La patria es un concepto anticuado

Por Pedro F. Rossaroli.

Trafalgar de Benito Pérez Galdós, narra la historia de Gabriel, adolescente andaluz, en el marco de una de las peores derrotas militares del Imperio español. La historia se nos presenta como el relato anecdótico de su protagonista, quien —pese a verse envejecido y nostálgico— consigue llevarnos con total lucidez, no solo al contexto histórico, sino a la mente de aquel joven testigo de tan terrible tragedia. 

La historia nos trae una multiplicidad de personajes los cuales nos permiten empatizar plenamente con las desventuras de nuestro protagonista abordo de los navíos de la flota franco-hispana. Entre ellos, Don Alonso, patrón de Gabriel, quien se nos presenta como un hombre paciente y apasionado por su oficio de marino; y Marcial, de idéntica ocupación, aunque este ejerce su pasión con mucha más vehemencia.

Entre los personajes femeninos me interesa resaltar primero a Doña Francisca, esposa de Alonso —o Paca, como la llama su marido—, quien tiene un terrible carácter y una férrea desconfianza hacia España, país que tanto riesgo le ha hecho correr a su esposo. En segundo lugar, Doña Flora, prima de Alonso, encarna la antítesis de Paca: un profundo y fervoroso orgullo por su patria.

La novela explora una multiplicidad de sentimientos y emociones, que van desde el rencor y la desilusión hasta el miedo. Pero, entre todas estas, el amor surge (posiblemente junto con el miedo) como un elemento principal. No me refiero al amor infantil que Gabriel siente hacia la hija de sus amos. Es otro mucho más complejo y abstracto: el amor a la patria. 

Cada uno de los personajes que traídos a colación tiene una visión divergente de su patria: Francisca, movida por el temor a la pérdida de su esposo, llega casi a calumniarla  cuando lo ve deseoso de volver al mar.; Marcial y Don Alonso son capaces de ignorar la pesadumbre de sus cuerpos al oír el llamado del deber; Gabriel apenas logra comprender la idea de nación (hablaba de “islas”), viéndose obligado a desarrollar su vínculo con la patria en un bautismo de fuego; y, por último, Flora, la cual, en las primeras líneas donde el narrador introduce su personaje, nos deja en claro que se trata de toda una patriota.

Es por esto que resulta difícil extraer una definición de patria que surja del libro. Si bien —más adelante— el autor nos da una gran definición de este concepto, jamás parece imponerlo en el relato. De algún modo, respeta la postura que cada uno de los protagonistas asume respecto de la patria. Así, por ejemplo: si bien Francisca frecuentemente hace comentarios que bien Gabriel describe como antipatrióticos, nunca los humilla y accede a esbozar los argumentos por los cuales ella expresa este tipo de opiniones. 

En línea con lo mencionado anteriormente, quiero recuperar la idea que Gabriel tenía sobre la patria, antes de zarpar de Cádiz:

“[…] la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el Rey […] para mí era de ley que uno debía entusiasmarse al oír que los españoles habían matado a muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses después […]. Con tales pensamientos, el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.”

De este extracto surge una idea rudimentaria de patria, no necesariamente desatinada, pero sí infantil. Quizás, además de precaria, sea un poco anacrónica: que el patriotismo se circunscriba a matar al que es distinto es, sin lugar a duda, poco cool.

La Patria, como idea, se desprende necesariamente de un “nosotros”. En tiempos realmente pretéritos (más incluso que aquellos que albergaron la batalla de Trafalgar), “nosotros” era un concepto literalmente vital (y hasta evolutivo), pues equivocar a un miembro de un grupo ajeno con uno del nuestro era un acto de torpeza que acabaría con nuestro linaje en ese preciso instante.

Algo del “ellos y nosotros” se ha sedimentado en el ideal patriótico. Son varios los pasajes de la novela en los que Marcial y Alonso (junto al aliento de Flora) justificaban su conscripción —pese a reconocer lo poco provechosa que estaba siendo la alianza de España con Napoleón— pues habían de defender su estilo de vida del “perro inglés”.

Llama un poco la atención, entonces, que se quiera desechar este componente de autopreservación que encierra el concepto de patria. Creer que hay muchas islas distintas y que todas estas son, a su vez, para todos, es —casi por definición— negar la idea de patria.

Pero es cierto que atentar contra la vida humana en nombre de la patria es una artimaña política que hoy menos cabida tiene. Creo que esto es afortunado. La división entre ellos y nosotros no tiene por qué ser violenta. El progreso es justamente eso: aceptar al otro en su otredad, no para la homogeneización de la especie humana.

Existe también la posibilidad de que “patria” sea un concepto más amplio de lo que creemos. Quizás el pueblo sea la patria, o la nación, hasta la familia de uno podría ser la patria. Y parece ser esta una conclusión similar a la que llega Gabriel, ya en altamar:

“en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba […]. Me representé a mí país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos: me representé una sociedad dividida en familias […] me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera […] para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, […], la casa donde vivían sus ancianos padres, […] [el] sarcófago de sus mayores, […] la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos […] todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.”

No soy ingenuo: la maleabilidad de este concepto ha sido descubierta por muchos otros antes de mí, y ha sido causa también de las más deshonestas estrategias de manipulación que las distintas naciones han visto, siguen viendo y seguirán viendo.

El vínculo que surge entre los miembros de una comunidad puede ser utilizado como argumento de poder o herramienta de control. La Patria ha servido para movilizar al hombre, para justificar atrocidades, satisfacer intereses de unos pocos y hasta excluir a otros. El hecho de que el patriotismo pueda usar el miedo y manipular al amor significa que si no tenemos cuidado al invocarlo, podríamos estar frente a una de las más terroríficas armas que el hombre es capaz de crear.

Así, “la patria” no es solo un concepto abstracto. Surge en cada acción, en la preocupación por los nuestros y lo nuestro. Patria puede ser una barroca historia común o simples anécdotas que merodean en el inconsciente colectivo. 

Pasando un poco más en limpio, la patria, entonces, es lo de uno: aquellas cosas que me dan contexto, razones e identidad.

Entonces, la cuestión de si la patria es o no un concepto anticuado dependerá, en mi opinión, de la visión que tengamos de ella. Si la entendemos como un leviatán al que hay que obedecer y defender sin chistar, está claro que es algo que no debería tener cabida. Si, en cambio, la concebimos como la totalidad de nuestros afectos, nuestra historia y nuestras inocentes —aunque a veces no tanto— tradiciones, entonces de ninguna manera podemos hablar de algo vetusto, pues la identidad puesta al servicio de una comunidad fraterna es motor del progreso y nunca un lastre.

En este sentido, es posible que el personaje con la idea más progresista de patria fuera —paradójicamente— doña Francisca, pues, al presentársele la posibilidad de perder a su marido en el mar o de que su hija perdiera al amor de su vida, o que cualquier conflicto mayor pusiera en riesgo su hogar y la armonía de su familia: temía que la patria destruyera su propia patria.