Por Santos Urquiza.
Esta crónica relata lo siguiente: un grupo de amigos y yo comimos un asado con Juanse, ícono del rock argentino. Nos habló de su experiencia de Dios y la fe cristiana.
El lugar, la casa de Santi, un miembro de este grupo de amigos (acepción amplia) que tiene como núcleo a S. Legarre, donde nos juntamos un miércoles de octubre para disfrutar de un asado con el líder de los Ratones Paranoicos y telonero con esa banda de los Rolling Stones cuando vinieron a nuestro país en el ’95 –el debate de su calidad musical nos excede, el dato de los Stones es para dimensionar-. El motivo es una serie de charlas que tenemos con este grupo, en las cuales planteamos un tema concreto y posteriormente debatimos, no de cuestiones profesionales sino más bien personales y religiosas. En esta oportunidad, por algunas circunstancias casuales se dio que viniera Juanse a comer con nosotros.
Llegando al departamento donde iba a ser el encuentro, veo a una figura desgarbada buscando la chapa de una dirección, cuando lo tengo a poca distancia lo reconozco: “Juanse, ¿cómo andás? Yo también voy a lo de Santi, es acá” le digo, y juntos entramos al edificio, camino al prometido lomo que nos estaba esperando. Subimos y ya había algunos de los invitados, pronto se sumaría el resto. Éramos ocho personas en total, sentados, picando algo. De inmediato Juanse copó la conversación, evidentemente acostumbrado a ser el centro de atención pero sin estar forzado; él era la principal razón de este encuentro. Empezó a delinearse el ritmo y temas de conversación que se daría durante la noche: una persona con una historia por demás particular, muy interesada en su espiritualidad y búsqueda de ella, con ganas de compartirla, mechando anécdotas del rock nacional desde Pappo hasta Charly, y contando también cómo era para él vivir en ese medio y ser tan ferviente cristiano después de haber vivido el lifestyle rockero a su máxima velocidad muchos años.
Se generó un ambiente amigable en el cual la charla transcurría con fluidez. Dato curioso que generó asombro fue cuando, sentados a la mesa y comiendo el prometido lomo al pan, Juanse contó que su giro rotundo a la fe sucedió hace ocho años; nosotros pensábamos que era más reciente, ya que algunos habíamos leído notas periodísticas que hacían pensar eso. Siguió con muchísimo histrionismo hablando abiertamente de lo que se le preguntara, siempre relacionado con su experiencia religiosa, con una predilección (y memoria) por fechas de santos y conmemoraciones. Nosotros escuchábamos y hacíamos preguntas, cautivados por este entertainer rockero que nos contaba de su vida, su familia, su barrio y cómo fue el camino que lo llevó a estar sentado ése día en ésa mesa.
Había una sensación no mencionada pero tangible entre todos: ¿será cierto que Juanse, la estrella de rock, esté acá compartiendo su fe (evangelizando) con nosotros? La escena parece irreal, pero la cuestión que cada uno probablemente se debate a su manera: ¿le creo o no?, ¿está mal si no le creo?, ¿cómo puedo creerle?, ¿puedo creer lo que me cuenta sin creer en su persona? Mientras se desarrolla la charla, veo en las caras de los demás que –más, menos- ésa probablemente es una pregunta que se están haciendo. La reflexión que surja, personal, escapa a esta crónica. Lo que creo cierto y universal, es que las experiencias de otros son espejos en los cuales inevitablemente nos comparamos, y eso es bueno mientras no genere envidia, recelos, odios. Escuchar a Juanse hablar de Dios me hizo pensar en mi fe; eso, para mí, tiene un gran valor en sí.
Santos Urquiza (27)
Abogado
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