Por Benjamín Sala.
Julio Cortázar, considerado un innovador en la narrativa experimental del siglo XX, es célebre por su obra Historias de cronopios y de famas. Publicada por primera vez en 1962, esta colección de relatos breves y fragmentos humorísticos se inscribe dentro del contexto del Boom Latinoamericano, un movimiento caracterizado por la experimentación estilística y la internacionalización de la literatura de la región.
El libro está dividido en varias secciones; la última, que da título al volumen, perfila a los seres fabularios —o, acaso, a los arquetipos humanos— que protagonizan los relatos: los cronopios, los famas y las esperanzas. A través de situaciones absurdas y diálogos ingeniosos, Cortázar convierte la obra en una sátira que aborda temas sociales y existenciales, planteando una crítica al universalismo abstracto del lenguaje.
La propuesta existencial de Cortázar en Historias de cronopios y de famas se expresa mediante la caricatura de dos extremos de la conducta humana: el orden inmutable y la creatividad caótica.
Los famas se caracterizan por ser criaturas rígidas, organizadas y sentenciosas. Están profundamente apegados a los convencionalismos y a las ataduras propias de las clases dominantes. Su conducta se orienta a la consecución del éxito y de los objetivos propuestos, y cuidan de la formalidad y del orden establecido en todo contexto. Encarnan la burguesía o los hombres de éxito cuyo vocabulario predilecto incluye términos como orden, calidad, rendimiento y excelencia.
La obsesión de los famas por clasificarlo todo se extiende incluso a su vida interior: suelen poner etiquetas hasta en sus recuerdos para mantener cada cosa pulida, limpia y en su lugar. Actúan como custodios del orden y su principal motivación es la búsqueda de aceptación y el cumplimiento de las expectativas sociales. Esta rigidez y la resistencia al cambio se vuelven para ellos fuentes de conflicto interno y externo. Incluso llegan a amargar a los cronopios con sus grandes libros llenos de reglas si estos amenazan con entregarse al juego en lugar de trabajar.
Los cronopios se presentan en contraposición total a los famas. Son descriptos físicamente como seres verdes y húmedos, desordenados y tibios. Poseen una imaginación desbordante y se muestran ingenuos, sensibles, idealistas y poco convencionales.
La vida de los cronopios está regida por el deseo, el placer y la libertad; se comportan como exploradores de la vida y la imaginación. A diferencia de los famas, no son generosos por principio y son capaces de realizar acciones absurdas, aunque llamativas. Su desorden es evidente: en sus casas hay ruido, puertas que se golpean, y cuando cantan sus canciones favoritas se entusiasman tanto que a menudo se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana y pierden lo que llevan en los bolsillos y hasta la cuenta de los días. Incluso evitan tener hijos, pues el recién nacido insulta groseramente a su padre al ver en él la acumulación de futuras desdichas. Su impulso es vivir conforme a sus propias reglas, sin restricciones externas.
El ejercicio de toma de posición existencial ante la tipología cortazariana exige la negación de ambos extremos y la búsqueda de un punto de mediación que permita la acción efectiva en el mundo real —la esfera de la praxis— sin sacrificar la vitalidad ni el vínculo humano —la esfera de la poiesis—.
La condición de fama resulta insostenible porque conlleva una aceptación acrítica de la convención social y una ausencia de imaginación. Si bien la organización es una virtud necesaria para cualquier ámbito, incluido el legal o el académico, el fama eleva el orden a una tiranía. Está tan obsesionado con el control que clasifica y etiqueta sus propios recuerdos. La memoria y la vida interior, elementos que definen la subjetividad, no pueden ser confinadas a un fichero o a un estante. Esta rigidez emocional atenta contra la riqueza de la experiencia humana, que es por naturaleza, caótica y múltiple.
El fama está motivado por el éxito y términos como productividad, lo cual lo sitúa en la óptica del ser sabio —homosapiens— subordinado al bien económico, en contraposición al ser que juega —homoludens—. El valor de una acción no puede medirse únicamente por su eficacia o su resultado tangible, sino también por el proceso creativo y lúdico que entraña aspectos que el fama desatiende en favor de la rigidez formal.
La condición de cronopio, aunque seductora por su idealismo y búsqueda de libertad, resulta impráctica y autodestructiva para desenvolverse en un sistema que demanda coherencia y estabilidad. La inclinación de estos seres hacia la desgracia es voluntaria. Su entusiasmo es tan grande que pierden objetos, se caen y hasta se dejan atropellar. El fama puede ser excesivamente previsor, pero el cronopio carece de la adaptabilidad a las circunstancias que requiere el compromiso con una tarea —académica o profesional— donde se necesita una jerarquía básica de prioridades y el seguimiento de ciertas normas.
El cronopio es desordenado e idealista, rasgos que lo colocan en un conflicto permanente con toda estructura social. Un entorno profesional —o cualquier sistema que implique una interacción organizada— requiere previsión y la capacidad de establecer una planificación racional. La negación sistemática del orden y la preferencia por el caos hacen imposible la comunicación eficaz y el logro de objetivos colectivos.
De esta manera, podemos concluir que el análisis de las tipologías existenciales presentadas por Cortázar en Historias de cronopios y de famas revela dos extremos mutuamente excluyentes y deficientes en su totalidad. El fama, con su mente organizada y su búsqueda de aceptación, encarna la rigidez sofocante de la convención, mientras que el cronopio, ese ser verde y húmedo que vive en el juego y el desorden, simboliza la fragilidad y el desdén por la estructura necesaria.
La mediación se impone como la única vía operativa. El posicionamiento existencial debe integrar la disciplina —valorando la previsión y la organización del fama en la esfera del quehacer profesional— con la imaginación de los cronopios, reservando el espacio lúdico y su sensibilidad para el desarrollo personal y creativo. Se rechazan ambos prototipos no por sus rasgos individuales —la creatividad o la planificación—, sino por la exclusividad del modo en que cada uno ejerce su papel. Para vivir de manera plena y funcional se requiere la astucia del cronopio —que se aprovecha del descuido de los famas— aplicada a la estructura del fama, evitando así la categorización totalitaria de la existencia.
Benjamín Sala
benjaminsala@uca.edu.ar
