Por Gabriel A. Fortuna.
La obra póstuma de Don Salvador Villegas y Tagarna no se caracteriza por haber sido publicada después de su muerte sino por haber sido escrita luego de ese acontecimiento. No se tienen demasiados detalles sobre la cuestión. Todo parece indicar que el poeta se había comprometido con la Editorial de la Viuda de Ch. Bouret para hacer una crónica sobre su paso al otro mundo, una vez que llegara su hora. Según contaron sus más allegados –o, al menos, según dicen que habrían contado sus allegados–, Villegas nunca olvidaba una promesa. A veces, hasta se le daba por cumplir alguna. Sea como fuere, lo cierto es que el 18 de octubre de 1948 (tres años después de que inhumaran sus restos) la Editorial recibió el manuscrito de Don Salvador. De esta etapa de su vida –o muerte– destaca el ciclo de sus Sonetos Póstumos, extensa recopilación de impresiones de ultra tumba en verso, de la que sólo se conservan algunas composiciones:
Soneto V
Yo fui de aquellos que tendió su mano
a cualquier ganapán que la pedía,
y en cada queja ajena yo veía
el llanto suplicante de un hermano.
Ser el más dadivoso ser humano
Tuve por ideal mientras vivía,
pero muerto descubro la ironía
de que todo sacrificio es en vano.
El cielo y el infierno no son ciertos;
Mentiras son la dicha y la condena.
No hay aquí ni la gloria ni la pena
que esperan los vivos cuando muertos.
No hay más que gusanos, tierra y arena
¡y en una caja mis despojos yertos!
Soneto XXIII
Este perpetuo y estéril momento
que vivo dentro de mi tumba oscura
mi vista afila, mi razón madura
y me hace transparente el pensamiento.
Miro el mundo como un divertimento
y a los genios como idiotas sin cura;
cualquier César a mí se me figura
un bufón, un débil, un esperpento.
De las cumbres eminentes me río
y también del mendicante lisiado;
veo iguales al fuerte, al potentado,
al noble, al necio, al malo y al impío.
Muchos santos hoy yacen a mi lado
y su olor es fétido como el mío.
Gabriel A. Fortuna (37)
Abogado
fortunagabriel@hotmail.com