Por Agustina Moran.
Si realizáramos una encuesta pública con el objeto de constatar cuál es la pregunta que con mayor frecuencia se hace el ser humano, sin dudas, nos encontraríamos ante una respuesta casi uniforme: ¿qué necesito para ser feliz?
El objeto de este artículo es brindar una opinión más. Nuestra visión sobre un tema que, por más trillado que parezca, constituye la sal de la vida.
En un momento de la civilización donde lo “económico” parece convertirse en el valor “supremo”, en el “objetivo” a alcanzar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, simplemente pretendemos discutir este concepto.
En la búsqueda de nuestra verdad hemos tenido el honor de conocer personas humildes que transpiraban energía y felicidad por el hecho de compartir sus vidas enamorados de sus parejas y de sus hijos. En familia. En ese marco, un simple paseo caminando, un recorrido en bicicleta o cualquier otro evento “gratuito”, es plenamente disfrutado. ¡Quién no ha gozado de una caminata a la luz de la luna de la mano de su novio!
Por el contrario, un hombre solo, en la más exótica y bella isla del Caribe, o aún acompañado de su pareja o de su familia (con quienes no mantiene una relación armoniosa), difícilmente pueda vivir con plenitud ese momento. Casi con seguridad, al cerrar sus ojos sentirá la tristeza de no poder compartir un simple abrazo con su mujer al llegar a su casa luego de un agotador día de trabajo.
Todos en esta vida viviremos necesariamente situaciones duras, tristes, con independencia de nuestra situación económica: la partida de un familiar; la pérdida de un trabajo; una injusticia…El amparo y el apoyo de una verdadera familia facilitará en extremo la superación del trance.
Pues bien, en esta presentación intentaremos desarrollar algunas ideas destinadas a lograr la conformación de una sólida familia, punto de partida para la obtención del verdadero objetivo que todos buscamos encontrar: el camino a la felicidad.
Y para conseguir ese “punto de partida” debemos analizar y comprender un concepto básico cuya aplicación garantizará nuestro éxito: EL AMOR INTELIGENTE.
Desafortunadamente, hoy en día el concepto del matrimonio de por vida ha desaparecido. La mayoría de la gente se casa con el “respaldo” de un divorcio, en caso de que la pareja “no funcione”. Esto definitivamente no debe ser así. Todos debemos saber que siempre habrá momentos difíciles y que los mismos pueden ser sobrellevados si hay amor e inteligencia para resolverlos. Si nos casamos con la idea de un divorcio si las cosas no funcionan, entonces, probablemente terminaremos con uno.
Es indispensable que la pareja cuente con perseverancia y fe para así superar cualquier tipo de conflicto. Es aquí, donde aparece otro gran condimento, otro gran pilar para el sostenimiento de un matrimonio: la espiritualidad.
Es muy probable que aquellos que carecen de convicciones religiosas discrepen en este concepto o, simplemente, no lo comprendan. Pero, ciertamente, contiene una realidad incuestionable.
La espiritualidad representa una «pata» más en la «mesa» del matrimonio. Su ausencia torna más «endeble» su estructura ‑ más resquebradiza, más permeable a los vaivenes e inconsistencias.
Por el contrario, las convicciones espirituales fortalecen la unión. Constituyen un freno más, muy importante, que facilitará o ayudará en los momentos de flaqueza, en las tormentas que, lamentablemente, tarde o temprano, habrán de aparecer. La espiritualidad, en los momentos de zozobra, nos dará una mano, nos hará pensar, nos ayudará a «darnos» una nueva posibilidad en esa extraordinaria idea que es la de «conservar» el matrimonio.
La humildad, la comprensión, la tolerancia, el perdón son valores muy próximos a la espiritualidad y son cualidades indispensables para favorecer un matrimonio duradero.
Es sabido que, para ser un excelente médico, abogado o ingeniero se necesita el máximo esfuerzo y muchísimas horas de dedicación y trabajo. ¿Por qué pensar entonces que una sólida unión se construye sin esfuerzo y sin horas de dedicación y trabajo? Debemos entender que, a mayor esfuerzo, mayor garantía de éxito en el matrimonio.
Más allá de nuestras convicciones religiosas, necesariamente hay que saber entender que el matrimonio no es irrompible o inquebrantable. Sólo protegemos aquello que sabemos que se puede perder. Pues bien, entendamos que el matrimonio se puede romper o frustrar. De esta forma, estaremos día a día cuidando que ello no ocurra; regándolo como a una planta, mimándolo como a un hijo.
El amor es un arte que trabaja en nuestro corazón y que sostiene nuestra cabeza. Aunque alcancemos el punto medio entre la cabeza y el corazón, el amor puede ser destruido sino se le da la suficiente importancia. El amor inteligente implica respeto, comunicación, tolerancia y resignación. Es evidente que alcanzar y mantener un verdadero amor inteligente es difícil. Sin embargo, sin lugar a dudas vale la pena luchar para conseguirlo.
Agustina Moran
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18 años
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Estudiante de Derecho
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a.moran@sedcontra.com.ar
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