Por Sofía Pafundo.
I. Introducción
Existe un refrán popular que postula “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Con esta frase se busca ilustrar cómo uno puede establecer objetivos, proyectos o metas, pero puede ocurrir un hecho imprevisible que nos desvíe de ese camino que uno creía que iba a ser nuestro futuro y que sería así para siempre.
En el mismo sentido, se suele decir que “nada es para siempre”. Esto implica que no hay, en principio, nada que sea eterno, que pueda durar indefinidamente. La única excepción que se podría plantear es Dios.
En este ensayo, se intentará analizar la veracidad de la frase “nada es para siempre” con relación a la novela Pepita Jiménez (1874), del escritor y diplomático español Juan Valera (1824-1905). Se trata de una historia romántica sobre un amor prohibido entre dos personas.
II. Breve resumen de la novela
Pepita Jiménez cuenta las vivencias de don Luis de Vargas cuando se encuentra visitando a su padre. Él es un muchacho joven que desea dedicarse al sacerdocio. Durante su estadía conoce a Pepita Jiménez, una mujer viuda a la cual su padre corteja.
En la primera parte del libro, Cartas de mi Sobrino, Luis le cuenta a su tío —quien lo instruyó en el orden sagrado— que ha conocido a Pepita por correspondencia. A medida que el lector avanza en la obra, ve como el protagonista pasa de negarle a su tío sus sentimientos por aquella mujer a reconocer que está muy enamorado de ella. Esta primera parte del libro finaliza con el rechazo de Luis a Pepita, que queda devastada.
En la segunda parte de la novela, Paralipómenos, un narrador en tercera persona relata al lector los hechos posteriores a la última carta de Luis a su tío. El protagonista visita a Pepita, cuya salud se deterioró a partir del rechazo de la persona a la que tanto amaba. Ella le ruega a su amado que abandone su intención de ser sacerdote para estar juntos. Inicialmente Luis vuelve a rechazarla, pero termina aceptando su amor. Se le revela al lector que todo este tiempo el padre de Luis estuvo interesado en que se formara la pareja.
En la tercera parte del libro, el epílogo, Cartas a mi hermano, el padre de Luis le cuenta a su hermano qué pasó luego del matrimonio entre Pepita y Luis. Relata con alegría la vida de los protagonistas y que ya es abuelo.
III. ¿Es correcta la frase?
Si interpretamos la frase “nada es para siempre” en un sentido literal, nada es para siempre porque todos los seres humanos tenemos un destino inexorable: la muerte. Saliendo de esa interpretación, cabe preguntarse si puede existir alguna cosa que sea de tiempo indefinido; que no sea posible detenerla.
Luis de Vargas es un hombre demasiado joven, pero está determinado a ser sacerdote. No cree posible que algo pueda interponerse en su camino. Lo último que espera es que aquello que pueda desviarlo sea algo inadmisible para alguien como él: el amor profano de una mujer.
En la novela se nos ilustra el conflicto que genera al protagonista, predispuesto a recibir el sacramento del orden sagrado, conocer a una dama cuyos encantos lo conducen a desviarse cuando casi llegaba a la meta.
Pese a intentar evitarlo, Luis se enamora de Pepita Jiménez. No solamente es un amor prohibido por ser algo inadmisible para un aspirante al sacerdocio, sino también porque aquella mujer que lo desorienta es el objetivo de conquista de su padre, don Pedro de Vargas.
Al final de la novela, Luis opta por el amor y formar una familia con Pepita, pero no puede evitar pensar en cómo sería su vida de no haberse desviado de su camino. Esta angustia persigue a Luis, ya casado y con un hijo. Este malestar que le genera pensar en lo que pudo haber sido se refleja en una de las cartas de Don Vargas a su hermano al final de la novela:
“Luis no olvida nunca, en medio de su dicha presente, el rebajamiento del ideal con que había soñado. Hay ocasiones en que su vida de ahora le parece vulgar, egoísta y prosaica, comparada con la vida de sacrificio, con la existencia espiritual a que se creyó llamado en los primeros años de su juventud (…)”.
Nada es para siempre porque existe la posibilidad de que se interponga algo en nuestro camino que nos dirija a uno nuevo. Siempre puede atravesarnos la salud, el amor o inclusive el desamor, entre otras cosas.
¿Puede haber algo que sea para siempre y que no se vea perturbado por circunstancias externas? Si uno se aferra a la frase “nada es para siempre”, no existe cosa alguna en el mundo que pueda no verse trastocada y que pueda trascender. Apartándose de esa lógica, deberá verse si hay algo que lo contradiga o si hay alguna excepción a la regla.
Remitiendo nuevamente a la novela, pareciera en el epílogo Cartas a mi hermano que el amor entre Luis y Pepita fue para siempre. Aunque no conozcamos qué fue de sus vidas hasta el último día podemos imaginar que entre ellos existió algo que en pocas parejas se encuentra: un amor verdadero, de entrega mutua y siendo fieles en las alegrías y en las penas; en la salud y en la enfermedad.
Pareciera que nada es para siempre, pero que con cierta disposición de la voluntad podría serlo. Luis prometió ser fiel, amar y respetar a su esposa hasta que la inevitable muerte los separe. Pese a que se apartó de su camino original de vivir una vida de sacrificio, Pepita calma sus angustias recordándole que su amor, pese a ser secular, puede ser una forma de servir a Dios.
“(…) pero Pepita acude solícita a disipar estas melancolías, y entonces comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones, y concientizar la viva fe y el amor de Dios, que llenan su alma, con este amor lícito de lo terrenal y caduco.”.
Aunque abandonar lo que parecía nuestro camino de vida genera angustias, podemos encontrar regocijo en el nuevo destino. Aunque el trayecto original se abandonó, el siguiente puede ser el definitivo y perpetuo.
IV. Conclusión
Como conclusión, pocas cosas son para siempre. Los buenos libros —como Pepita Jiménez—, las metas y sobre todo la vida humana siempre tienen un fin. Muy pocas cosas pueden ser para siempre, tal como el amor mutuo en una pareja predispuesta a formar una vida juntos. La frase “nada es para siempre” es correcta, porque la mayoría de las cosas tienen un fin, pero existen ciertas excepciones a la regla.
Sofía Juana Pafundo (21)
Estudiante de Derecho
sofiajuanapafundo@gmail.com
