(A propósito de Santiago Legarre, Suelto en África, Claridad, Buenos Aires, 2024)
Por Santiago Maqueda.
Suelto en África es el tercer libro (después de Un profesor suelto en África y El safari de la vida) que Santiago Legarre escribió con motivo de sus viajes a África.
En 2016, Legarre publicó en el diario La Nación una apología del rol de la literatura en la vida. Decía que una buena razón para leer literatura está en la “experiencia vicaria” que conlleva, esto es, en que uno a través de la literatura puede vivir (en la imaginación, está claro) vidas ajenas y aprender de ellas. Si bien la recuerdo con bastante precisión, vuelvo al texto a buscar la cita completa: “Al leer una historia (sea la de Anna [Karenina], sea cualquier otra que valga la pena y que esté bien contada), enriquecemos nuestra propia vida con una vida prestada; obtenemos la oportunidad de aprovechar la experiencia de otro y podemos generar anticuerpos; recibimos un suero que nos protegerá cuando llegue el día en que una nueva experiencia esté a la puerta para inyectarnos algún veneno que, de otro modo, sería mortal para nuestros mejores proyectos”.
Por supuesto que esto de la “experiencia vicaria” no se aplica a todas las formas de literatura; tampoco busca rebajar la literatura a un mecanismo meramente educativo, moralizante o proselitista. Sí se puede interpretar, creo yo, en el sentido de que la buena literatura nos puede hacer más inteligentes. Y que el desafío está en que la literatura, si es buena, no cifra esas ideas y conceptos explícitamente, sino que los conjuga implícitamente con las anécdotas y recursos estéticos utilizados. Dicho más simplemente: las gemas de un texto literario (más allá de lo anecdótico y del entretenimiento), si ese texto es bueno, están ocultas y requieren leer (y releer) un poco más allá.
Planteo esto porque creo que Suelto en África presenta esos niveles de lectura: la anécdota por un lado, y las ideas que se conjugan con esas anécdotas, por otro. Y no porque sea un libro de viajes, que lo es (y que por tanto genera ese efecto vicario de viajar sin viajar). Ni tampoco porque sea un libro basado en experiencias reales del autor, que también lo es (o él dice que lo es: en este punto es irrelevante si son historias que ocurrieron por fuera del texto, pues bien podrían ser totalmente ficticias (en algún sentido, siempre hay una ficcionalización incluso en lo autobiográfico) y, a los efectos de las ideas de fondo, serían igualmente eficaces).
Muy por el contrario, el libro, a diferencia de los dos anteriores del autor, no es principalmente un libro sobre África ni sobre safaris, sino un libro sobre la Amistad (con mayúscula inicial). Tiene 25 capítulos que, sean según el caso optimistas, lúdicos, serios, irónicos o insólitos, reseñan historias y enseñanzas que involucran, cada uno, a dos pares de amigos del narrador, y que actúan a modo de homenaje o memoria en torno a ese par de amigos. El último capítulo refiere a la relación del narrador con una entidad distinta, más supraindividual: el Safari y yo. Los capítulos siguen un hilo narrativo, pero pueden leerse salteadamente sin riesgo. Es más, creería que una buena forma de leerlo es totalmente al azar, despegándose de la trama más amplia (los viajes del narrador a África), y advirtiendo qué ideas se nos presentan sobre la amistad. Las anécdotas son interesantísimas y a veces hilarantes e irónicas: clases universitarias, safaris, nacimientos, bodas, entierros, choferes, lujos, miserias, y las más diversas dinámicas sociales en Kenia. Pero, como dije, no es solamente un libro de viajes o un recuento de anécdotas africanas, ni tampoco un libro de reflexiones religiosas, políticas, morales, animálicas y de costumbres, aunque también lo sea y muy interesantemente. Sus páginas cifran otra cosa: cómo detectar personas con quienes pueda existir afinidad, cómo crear lazos humanos con una multiplicidad de personas distintas (profesores, alumnos, choferes, personal de maestranza, ejecutivos, abogados, guías de safari, ministros católicos, protestantes y musulmanes), cómo confrontar cuando es necesario por el bien de la relación, cómo entretenerse irónicamente con los propios amigos (y muchas veces a costa de ellos; esto es una parte fundamental de la amistad entendida sanamente). Y sobre todo, por qué vale la pena cultivar la amistad.
Por todo eso, también, el libro puede leerse como un alegato en contra de la acepción de personas; todo el tiempo el narrador está encontrando los aprendizajes y experiencias más importantes en los personajes y contextos más inverosímiles. En un capítulo muy lindo se les rinde “tributo”, literalmente, a dos guías de safari de quienes el narrador dice que aprendió a ser él un guía principiante. Y es que no es nada usual un libro dedicado a escribir y reunir recuerdos, anécdotas y aprendizajes en torno a amigos. Esto ilustra muy bien esa idea, tan aceptada (y quizás políticamente correcta de pensar) pero tan poco practicada, de que la acepción de
personas nos puede hacer perder de vista la realidad. Con la acepción de lugares, por extensión, ocurre lo mismo. Tener que enfrentarse a lo que incomoda y genera rechazo (impuntualidades, informalidades, cancelaciones o reprogramaciones de planes) puede ser una oportunidad de descubrimiento. Hay toda una realidad que la acepción de personas (y de lugares) nos oculta.
Llegando al Epílogo, el autor da la clave que ratifica esta interpretación: “Se siente, y está, ‘suelto’ en un lugar, quien se sabe libre de ataduras y se mueve a gusto, en ese lugar. Solamente puede producirse esta sensación y esta realidad de la soltura, gracias a las raíces; gracias a los amigos; y también a los familiares, cuando los hay. Por eso, y aunque suene paradójico, solo puede estar suelto en un lugar quien está agarrado a él por vínculos”.
Leer este libro puede entonces ser un modo de encontrarse con esa realidad humana tan esencial para la buena vida que es la amistad, y con la capacidad que ésta tiene para atarnos pero también, una vez establecida, para permitirnos ser y actuar más sueltamente. Con los amigos, sólo atado a ellos se puede estar suelto entre ellos; ésta es la paradoja central.
Santiago Maqueda
santiagomaqueda@gmail.com
