Sed Contra 26

A poco que comenzamos a alfabetizarnos, se nos enseñan dos signos de puntuación: el punto y la coma. Y apenas un tiempo después nos agregan el paréntesis como un signo necesario para el caso que quisiéramos agregar al enunciado una información complementaria o aclaratoria. Pero más allá de este uso (el más común), los paréntesis también puede cumplir otras funciones. Por ejemplo, para introducir opciones en un texto, se encierra entre paréntesis el elemento que constituye la alternativa; o en la reproducción de citas textuales, se usan tres puntos entre paréntesis para indicar que se omite un fragmento del original.

Las reglas para escribir paréntesis son sencillas. Como todos los signos dobles, se escriben precedidos de espacio y seguidos de espacio o de signo de puntuación. Además, ambos signos (el de apertura y el de cierre) deben escribirse con el mismo tipo de letra con que se escribe la palabra o la frase que encierren.

Un matiz que presenta el paréntesis es su combinación con el punto. De acuerdo con las reglas de la Real Academia Española, el punto debe escribirse siempre después del paréntesis de cierre. Ello así independientemente de que el texto entre paréntesis abarque todo el enunciado o solo parte de este (Diccionario panhispánico de dudas, 2005). Por tanto, aun en el caso en que el inciso sea una oración independiente, el punto debe escribirse afuera del paréntesis: “Me encantó el final de la película. (Siempre disfruto del elemento sorpresa).”

Ahora bien, sin perjuicio de la norma citada, grandes escritores de la lengua española escriben el punto dentro del paréntesis en el caso que encierren una oración independiente. Por ejemplo, Cortázar, Borges y Vargas Llosa: “Y esa manera de pronunciar el francés, esa manera, y si él entrecerraba los ojos. (Farmacéutica, lástima.)” (Rayuela, Sudamericana, 1963, pág. 184); “Muertos, nos uniremos a él y seremos él. (Algún eco de esas doctrinas perduró en Bloy.)” (El Aleph, Emecé, 1982, pág. 34); y “Fue tan inesperado que tú, abrasada de la cabeza a los pies, no supiste qué hacer. (La primera vez en la vida que te ocurría, Florita.)” (El paraíso en la otra esquina, Santillana, 2003, pág. 197).

Probablemente se sienta confundido y desconcertado, querido lector. ¿Qué regla debe seguir? ¿Aquella de la Real Academia o la de los grandes escritores? Usted decidirá en qué equipo se siente más cómodo. Mientras se define, lo invito a leer un nuevo número de Sed Contra. ¡Bienvenido!

Lucas Abal
1º de diciembre de 2017