Por Salvador Muttini y Julián Prieto.
Dicen que los martes trece traen mala suerte. Era martes; era trece, y nosotros, estudiantes de tercer año de Abogacía en la UCA, teníamos el segundo parcial de Derecho Constitucional y programada una visita especial. Supersticiosos o no, lo cierto es que ese día nos enterábamos si promocionábamos la materia, con lo que, si todo salía bien, nos quedaría como última responsabilidad, un final en el que simplemente definiríamos la nota entre un siete y un diez. Como podrá apreciarse, era un día trascendental para nosotros.
El examen era a las ocho y media de la mañana. Como en toda evaluación importante, cada uno vivió esa instancia a su manera: están los que llegaron temprano para repasar; los que llegaron tarde, vaya uno a saber si porque se quedaron estudiando hasta último momento o porque no estudiaron nada; los tranquilos y confiados, y los que, ya sin chances de promocionar, estaban más allá del bien y del mal. Lo diferente fue que esta vez los que viven más lejos llegaron de traje, anticipando tal vez lo que se viviría después. A medida que cada uno terminaba su parcial, salía con el compromiso de reencontrarse a las dos y media de la tarde en el Palacio de Justicia, sede, entre otros tribunales, de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Y ahí estuvimos todos, reunidos al pie de las escalinatas del fastuoso edificio francés, cual una comitiva de profesionales, de letrados, de juristas… de todo, en definitiva, menos de lo que realmente éramos: un grupo de estudiantes, muchos de los cuales estábamos a punto de entrar por primera vez a ese emblemático sitio.
Pasamos por un detector de metales, donde nos recibió un guía que a primera vista daba la impresión de haber pasado su vida entera en el edificio [solo después nos enteraríamos de que hacía apenas unos años que trabajaba allí]. Nos llevó por unas mustias escaleras traseras (que suscitaron comentarios del estilo de «esta Corte no parece muy suprema») al Salón Bermejo ubicado en el segundo piso —aunque en realidad lo llaman el cuarto, porque aparentemente nada de lo relacionado con el sistema judicial argentino sigue una lógica muy estricta—.
El Salón Bermejo, pese a que en realidad homenajea al ex Ministro de la Corte, Antonio Bermejo, es en efecto del color de su nombre. Es pequeño, tiene bancas incómodas, e impone respeto. Del techo alto cuelga una araña dorada y en el fondo de la sala puede verse el estrado del cual sobresalen cinco respaldos muy altos. Sentados, en un silencio ceremonioso, escuchamos a Marina Prada, una de las Secretarias Letradas de la vocalía de la Dra. Elena Highton de Nolasco, Vicepresidente del Tribunal, quien nos contó cómo se trabaja en la Corte. Al concluir su exposición, se retiró con las siguientes palabras: “La Doctora Highton de Nolasco está ocupada, así que no creo que los pueda atender”.
Nos dejaron la sala, donde Santiago Legarre, nuestro profesor, nos dio la última clase del cuatrimestre: explicó, esencialmente, cómo es la estructura y organización del Tribunal, cómo funcionan las Secretarías que lo componen, y las vías procesales para acceder a la máxima instancia, lo que nos permitió redondear lo aprendido en clase.
De repente, se abrieron las puertas ubicadas a nuestras espaldas, y el profesor nos indicó con las manos que nos pusiéramos de pie. Estábamos en presencia de la Dra. Highton. Acompañada por la Dra. Prada, entró como quien sabe con seguridad la impresión que su presencia causa en el público. Casi susurrando, en ese tono de voz que tienen aquellos que están acostumbrados al silencio que imponen, nos hizo un breve repaso de su carrera: es la única integrante de la Corte que hizo la carrera judicial.
Sobre el final, nos preguntó si conocíamos el Decreto 222… Silencio en la sala. Permanecimos unos incómodos instantes en silencio, buscándonos con la mirada unos a otros, sin saber qué responder. Todos “escuchábamos” al profesor pedirnos a gritos que alguien dijera que sí, sin que hubiese tenido que abrir siquiera la boca. Recogió el guante Nicolás, delegado del curso y compendio de los datos más insólitos, quien respondió por la afirmativa sin más, esperando que ello fuera suficiente. Pero no; hubo repregunta. Otro brevísimo silencio, y finalmente respondió acertadamente y a grandes rasgos que se trataba de la norma que regulaba el procedimiento para el nombramiento de los jueces de la Corte.
Antes de despedirnos, le entregamos a la Dra. Highton dos libros escritos por nuestro profesor, una caja de chocolates y unas flores. Fue en rigor este último regalo —treta ideada por nuestro profesor—, lo que motivó que la Dra. Highton se tomara unos momentos para conversar con nosotros y agradecernos personalmente el presente.
La clase continuó un rato más, hasta que nos pidieron que por favor abandonáramos el salón para dirigirnos a la Sala de Audiencias, donde concluiríamos la visita. Nos sentamos allí por unos minutos para que el guía nos explicara cómo funcionan las audiencias en la Corte y nos contestara pacientemente preguntas que de seguro ya había tenido que responder una infinidad de veces.
Terminada la visita, fuimos a tomar un café a la esquina, donde el profesor nos comunicó la promoción —o no— de la materia. La mayoría, por fortuna incluyendo a quienes escriben, sí. Luego, conversamos un rato sobre la Facultad, las materias, el futuro… y fue una buena oportunidad para conocernos un poco más con el profesor. Tras pagar la cuenta, salimos a una Buenos Aires crepuscular, para dar por terminado un martes trece en el que tuvimos buena suerte.
Salvador Muttini (20)
Estudiante de Abogacía
salvador_muttini@hotmail.com
Julián Prieto (19)
Estudiante de Abogacía
julianprieto97@gmail.com