Crónica de una vida desperdiciada

Por Belén Ferrari.

Otro día más. Otro día más en esta secuencia cronológica de segundos, minutos, horas, días, meses y años. Hoy es un nuevo presente que ya se acerca al pasado, es solo cuestión de tiempo hasta que sea tachado como el resto de los casilleros blancos de su agenda, que no llevan consigo mas que la marca de una cruz ansiosamente trazada. Pasó la totalidad de su intrascendente existencia sumando, sumando tiempo, cuantificándolo,  y ganando como resultado un gran vacío que se incrementa con cada nueva operación.  Pero él no es conciente de ello. Su sentido de realización está centrado en el cumplimiento de objetivos y metas proyectadas a largo plazo. Cumplir, cumplir, cumplir. Esta es su fórmula de felicidad, si es que a la felicidad se le puede adjudicar una.  Vive en la inercia del cumplir, y así el tiempo corre sin ser atendido, con la mirada fija en el próximo desafío. No hay duda de que hay cierto valor en este estilo de vida, un hombre trabajador, que persigue ideales, y busca la auto-superación. Pero eso es todo. Solo sabe ir hacia adelante, y deja su presente alrededor y sus vivencias pasadas abandonadas en la mas absoluta indiferencia.

Este es Daniel. Muchos lo describen como un hombre con propósitos, emprendedor, perseverante hasta al punto que limita con la insensatez. Pero otros  simplemente se lamentan por él, “tanta visión, tanta planificación pero olvida su presente” dicen. ¨Ese hombre vive el hoy en el mañana¨comentan los más escépticos. Otros lo desprecian con calidad humorística: ¨Me parece que Daniel aún no sabe que la vida es una sola, alguien que le envíe un email¨, se burlan entre risas jocosas. Pero a él, las críticas no lo debilitan, el se hace cada día más fuerte con cada nuevo éxito. Entre el y su meta, no hay nada que estorbe, o por lo menos el se empeñaba por que esto sea así.

Inmune a cualquier acontecer externo, camina como un caballo enceguecido, con dos parches en los ojos. Daniel es la suma de sus méritos, de sus aspiraciones consumadas, de sus grandes conquistas. ¿Qué más se puede sumar que no sea materialmente tangible? El nivel de complacencia que le provocan sus logros, es una pregunta que para Daniel carece de contenido, completamente irrelevante. ¿Cómo se mide el disfrute? Si no se lo puede medir, ¿cómo se lo va a sumar? A su manera de entender, la vida es un cálculo de adición: los días, los premios, los cumplidos, las gratificaciones, se suman como el dinero de una cuenta.

El día de hoy trae un nuevo reto. Se definirán los términos de una larga negociación económica que él, como respetable empresario, emprendió y que debe concluir exitosamente. Responsable de asegurarle a la empresa una de sus fuentes de ingreso de mayor notoriedad en el año, Daniel convive con la tensión entre un posible triunfo y un decepcionante fracaso. Como de costumbre, cuando es abrumado por lo que el considera cuestiones de escalada monumentalidad, entretejidos en valoraciones de vida o muerte, lo que resta de su cotidianidad debe paralizarse en servicio a esta causa. Su mujer, Ana Vázquez, ya sabe que hoy no debe esperarse ningún gesto afectuoso proveniente de su marido, aunque ya es una cultura suficientemente arraigada en su matrimonio como para suscitar alguna sorpresa. Sus hijos ya están habituados a su psicología pesimista que, potenciada en circunstancias donde abundan los nervios, encuentra motivo de enfrentamiento en cualquier parte. Declaraciones del tipo ¨Es horroroso este café, ojala pudiera escupírselo en la cara del Señor Nestlé¨, Qué tiempo tan feo, no merece las 24 horas de un día”, ¨Es alarmante lo mal que te queda esa camisa, hija, preocúpate por estar más linda, se deslizan por ondas sonoras sin ser captadas por ningún oyente. El taxista que lo recoge todas las mañanas por la misma esquina, también es consciente que no debe dejarse afectar cuando Daniel Vázquez lo insulte agresivamente porque llegó dos minutos más tarde de lo previsto en un día tan importante como suelen ser todos.

Suena el despertador. Automáticamente sin vacilar un instante, sale expulsado de la cama dirigiéndose directamente hacia su impecable traje el cual se halla prolijamente recostado sobre el sillón, donde lo dejó preparado la noche anterior. No hay lugar para imprevistos, el azar no tiene cabida dentro del orden esquemático de Daniel. Estos detalles premeditados no solo son evidentes en sus vestuarios seleccionados con anticipo, sino en su minucioso itinerario matutino, donde fija los minutos para cada labor. En lo que se refiere al higiene, aspecto que lo obsesiona (una colección de perfume para cada día), le dedica quince minutos, diez minutos para organizar su portafolio (en general sobran minutos dado su extrema prolijidad), tres para bajar al comedor diario y otros diez minutos para desayunar. En el transcurso de esta primera agenda del día, Daniel no dirige palabra o saludo a ninguno de sus convivientes. Pragmáticamente se excusa con el justificativo del  ajustado tiempo que dispone, por lo que no admite ninguna distracción. Como siempre dice “un pequeño desajuste en un horario arrastra consecuencias para el resto del día”, una versión de la teoría del efecto mariposa adaptada a la vida cotidiana.

Se sienta a la mesa. su mujer y sus hijos ya están acomodados, no hay saludos de bienvenida, ya dejaron de intentar algo que no consigue correspondencia, es como pedirle a un bebe de pocos meses que se comunique con palabras.   Es casi un extraño entre sus familiares. ¿Qué relación se puede afianzar con alguien que muestra claras intenciones de no querer cultivar una? Nunca fue un padre curioso por conocer las preocupaciones, estados de ánimo, anhelos, frustraciones, en definitiva, lo concerniente a cualquier ser humano, en este caso, de sus hijos. Pero esto no llama a su conciencia, siempre sucedió así, a su manera de ver, no constituye ningún mal, no hay error sobre el que reparar.

Daniel, en su cápsula egoísta, incentivado por obtener más y más triunfos personales, no dispone del tiempo ni interés para reflexionar sobre su familia, sus relaciones, sus actitudes y comportamientos frente a ella, no se ve urgido a cuestionarse tales interrogantes. Su burbuja de auto-satisfacción propiciada por sus méritos, le dice que es feliz. Si supiera que la felicidad abarca tanto más que unos simples e intrascendentes trofeos, reconocería su desmedida infelicidad. Su desconocimiento por las riquezas emocionales y espirituales que ofrece la vida lo mantiene en un estado ¨sintéticamente¨ feliz.

Termina su café repugnante, su tostada húmeda (nada puede llegar a estar rico en un día preso de tensión) sin haber participado en la conversación, y ahora sin despedirse de ningún rostro se retira con un fuerte portazo. Al bajar del ascensor, el amable portero se dirige con el convencional saludo ¨Buen día Sr. Vázquez”. Con la cabeza agachada, los ojos mirando el suelo, se pasea delante de él sin devolver la atención.

En la esquina lo espera el taxi, se acomoda en el asiento trasero, e inmediatamente el auto arranca.,no  hace falta dar direcciones y menos un saludo. Su cabeza rebobina una y otra vez el discurso que debe pronunciar frente a sus colegas y clientes. La perfección se alcanza con la incansable repetición. El auto se detiene,,por la ventana derecha se puede ver el edificio del Santander. Se baja, el silencio en la despedida es moneda corriente entre el y su conductor. Inmediatamente al cerrar la puerta, una mujer desesperada se abalanza sobre él. Lo único que la protege de la desnudez es su escaso ropaje y la suciedad que la recubre. El hedor que desprende de su cuerpo es penetrante, de aquel que huele a varios días sin lavar. Sus ojos avejentados se hunden en los huecos de su delgadez. En sus brazos lleva un niño, recubierto por pedazos de tela que sirven de manta. En una voz quebrada al borde de un llanto colmado de desesperación y extremada angustia, le suplica, ¨Señor, por favor ayúdeme, por favor, mi hijo se está muriendo, es urgente señor, se está desnutriendo¨. La inmediata e insensible reacción de Daniel es apartarla a un lado, quitar el obstáculo que está entorpeciendo su camino. Tiene una reunión a la que asistir, esta mujer lo está retrasando. Pero la mujer no se deja echar a un lado, y replica con un empujón, tironeándole del sobretodo.  ¨No me toques, mujer mugrienta, salí de acá ¨ son las sentenciosas palabras de Daniel. Pero la mujer está decida en continuar el forcejeo, su mano derecha encadena su brazo izquierdo, lo que le impide escapar. La desesperación de esta madre, activa una fortaleza ausente en aquella pronunciada flaqueza. En este punto la mujer comienza a gritar histéricamente, a sacudir a Daniel con tal vehemencia que hasta lo desequilibra un poco de su eje. Daniel aún no ha ofrecido resistencia, pero ahora se hace indispensable defenderse de una mujer rapta de desesperación. En los segundos que le cuesta recuperar su firme posición, la mujer reúne la totalidad de sus fuerzas y lanza un empujón que hace caer a Daniel del borde de la vereda. Y aquí ya no hay más historia que contar, porque después de que Daniel se negará a ayudar a la empobrecida mujer, después de los breves minutos de disputa física, después de este último empujón que dejó a Daniel tendido en la calle, el colectivo de la línea 93 que se avispaba por la carretera en su frenético andar, aplasta a Daniel como una hormiga debajo de un zapato.

Y así concluye la historia de Daniel Vázquez, un hombre cuya insobornable terquedad por abrir los ojos y salir de su arraigado egocentrismo, terminó perdiendo una vida que nunca se vivió. Este había sido su último llamado de atención, su última oportunidad para sacrificar intereses personales en ayuda al otro, salirse del solipsismo y abrirse ante el mundo que lo rodeaba. Tan empecinado por agregar un logro más a su colección, ignoro la señal, el ultimátum que le ordenaba sensibilizarse, sentir, en definitivo, vivir fuera de su propia persona. Pero Daniel, inafectado a estímulos externos, también desatendió a este último, el cual lo podría haber librado de un legado sin sentido, colmado de quehaceres pero careciente de placeres, una vida insignificante, que no tiene otro valor que lo que tiene un papel enumerado de triunfos.

Belen Ferrari (21)
Estudiante de Comunicación Social