Por Rocío Candela Goncalves Losa.
España, Andalucía. Fines del siglo XIX. Nos introducimos en la vida de un grupo de pueblerinos de un lugar llamado Villalegre. Nos inmiscuimos en su historia a través de sus costumbres e idiosincrasia. Es decir, desde sus pasatiempos, ceremonias, creencias, formalismos, gustos, estructura social, disvalores, entre otros.
De este modo, se nos presentan Don Andrés, Don Paco, Doña Inés, Juanita la Larga… Me detengo aquí porque me es necesario aclararle al lector que, si bien no olvido la existencia de otros personajes (el boticario, Antoñuelo, las hijas del escribano, Juana), para estructurar los ejes de mi ensayo, me detendré solo en los primeros. A los personajes arriba mencionados, los identificaré con un adjetivo que unifique, de algún modo, lo que cada uno de ellos representaron en esta historia:
Don Andrés: el poder.
Don Paco: el amor.
Doña Inés: el qué dirán.
Juanita la Larga: la aceptación.
De este modo, estas realidades comienzan a relacionarse y es interesante ver cómo cada una de ellas aumenta y disminuye su «capacidad de ser» en distintos momentos de la historia. Sobre este punto hago hincapié, dado que me parece muy real el hecho de crear personajes que (a pesar de que intenté trazar los ejes principales sobre los cuales se desenvuelve la historia) no son descriptos con una personalidad sin posibilidad de cambios. Porque bien observará el lector que, a comienzos del relato, es patente el desdén con el que es tratada Juanita por algunos personajes, como, por ejemplo, Doña Inés, y cómo finalmente van puliendo su relación, y la mismísima Inés termina por aceptar el casamiento entre su padre y Juanita.
Del mismo modo, Don Andrés pareciera no aplacar su tenacidad en un comienzo para obtener el amor de Juanita; uno imagina que quizás llegue a actitudes extremas por ello. Pero, sin embargo, también termina por aceptar la boda y hasta ser padrino de los esposos.
Simplificando la idea: valoro esa versatilidad que Valera le dio a los personajes. No hizo de ellos personalidades determinadas. Sin posibilidad a cambio alguno.
Es así como Don Paco se enamora de Juanita la Larga; no creo necesario tener que agregar adverbios como «profundamente», «locamente», etc., para describir su amor, dado que lo que importa aquí es su simpleza. A Don Paco no le interesaba de qué familia provenía Juanita, su posición social, su educación, ni siquiera su edad —tema sobre el que hablaré más adelante—. No encontró en su sentir impedimento alguno. Mas las trabas ante su realización comenzaron por varios frentes: su hija, Doña Inés, rechazó desde un primer momento la idea de que una plebeya como Juanita pudiese formar parte de tan noble familia al compartir yugo con su padre.
La edad de Don Paco: un tema sobre el cual pueden surgir debates improductivos tanto como productivos. Improductivos en cuanto al intento de generalizar una respuesta que simplifique “la verdad”. Mas productivos en cuanto a descubrir qué es lo que piensa el otro. ¿Es posible el amor entre dos personas con una diferencia de casi cuarenta años? ¿Puede perdurar en el tiempo una pareja de este estilo? ¿Es sana la situación?
Muchas pueden ser las respuestas. Además, considero arriesgado hablar en términos generales para algo tan personal como los sentimientos.
Pero, en este caso, creo que las respuestas son positivas. A mi parecer, lo que importa es que entre ellos compartan el sentir, que se elijan mutuamente y se vuelvan a elegir. De ellos depende.
Todas las demás opiniones que puedan provenir de afuera pueden estar llenas de prejuicio y, por sobre todo, de subjetividad. En este caso, repito, es patente la simpleza. El amor.
Por otro lado, Doña Inés —como dije antes— representa el “qué dirán”. Continuamente los azotes de la mirada del otro daban contra todo aquello que no era “acorde a lo normal”. El deber ser del pueblo. Deber ser que roza la hipocresía. Situación cotidiana tanto antes como hoy en día. El inmiscuirse en lo ajeno (para criticarlo, y en sentido peyorativo. Vale decir, no a lo que se suele llamar “crítica constructiva”) por placer, por inconformidad hacia lo propio, por envidia, pero que en el fondo entraña un inconformismo total con uno mismo.
Además cabe recordar que Doña Inés es una persona de suma influencia en su pueblo, y esta la hace llegar nada más ni nada menos que al Padre Anselmo (personaje por demás conocido por los habitantes de Villalegre). Y será luego el Padre Anselmo quien, persuadido por Doña Inés, expondrá en una misa un sermón devastador hacia Juanita: acerca del atrevimiento de algunas mozas de vestir e intentar comportarse como gente “elevada” por su posición social. Lo indignante del discurso, a mi modo de ver, perfila en dos ideas: la primera, acusar de atrocidad a una persona por un hecho sumamente superfluo (vestirse de seda teniendo posición social baja). Y la segunda, que el reproche gira en torno a lo material, a lo económico.
No bastando esos dos frentes, Don Paco tiene que (casi) resignarse al ver que su superior y “pseudo creador” Don Andrés está enamorado —pero aquí su amor, al menos por lo que nos relata Valera, no pareciera ser como el de Don Paco, incondicional, sin prejuicios, puro— de Juanita. Esto lo deduzco por el simple hecho de que, en las ocasiones en las cuales tuvo la oportunidad de defender en público a Juanita, simplemente no lo hizo. Y sin duda fue un golpe a su orgullo ver que su inmenso poder no era suficiente para seducir a la plebeya.
Finalmente, tenemos a la propia Juanita. En principio esta no le corresponde a Don Paco (en el sentido de amor de pareja, pues cierto es que Juanita lo apreciaba mucho como amigo), mas posteriormente, transcurre cierto tiempo, madura su sentir y se da cuenta que el sentimiento era mutuo: se había enamorado.
Para que este gran suceso tuviera lugar, el transcurso del tiempo ocupó un rol importante… Sucedió que Juanita notó la falta de Don Paco. Maduraron tanto su sentir como su modo de ver las cosas: decidió seguir su sentimiento no obstante las trabas exteriores que potencialmente podrían censurarlo.
Juanita y la aceptación
¿Aceptación? Me pareció que con esta palabra podemos englobar el significado de este personaje.
Pues bien, Juanita se muestra desde un primer momento tal cual es. Ella es. No simula ser. La trae sin cuidado el qué dirán (cierto es que le pesa esa mirada acusadora, y la hace sufrir por demás). Pero no obstante ello, tiene la grandeza de no ser hipócrita con la persona que más lastimada saldría si lo fuese: ella misma.
Aclaro que la “aceptación” de la que hablo no es a modo estoico de soportar y sufrir a causa del destino, sino la aceptación de ver lo hermoso del don: sonreír ante lo propio natural. Hablo de aceptación personal, de valorar lo esencial de uno, lo inherente, lo espontáneo. Espontaneidad es otra palabra sumamente atribuible a Juanita. La frescura permanece intacta en ella. Dice lo que piensa sin necesidad de ser grosera. El juego entre el sentir y la búsqueda del equilibrio también juegan un rol importante en el personaje.
Sin duda este ensayo intenta ir al meollo de la historia, ese “más allá de las imágenes” que nos ofrece la historia. Es un intento de “abstracción literaria”, por así decirlo.
Aceptación y amor. En esas dos palabras reduciría, a modo minimalista, esta historia.
En este caso, Juan Valera, con una perspectiva optimista, finaliza la secuencia de un modo feliz. En donde el cliché (confieso que lo esperaba) se hace patente. Y, frente a todo, triunfa la simpleza del amor, y sobre todo la aceptación de uno mismo.
Rocío Candela Goncalves Losa (21)
Estudiante de Derecho
rocio_goncalves@hotmail.com