No es difícil hacer una clasificación de cada profesor en un molde: el que esta en la facultad desde abrieron sus puertas, y es más parte del edificio que la misma biblioteca, el joven ayudante que todavía se siente parte del alumnado, al que todos le tenemos miedo… Hay, sin embargo, profesores que están más allá de los arquetipos, y éste en especial, combina una mezcla de cualidades que hacen difícil delinear su persona.
Con su voz un poco ronca y serena pero, a la vez, con energía y entusiasmo por su materia, el profesor Migliore logra colarse en las cabezas de sus alumnos e introducirlos al vastísimo mundo de la filosofía. “Mi materia está dentro de la carrera y fuera de la carrera: es más una introducción a un planteo vital. La filosofía es un estilo de vida más que una profesión. Fundamentalmente porque te jugás mucho al decidir estudiarla, y es un compromiso con un modelo de vivir. Lo más lindo es enseñar eso y, en última instancia, si el Derecho estuviera bien enseñado, tendría que ser también eso. Bobbio (el positivista) decía de Gioele Solari, su maestro: ‘ Había llegado a convertir el tema del derecho en un problema de conciencia. En última instancia, un problema moral’. Ese tipo de preguntas en la facultad es elemental. Aparte, la sensación mía es que son las preguntas que de alguna manera uno se sigue haciendo. En la universidad es justo el momento en que cada uno empieza a dejar los criterios de la familia, empieza a armar criterios propios, y entonces al enseñar este tipo de materia uno siente una obligación”.
¿Y eso es lo que más disfruta de su trabajo? ¿Las clases?
Sí, por un lado, esa sensación de estar enseñando, me gusta dar clase, me gusta estar con la gente; siento que no lo hago mal. Si me decís de estar estudiando todo el día y no dar clases, ¡te digo que no! Me gusta charlar, las inquietudes… Yo les contaba que la universidad es el lugar ideal para pasar las generaciones. Les ponía un ejemplo del casamiento del hijo de un profesor de la facultad de filosofía: todas las generaciones en la misma mesa, charlando con esa posibilidad de comunicarse más allá de las diferentes edades.
Por otro lado, ahora estoy tratando de escribir un poco más (no escribir por escribir), sino sobre aquello de lo que reflexioné, que se vuelque a una profundización más honda. Tratar de tocar un poco más la realidad argentina, porque es más fácil criticar a un autor que apuntar a pensar sobre la realidad: un profesor habla de filósofos, un filósofo habla de la realidad.
Invirtiendo los roles: ¿cómo fueron sus años de estudiante?
Yo estudié en el Colegio Nacional de Buenos Aires, un colegio muy politizado: agarré en parte todo el lío del ‘70 previo al ‘76. Y en casa de padres abogados, abuelos abogados, me metí en abogacía.
¿Estudió derecho y filosofía? ¿Le costo descubrir qué era lo suyo? ¿Por qué se decidió finalmente la filosofía?
Ah bueno, ¡para eso tenemos todo el día! [Se ríe]. En ese momento la filosofía me gustaba, pero no me hubiera animado a meterme en filosofía directamente con toda una tradición de juristas, y dije: “bueno, Derecho”. Y, en determinado momento, yo tuve una crisis muy grande y me encontré con gente de una congregación religiosa, y empecé a pensarme con una vocación religiosa; pensé que me daba respuesta a mis preguntas. Finalmente entré al seminario, donde permanecí tres años y medio. Pero por una necesidad de títulos legales, empecé con el profesorado de filosofía. Dos años y medio después llegué a la conclusión de que no tenía vocación, entonces salí. Terminé el profesorado, y después terminé Derecho, volví a trabajar con mi viejo, pero al mismo tiempo empecé a dar clases en un colegio, con un grupo de profesores de la UCA, y en varios seminarios.
¿ Es decir, su primer vínculo con la filosofía empezó como una búsqueda en la teología de una respuesta a una crisis?
Claro, lo mío fue primero una búsqueda religiosa, y eso me llevó también a la pregunta racional. Yo venía de un colegio público recontra racionalista y entonces el tema de pensar racionalmente la fe o las razones para creer se imponía casi naturalmente; entonces era muy difícil estar en el seminario sin cuestionarme racionalmente lo que hacía ahí. Todo el problema del debate intelectual sobre qué sentido tenía la fe y cómo compatibilizarla con la razón, para mí fue muy importante: para mí es muy difícil pensar la fe sin la discusión con la filosofía.
De alguna manera, dar el paso a la fe con la convicción de la veracidad de eso que la fe propone no es un disparate: es razonable, es fundamental. Aparte, es clave para el diálogo con la cultura contemporánea, de la cual uno mismo es parte: el diálogo es con el otro y con uno mismo.
Como dice Fides et ratio : la filosofía es la aliada de la fe. No significa entender aquello lo que creo, pero sí tener la seguridad de que la razón asiente el hecho de creer.
¿Se imaginó que acabaría haciendo esto?
Sí, más o menos. Yo hablé de esto en miles de discusiones con mi mujer, Silvia. Cuando nos casamos y yo no había terminado Derecho, ella tenía la idea que el Derecho para mí era presión familiar, y yo le dije que no, que me gustaba, y hasta le tuve que hacer una especie de “promesa solemne”: que no me iba a dedicar a ser un abogado burgués, sino que me iba dedicar a la filosofía, así que la vocación primera era la filosofía. Aparte, dar clases y la vida de facultad siempre me gustó: esa idea de hacer comunidad con un grupo de personas con intereses en común.
¿Y cuando no está trabajando?
Me gusta estar en casa con los chicos (son seis), dedicarme un poco al jardín, y cuando tengo algo de tiempo agarro el velerito y me voy a navegar al medio de la nada por el río. Pero cuando haces lo que te gusta no hay un límite muy tajante, al terminar la hora de trabajo no digo: “¡Uy, que placer! Ahora me voy a disfrutar de mi vida libre fuera del trabajo”. De ninguna manera es así, yo veo toda mi vida como un goce; disfruto mucho mi trabajo.
¿Cuál considera que es su máximo logro?
No sé [se detiene y hace un pausa para pensar]. Me acuerdo que lo charlaba mucho con mi mujer. Lo que yo estoy haciendo ahora lo veía como un idea: no sabía si iba a llegar, que se yo, combinar una vocación cristiana con el trabajo parecía complicado, pero de alguna manera fue saliendo. Y la sensación que tengo, es que gente que yo respeto mucho [hablando de sus pares] me respeta: con D. Auza, por ejemplo, que fue director mío en el pasado. La sensación es, que puedo encontrar es que tipos diez y hasta veinte años mayores que yo me respetan, y esa idea de corporación me gusta mucho.
Algo que no me esperaba fue cuando la facultad de teología me nombró “Profesor Estable”, que es toda una categoría. Y la sensación que ellos ven bien; esa idea de corporación me gusta. Es decir, que los profesores consideren que uno es una persona suficientemente razonable para estar ahí. Si tuviera que reconocer algún logro, creo que sería ese.
Y también me pone muy contento encontrar a algún alumno que me diga: “ Eso que dijo, lo estuve pensando” ; la sensación de en que en clase tocás, alguna vez [se ríe con un dejo de resignación] a alguien: descubrir un chispazo en los ojos alguien, porque lo que dijiste le significó.
¿Cuáles son sus proyectos?
Me gustaría meterme un poco más en el ámbito de los postgrados, y llegar a tocar más la realidad argentina. También, escribir un poco más.
Radiografía:
• Un libro: La Suma teológica ; Sobre héroes y tumbas ; Ciudadela .
• Escritor preferido: Sábato; Saint Exupery; Lawrens.
• Película: Sorba el griego ; La batalla de Argelia ; Un lugar en el mundo .
• Personaje de la historia: Tomás Moro; Camus (intelectuales con un compromiso con la realidad).
• Le gustaría conocer: “Me hubiera gustado conocer a Juan Pablo II.”
• Un lugar en el mundo: acá mismo, y me gusta mucho el sur.
• Una persona importante: Silvia (su mujer).
• La mejor forma de distraerse: “Escuchar música, estar con mis hijos, navegar y estar en el jardín.”
• Un cantante o músico: Mozart.
Nicolás Belgrano y Paula Omodeo |
19 años
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Estudiantes de Derecho
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p.omodeo@sedcontra.com.ar
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