El mejor día del año

Por Marcos Elia.

—Topo, cuchame: si lo ves no salgas corriendo que pasan autos —le dije a mi hermana Luisa en la esquina del Four Seasons el 10 de octubre.

—Bueno, está bien —me contestó sin prestar mucha atención a mis palabras y mirando de manera fija la puerta el Hotel.

Por la tarde de ese día ella mandó un mensaje al grupo familiar preguntando si alguien la podía llevar a la puerta del Hotel, porque quería ver a Diego Boneta que se estaba hospedando ahí.

Para quienes no hayan caído bajo la fiebre de la serie de Luis Miguel, Diego Boneta es el actor que lo personifica y de quien mi hermana de doce años está profundamente enamorada.

El día antes de mandar ese mensaje, Luisa se había quedado tres horas en la puerta del Hotel a la noche con mi hermana Clara, y no tuvieron éxito. Según Clara, a las doce de la noche al volver a su casa, la pequeña estaba desconsolada. Me intriga cuáles habrán sido las fantasías con las que soñó, si se figuró algún encuentro, algún cruce de palabras. Tamaña decepción revelaba que la expectativa había sido igual de grande. Tal era su angustia que a la mañana siguiente seguía arrastrándose por la vida, cargando con la nostalgia de lo que no había sido, escéptica con la vida y decidida a renunciar a toda ilusión.

Aparentemente mi papá la vio tan mal que le surgió darle una charla motivadora y le dijo que en la vida uno tiene que esforzarse por lo que quiere, que no debemos rendirnos frente a la primera adversidad. Parece que estas palabras quedaron dando vueltas en su cabeza, ya que por la tarde quería volver a hacer el intento. Fueron las palabras o los videos que Diego subía al Instagram donde saludaba a varios argentinos en la calle de forma casual, que capaz la llenaron de envidia y avivaron la esperanza. Quizás ambas, quién sabe.

Cuando pidió asistencia adulta para ir al Hotel, yo no sabía que todo lo anterior había pasado, pero me parecía lindo acompañarla en algo que para ella era importante. Como tenía una comida a las nueve y pico le anticipé que no podríamos quedarnos mucho tiempo.

Reconozco que cuando llegamos no tenía nada de fe que pudiéramos verlo al muchacho este; básicamente la llevé para que sintiera que había ido, que había hecho el intento, quizás para verlo de lejos al bajar de algún auto y especialmente para que sintiera que sus hermanos la acompañan en estas cosas.

Primero nos ubicamos en la esquina de Cerrito y Posadas de la mano de enfrente al Hotel y le pedí que si lo veía no cruzara la calle corriendo. Éramos los únicos que esperaban y nunca había hecho eso de esperar a una “estrella” en la vereda conteniendo un grito. (De hecho, solo tengo un recuerdo similar de hace muchos años mientras volvía en el colectivo del colegio a mi casa, y al pasar por esa misma esquina —siendo incluso más chico que mi hermana Luisa— vi una marea de adolescentes gritando a un colectivo donde viajaba la banda entonces denominada Five. Por casualidad crucé la mirada con uno de los integrantes que miraba agotado al mar de chicas aceleradas. Al verme, me sonrió amablemente con fatiga y casi decepción con todo eso.)

En la esquina Luisa miraba para todos lados y a todo lo que fuera posible con la atención de una suricata cocainómana. Le intenté sacar un poco de charla, pero era medio difícil: contestaba con monosílabos, nunca perdía la mirada y todo era una excusa para volver a hablar de Diego, Luis Miguel o qué hacíamos si lo veía. Como buena enamorada tenía todo listo: le había escrito una carta y tenía hojas (sí, en plural) y birome para el añorado autógrafo.

En un momento, vimos que había otra niña de edad similar con su abuela que estaban esperando lo mismo, pero en la esquina del lado del Hotel y cruzamos con ellos. Conversamos un poco, cruzamos miradas cómplices con la abuela octogenaria, las chicas mostraron sus espadas y pergaminos revelándose una a la otra los detalles de la estadía de Diego en el país, algún detalle personal novedoso y pavadas del estilo. Apenas iban cuarenta y cinco minutos y para mí ya era una eternidad. Mientras escuchaba un audio del teléfono (de algún cristiano como yo que graba mensajes de más de un minuto), veo que Luisa comienza a revelar signos de llamativa ansiedad y estrés mientras me hace señas: Diego había llegado y estaba entrando al Hotel.

—Paco, es Diego, es Diego, está entrando —me dijo mientras yo escuchaba a medias el teléfono.

—Bueno, andá a buscarlo —dije un poco distraído y sin pensarlo, mientras ella me miraba extrañada con la indicación.

—Claro —pensé cuando me di cuenta de lo parco de mi respuesta— para qué vinimos acá si no es para hablar con este tipo.

—Metele, Topo, que lo agarramos —le dije mientras me puse a correr hacia la puerta del Hotel. (A ella le costó un poco el burro de arranque.)

Enfilé hacia el lobby del Hotel al grito de “¡Diego, Diego!” —con un poco de pudor e incomodidad, debo reconocer— e increíblemente el malón de gente que lo acompañaba y él frenaron, aunque con cara de muy pocos amigos.

Agarré a Luisa y señalándola dije:

—Diego, tiene doce años y te quiere dar una carta.

Nos acercamos y Luisa estaba petrificada, dejó de hablar y no podía hacer contacto visual con su Adonis. Cuando estuvimos frente a frente le dije que ella había estado esperando ayer verlo y quería saludarlo.

El tipo había frenado a metros del ascensor y se puso en modo artista famoso ante niñas extasiadas pidiendo fotos. Se agachó al lado de Luisa y le dijo “mira a la cámara de tu papi”. Me sentí un viejo choto, pero la realidad es que le llevo diecisiete años así que no es una locura que piense eso. Luisa rápidamente y con un poco de vergüenza corrigió el error aclarándole que era su hermano.

Insté a Luisa a que le diera la carta y él se ofreció a dar un autógrafo; ahí tengo un pequeño, brevísimo, pero real lapsus porque me distraje con una de las asistentas de Diego que era un camión Scania a toda velocidad en bajada, sin frenos, con doble acoplado y tocando bocina. Claro que ella estaba absolutamente enternecida con Luisa, la miraba mordiéndose los labios y festejando las muecas que ella hacía. En un lapsus aún más chico pensé en tirarle un centro, robar un poco con mi papel de buen hermano pero me pareció que no era el momento; quizás me apichoné.

Varias fotos cruzadas, carta entregada y autógrafo dedicado anticipaban el final del encuentro. En ese momento, Diego le preguntó a Luisa si quería decirle algo, pero ella quedó callada mirando al suelo. Diego repitió la pregunta, Luisa tomó coraje y contestó:

—Te quería agradecer, porque este año mi mamá estuvo enferma y con un tratamiento, y yo miraba tu programa (aunque sé que no es para mí, por eso miraba sólo partes) para distraerme y pasarla bien. Con tu programa volví a sonreír.

Bum. Piña a todos los presentes. A mí me mató. Nuestra mamá se enfermó de cáncer a fines del año pasado y este año fue muy duro para todos; en todo el año nunca la había escuchado hablar con tanta franqueza de cómo lo había pasado. Sentí como todo el año se me vino encima, me crujió el estómago y me costó que no se me caiga una lágrima. Pensé en cómo habría sido el año de Luisa, todo lo que habría sufrido y como los chicos suelen sufrir en silencio. Pensé en todos nosotros. Pensé en cuán importante había sido la novela de Diego para ella en estos meses. Pensé en los lugares que buscamos para volver a sonreír.

La cara de Diego se transformó. Agarró a Luisa, la abrazó y después le pidió sacarse una nueva foto, donde la volvió abrazar y posó mucho más sonriente que en la anterior.

—¿Cómo está tu mami? —me preguntó Diego.

—Mejor —contesté casi sin poder evitar el nudo en la garganta que tenía.

—Ojalá se mejore pronto —nos dijo mirándonos a los dos—. Adiós, Luisa.

Diego es bastante más que una cara bonita.

Mientras Luisa no daba crédito a su suerte y su excitación iba en aumento, a mí me costaba recuperarme del golpe emocional.

Volviendo a su casa mientras conversábamos (donde ella intercalaba algún grito eufórico con algún “¡Diego me abrazó!”) me dijo:

—Hoy fue el mejor día de todo el 2018, muchas gracias, Paco.

Ella no lo sabe, capaz tampoco lo entienda hoy, pero por motivos diferentes a los suyos y pese a todo alineados, para mí también fue el mejor día del año. Incluso para Diego no debe haber sido un día más.

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Marcos Elia (29)
Abogado
marcoselia1@gmail.com