El árbol de la vida

Por Héctor Legarre.

Desde hace muchos años,
Tenía una costumbre muy arraigada.
Él caminaba hacia lo que llamaba
El Árbol de la Vida.
Era un hombre viejo,
Y el árbol también viejo.

Todos los días partía de una casa solariega,
ya muy famosa por cierto,
de nombre Las Tejas.
Caminaba lentamente
por el sendero.

Siempre adentrado el invierno.
El árbol casi no tenía hojas.
El  gran deseo del viejo,
su ilusión,
rayana con una fantasía,
era que aquel árbol,
y no otro,
hiciera caer sobre él,
una hoja,
cuando menos una,
y lo solicitaba con gran fervor.

Él relacionaba eso,
como una vulgar alegoría.
ya que las hojas eran solamente
simples objetos.

El viejo lo sabía,
Pero le daba lo mismo,
ya que se trataba de su propia realidad,
de su yo más profundo,
y le daba una importancia muy grande,
ya que pensaba, de buena fe,
que el Árbol seguía los designios de Dios
hacia su persona.
Sabía que lo suyo podía
considerarse una tontería,
algo no entendible por la razón.
Pero se trataba de su razón,
y no la de otros.

Y su razonamiento
para él valía.

El primer año que fue a Las Tejas,
El Árbol dejo caer una hoja sobre él,
Y volviendo a la casa,
se le perdió en el camino,
pero no le importaba,
ya que pensaba que iba por el buen sendero,
que estaba bien con Dios nuestro Señor,
que le otorgaba una gracia,
un algo en esa hoja,
por pequeña que fuera.

¡Que soberbia la suya!
Al año siguiente, caminó optimista
hacia el Árbol de la Vida.
Pero esperó y esperó, y no le cayó
una sola hoja.
Asumió su gran derrota espiritual,
y trató con empeño de mejorar
su miserable fe, se decía,
y su falta de oración.
Y así, con el correr de los años,
ganaba y perdía,
y reconocía que algo mejoraba,
aunque siguiera siendo una pequeña  basura.

Pero en éste año del Señor 2017,
Tuvo una gran sorpresa, ya
que a pesar del crudo invierno,
y con el árbol casi sin hojas,
muchas cayeron sobre él.

Pero pensó que
que no estaba seguro
si esa bienaventuranza
la merecía,
pero estaba loco de alegría,
loco de amor por Dios.

Y al volver a su casa,
encontró en su balcón
una hoja muy grande.
Si bien vivía enfrente al Botánico,
el árbol más cercano estaba a más
de cien metros.

Al principio no entendía,
Pero meditando y razonando,
cayó en cuenta que era una señal clara
que el Señor le indicaba.

Ser una persona mucho más recta,
sin omnipotencia, soberbia, ni falso orgullo.
ayudar al prójimo con caridad y contención.
Sin mentiras fáciles para salir del
paso, diciendo “no puedo”.

Caridad que se traduzca en obras de bien.
En pocas palabras, servir al Reino de Dios Padre,
Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo.
Aceptar los dolores y enfermedades,
ofreciéndolos como corresponde,
y recordando siempre que a Dios hecho hombre, Jesucristo,
lo matamos todos, y Dios Hijo nos perdona,
aunque no lo merezcamos,
ya que no somos dignos de Él.

Buenos Aires, julio de 2017

 

Héctor Legarre
Mediador
Sin cuenta años