Por Martina Cozzo Lacambra.
En El sí de las niñas, Leandro Fernández de Moratín despliega una de las más finas y lucidas críticas a la hipocresía social y el autoritarismo familiar de su tiempo. Detrás de una trama aparentemente simple —una joven obligada a casarse con un hombre mayor al que no ama— late un conflicto universal: el enfrentamiento entre la autoridad y el deseo, entre las normas que oprimen y la fuerza interior del amor que busca expresarse libremente.
La consigna “El amor es más fuerte” atraviesa toda la obra, no como un eslogan romántico, sino como una afirmación moral y humana. En un mundo dominado por el miedo, la apariencia y el deber, el amor aparece como la única fuerza capaz de reestablecer la verdad. Es la voz silenciosa que resiste el mandato social, la que afirma la autenticidad frente a la obediencia.
Fernández de Moratín escribe esta comedia a comienzos del siglo XIX, pero su mensaje trasciende en el tiempo. Lo que plantea no es solo una crítica a las costumbres de una España antigua, sino una reflexión sobre el alma humana: sobre la necesidad de amar con libertad y de vivir de acuerdo con la verdad del propio corazón. En este sentido, El sí de las niñas sigue hablándonos, porque en cada época hay mandatos, miedo y estructuras que buscan domesticar el amor.
La imposición del deber y el silencio del corazón
Desde las primeras escenas, Fernández de Moratín presenta un mundo donde las decisiones personales no pertenecen al individuo, sino a los otros. Doña Paquita (también conocida como doña Francisca), una joven de apenas dieciséis años es tratada como una moneda de cambio por su madre, doña Irene, quien la entrega en matrimonio a don Diego, un hombre de casi sesenta. La madre no actúa movida por maldad, sino por una ceguera social: cree cumplir su deber, garantizar el bienestar de su hija, conservar el “honor”.
Pero ese deber es, en realidad, una forma de violencia invisible. Paquita es buena, obediente, sumisa, porque así la han educado. No se le ha permitido desear, ni mucho menos decidir. Su “sí” —el que da título a la obra— es una palabra vacía, una concesión forzada. La joven no puede negarse, pero tampoco puede amar por mandato. Fernández de Moratín expone con sutileza el drama de tantas vidas que se rigen por el miedo a decepcionar, a desobedecer o a quedar fuera del molde social.
En este contexto, el amor se convierte en una fuerza de resistencia. El amor entre Paquita y don Carlos, aunque discreto y reprimido, representa la afirmación del sentimiento frente a la imposición. Es un amor clandestino, pero verdadero; un amor que no busca romper el orden, sino vivir con honestidad. Frente al artificio del matrimonio arreglado, este amor clandestino es el único que tiene sustancia: el único que no miente.
Fernández de Moratín hace del amor un acto de verdad. Paquita, que parece débil, encarna una valentía silenciosa: la de no renunciar a lo que siente, incluso cuando todo la empuja a hacerlo. Su amor no grita, pero persiste; y es esa persistencia la que, finalmente, transforma la historia.
Don Diego: el poder que se redime por amor
El otro gran eje de la obra es la figura de don Diego, el hombre maduro que busca casarse con Paquita. A primera vista representa la autoridad, el orden y la razón. Es un personaje racional, prudente, respetable; pero, sin advertirlo, está participando de un acto de injusticia. Al igual que doña Irene, cree que el amor puede organizarse o decretarse.
Sin embargo, a lo largo de la obra, don Diego experimenta una transformación moral profunda. Descubre que Paquita no lo ama y que su corazón le pertenece a otro. Lejos de reaccionar con celos o violencia, actúa con una nobleza que desarma toda estructura de poder. Decide liberar a la joven y permitir que siga su verdadero sentimiento.
Ese gesto, más que una renuncia, es una victoria moral. Don Diego demuestra que el amor más fuerte no siempre es el que conquista, sino el que comprende y deja ser. Su decisión final no nace del orgullo, sino del reconocimiento de la libertad ajena. Comprende que no hay felicidad que pueda construirse sobre la coacción.
En ese momento, el amor —entendido no solo como pasión, sino como compasión, respeto y bondad— vence al orgullo, a la costumbre y a la rigidez social. Fernández de Moratín eleva el amor a una categoría ética: amar es querer el bien del otro, incluso cuando ese bien no nos incluye.
Don Diego, que al principio representaba la autoridad, termina siento el símbolo de la razón iluminada por el sentimiento. En él, el autor propone un modelo de humanidad que conjuga inteligencia y ternura, justicia y generosidad. Su gesto final es una forma de amor superior, porque libera.
El amor frente a la hipocresía social
El autor escribió El sí de las niñas en una España donde la apariencia valía más que la verdad. Las jóvenes eran educadas para obedecer, las madres para negociar, los hombres para mandar. El amor, reducido a un privilegio o a un escándalo, era considerado una debilidad.
En ese contexto, afirmar que “el amor es más fuerte” es casi una revolución. La obra cuestiona no solo a las personas, sino al sistema entero que impone silencios. Doña Irene, convencida de actuar correctamente, encarna la sumisión a una moral vacía. Se preocupa por el qué dirán, por el decoro, el futuro económico, pero nunca por la felicidad real de su hija. Fernández de Moratín no la juzga con crueldad, pero sí la desnuda: muestra como el amor, cuando se disfraza de deber, deja de ser amor.
Frente a esta hipocresía, el autor propone un retorno a la autenticidad. No hay amor verdadero sin libertad, ni virtud sin verdad. Paquita y don Carlos representan la juventud que empieza a despertar, que se atreve a sentir. Don Diego, por su parte, simboliza la madurez que aprende a ceder, comprender. En ambos extremos —la juventud que ama y la madurez que entiende— el amor actúa como fuerza transformadora.
El desenlace de la obra no es solo un final feliz: es una reivindicación del sentimiento sobre la apariencia. En una sociedad que valora la obediencia, se recuerda que el amor es una forma de verdad y que decir que “sí” sin sentirlo es una forma de traición hacia uno mismo.
El amor como verdad moral y fuerza transformadora
La frase “el amor es más fuerte” puede entenderse de diversas maneras, pero en El sí de las niñas adquiere un sentido profundo: el amor es más fuerte porque revela lo verdadero. Es más fuerte que la autoridad, porque no puede imponerse; más fuerte que la costumbre, porque nace del alma; más fuerte que el miedo, porque no se deja silenciar.
El amor en Fernández de Moratín no es una amor idealizado ni heroico: es humano, sensible. Pero su fuerza radica en que, incluso en medio de la represión, busca la verdad. La obra nos muestra que el amor no siempre triunfa con ruido; a veces lo hace en silencio, a través de gestos de comprensión, de renuncias, decisiones éticas.
Don Diego y Paquita, cada uno a su modo, son vencidos por el amor, pero también redimidos por él. En ambos hay una transformación interior. El amor los hace mejores: a ella, más consciente de sí misma; a él, más humano.
Desde la serenidad del teatro ilustrado, el autor nos recuerda que el amor no se opone a la razón: la completa. Amar no es perder el juicio, sino comprenderlo de otra manera. En el fondo, la obra propone una nueva moral: aquella que se basa no en el mandato, sino en la empatía; no en la obediencia, sino en la libertad.
Conclusión: cuando el amor libera
El sí de las niñas es una historia de liberación. Paquita recupera su voz, don Diego su conciencia y la sociedad —aunque lentamente— empieza a comprender que no puede haber virtud sin libertad.
La frase “el amor es más fuerte” resume esa transformación: el amor, cuando verdadero, vence lo que parece invencible. Rompe las cadenas invisibles del miedo, del deber mal entendido y de la costumbre.
El autor no plantea una rebelión, sino una revolución interior: la de escuchar al corazón y actuar con justicia. En su obra, el amor no destruye el orden: lo purifica; no desafía la razón: la ennoblece.
Por eso, dos siglos después, su mensaje sigue teniendo vigencia: cada vez que alguien elige amar sin miedo, decir la verdad, aunque duela o liberar a otro de una obligación injusta, está repitiendo el gesto de don Diego y Paquita.
El sí de las niñas nos enseña que el amor no siempre gana en los papeles, pero siempre vence en el alma. Porque, en definitiva, el amor —cuando es libre, sincero y justo— es la fuerza más poderosa de todas.
Martina Cozzo Lacambra (22)
Estudiante de Abogacía
cozzomartu@gmail.com
