Jesús e Historia

Por Emiliano Ji Young Hong.

En las primeras catacumbas cristianas se pueden encontrar representaciones de un pez, imagen que no es una mera decoración artística, sino un recuerdo de la figura de Jesucristo. Con la palabra ICHTUS (pez, en griego), los cristianos quisieron significar veladamente las iniciales de la denominación completa de Jesús de Nazareth: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. Sobre todo salvador, redentor, que con su Encarnación en un momento concreto de la historia, cambió el curso de la humanidad. El misterio pascual (la Pasión, la muerte y la Resurrección) ha sido el acontecimiento singular con el que la humanidad, antes en pecado, pudo contar con la gracia para ser elevada a la relación de amistad con Dios.

Sin este hecho concreto, que sucedió en un momento determinado, el hombre no habría podido abrir las puertas del Cielo. San Pablo comenta en su primera carta a los Corintios que “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe” (1 Co 15,13). La historicidad del evento salvífico es para el cristianismo más que esencial. Tal como se afirma en el documento Conciliar, el plan de la redención y revelación “se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Dei Verbum nº 2). Por eso, la separación tajante de Jesús de la historia y el Cristo de la fe que han sostenido algunos es un ataque al mismo centro del mensaje del cristianismo.

El rechazo de la historicidad de los hechos narrados en los evangelios implica, por una parte, oponerse a este mensaje de la salvación cristiana; y por otra parte, plegarse a una nueva propuesta de religiosidad. Junto a la secularización y la difusión de la indiferencia religiosa, se puede observar en muchos lugares una nueva vuelta a lo sagrado. En realidad, más que una religión de trascendencia se trata de una forma de “romántica de religión, una especie de religión del espíritu y del yo, que hunde sus raíces en la crisis del sujeto, se encierra progresivamente en el narcisismo y rechaza todo elemento histórico-objetivo. Se convierte así en una religión fuertemente subjetiva, donde el espíritu puede refugiarse y contemplarse en una búsqueda estética, donde no hay que rendir cuentas a nadie acerca del propio comportamiento” (Documento del Consejo Pontificio para la Cultura, “El desafío de la no creencia”).

El éxito de la novela y la película “El Código Da Vinci” reside precisamente en este fenómeno social. Se trata de un rechazo a la raíz del cristianismo, es decir, a la intervención de Dios en la historia de la humanidad; para reemplazarla en una religiosidad humana, sin un carácter personal, de principios inmanentes (en este caso, el principio masculino y el femenino). Si se destruye la objetividad histórica de la revelación bíblica, de sus personajes y los acontecimientos que en ella se narran, será muy fácil vender a este mundo un nuevo dios sin rostro, un mapa de la vida de tipo “biografía del hágalo-usted-mismo”, sin compromiso ni pertenencia confesional.

A diferencia a lo que parece insinuar Dan Brown, desde que en el siglo XIX se aplicaran los modernos métodos de la ciencia histórica a los textos evangélicos, la investigación histórica sobre Jesús está actualmente en un período positivo y coherente con la fe cristiana.

Los prejuicios racionalistas de los inicios de la investigación y los métodos hipercríticos que dominaron buena parte del siglo XX, han sido superados. También el escepticismo en el que se situó la investigación sobre Jesús a mediados del siglo XX quedó en el pasado. Las fuentes provenientes del mundo semítico y grecorromano (textuales y arqueológicas) han proporcionado mejores conocimientos de las influencias de carácter judío y helenístico en la Galilea en que vivió Jesús.  Los testimonios de escritos apócrifos, posteriores con toda probabilidad a los evangelios canónicos, y otros textos cristianos y judíos del siglo II, han servido para analizar las tradiciones a las que se remontan esos libros y contextualizar mejor las afirmaciones contenidas en los evangelios.

Tal como dice J. Chapa, “nuestro conocimiento histórico de Jesús es, por tanto, cada vez más sólido. Los evangelios son por ello dignos de credibilidad y, a los ojos de un historiador imparcial, se puede descubrir en ellos un gran conjunto de gestos, de palabras, de acciones de Jesús con los que él manifestó la singularidad de su persona y de su misión” (J. CHAPA, «History and Jesus of Nazareth» Eunsa, Pamplona 2004, p. 453). Las fuentes históricas y los testimonios de los primeros siglos son más que suficientes para corroborar el valor único de los evangelios canónicos y, por tanto, de los acontecimientos allí narrados.

Emiliano Ji Young Hong

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