Por Soledad D’Agostino.
Caminé entre los pasillos
de laberíntico silencio.
Y sí, otros lo dijeron antes.
Quizás la inquietud por el fin,
inevitable como el ser,
fue el pretexto enigmático
que comulgó nuestras almas.
Como susurro atemporal
vibraron en mis oídos
las voces simétricas
de quienes llaman muertos.
Una presencia inefable
invisible a los ojos
podría acompañarme,
y quizás nada sería yo.
El sol frío de la tarde
ilumina un recuerdo jalonado,
inalcanzable, inexperto,
de quienes pasaron;
quienes caminaron el suelo
que hoy, joven, piso.
Nadie ve tras el mármol,
nadie escucha sus murmullos,
nadie entiende que los huecos
serán rumbos que harán suyos.
Es, con su miedo reverencial,
museo de patrimonio universal
en ataúdes polvorientos,
en cada grano de cal.
Y tantos otros como yo
han leído en él labranzas
sin guardar honras póstumas,
sin reverenciar sus hazañas.
Como un suero apagado
de pasado acicalado,
en el respetuoso yermo,
ayes secos, lágrimas mudas;
son, llenos de pasado,
llenos de ansias
y de glorias.
Soledad D’Agostino (21)
Estudiante de Comunicación Social
soledagostino@fibertel.com.ar