que viene es cortito y al pie, “como patada de chancho”: dos películas y una serie japonesas.

1) Rashomon (1950)

Con esta película de Akira Kurosawa (sí, tengo un montón de sus películas en mis pendientes) me ocurrió algo singular: me la recomendaron tanto que, cuando la vi, me pareció sobrevalorada y la anoté en “mis grandes decepciones”. Como lo supe cuando la vi por segunda vez (sí, soy de los que pueden ver una película varias veces, aunque mi esposa no lo entienda), lo que en realidad había pasado era que no estaba preparado para apreciarla como correspondía.

¿Cómo puede gustarnos una película que narra un crimen horrendo en el Japón medieval? ¿Qué podemos sacar en limpio? Muchísimo. Es más, a mí me la recomendaron como abogado, porque enseña las distintas formas de narrar un mismo hecho. No puedo menos que recomendarla. Es más, luego de eso me fui a leer los dos cuentos que Kurosawa funde en la película, En el bosque (1922)y Rashomon (1915) de Ryunosuke Akutagawa. Y sí, tampoco me defraudaron.

2) La Fortaleza Escondida (1958)

Otra vez Akira Kurosawa nos sumerge en el Japón medieval y nos encanta. ¿Cómo es posible que George Lucas se haya inspirado en esta película para hacer Star Wars? Eso me pregunté cuando leí al pasar en algún diario. Me di el tiempo para ver la película hace poco y lo entendí todo. Lucas imita a Kurosawa no solo en las transiciones sino también en la decisión de que quienes cuenten la historia sean no los protagonistas, sino dos personajes del reparto. No el serio héroe ni la especial princesa a salvar, sino dos pequeños hombres zaparrastrosos golpeados por la guerra. No importa si vieron Star Wars o no, vean esta película y saquen sus propias conclusiones.

3) Tokyo Trials (2016)

Gran serie que es una coproducción entre Japón, Canadá y Países Bajos (ex Holanda). La verdad sea dicha: todas las luces se las llevaron los Juicios de Núremberg —incluso el de la magistral película Judgment at Nuremberg (1961)—, pero en Japón también hubo juicios. Por supuesto, el emperador japonés quedó vivito y coleando, por decisión política del general Douglas MacArthur. Si le gusta la historia, el derecho y los entretelones políticos, la serie es para usted.