Por Felicitas Casillo.
El hombre añoso nació en Buenos Aires en algún momento de la segunda mitad del siglo XX. Los primeros treinta años de su adolescencia, hombreó bolsas de azúcar para subsistir. Más tarde, lo descubrió el director de cine Anónimo Geronttoto, y tuvo su primer protagónico en la película Después de mis 30.
Durante los próximos 100 años, brilló en Hollywood con films inolvidables como: Lo que no me mata me hace más fuerte, Revancha sur, Mis cien con Holly y Hoy por fama, mañana también.
Se casó con la millonaria Zulema Bu, con quien tuvo cuarenta niños. El matrimonio parecía perfecto, pero repentinamente la diseñadora dijo haber entrado en la crisis del quincuagésimo año, y lo abandonó. Al hombre añoso le llevó varias décadas de terapia sobreponerse a este fracaso amoroso.
El éxito, los viajes en cruceros de primera – ver la vida a través de burbujas de champangne– y las amantes instantáneas comenzaron a perder sabor. El que había nacido a finales del siglo XX se marchitaba poco a poco.
Una extraña enfermedad lo aquejaba: a menudo permanecía despierto por las noches, cuestionando asuntos de las más diversas índoles. La enfermedad fue larga y dolorosa; los médicos decían no tener remedio contra aquél mal. “Podría medicarle Ibiza, Las Vegas, Saint Tropez o Isla Corazón, pero el síntoma de la duda rebrotará adonde sea. No es una cuestión climática, aunque podría sugerirle que no vaya jamás a Grecia”, argumentaba Florencio Irribilizabalde, prestigioso cubano, especialista en dolor.
El añoso convaleció durante un mes, y murió como mueren todos. En la mañana pálida del funeral, una de sus pequeñas hijas, le dejó una flor sobre el mármol. Sólo una. Bajo la flor, una inscripción recién tallada decía: “En memoria del que vivió los años de Noé, dudó un momento y murió”.
Felicitas Casillo (21)
Estudiante de Comunicación Social