Por Oriana Lucía Aiello.
Al reflexionar sobre las relaciones amorosas y su surgimiento, resulta casi imposible prescindir de la edad como un factor determinante. En principio, podríamos pensar que las personas solemos interactuar de forma íntima con otras que se encuentran dentro de nuestro mismo grupo etario. Sin embargo, cuando observamos lo que ocurre en la realidad, rápidamente nos percatamos de que dicha tendencia no es más que una mera generalización y que no necesariamente representa la norma. Pareciera que, cada vez más, se pone de relieve la diferencia de edad en las parejas. Por lo tanto, cabe preguntarse si la edad en estos casos se puede sopesar y si es un punto influyente a la hora de elegir empezar una relación.
Una diferencia pronunciada de edad en una relación puede traer aparejada diferentes implicancias de índole social, tales como la mirada de la sociedad, del grupo de pares, de los seres queridos, de la religión, entre otros. Entonces, después de todo, ¿es válido decir verdaderamente que el amor juega un rol más fuerte y que prevalece?
Como punto de partida, es necesario remontarnos al momento previo de toda relación amorosa: el hecho de conocer a alguien. Antes de sentir cualquier atracción por una persona, primero debemos conocerla. Pero, ¿cuáles son las probabilidades de conocer a otros cuyas edades difieran de las nuestras? Las personas suelen conformar un círculo íntimo de amigos y conocidos con quienes comparten los momentos de la vida. Son, entonces, en torno a estas relaciones los ámbitos que frecuentan. Por ende, distintos serán los que elijan los jóvenes que los adultos. No obstante, esto no necesariamente implica que no puedan coincidir. En el caso de que esto ocurra, y que dos personas con edades dispares se conozcan, los caminos que pueden devenir en el enamoramiento podrían ser muchos, pero particularmente me interesa recalcar dos de ellos: la atracción física y la atracción intelectual. Habrá quienes se dejen llevar por un atributo físico, lo estético, lo visual, “la cáscara”; mientras que en otros se despertará una atracción a raíz de la admiración por una facultad inmaterial el intelecto. De igual manera, en el proceso de enamoramiento, algunos se dejarán guiar por los apetitos, la voluntad, las pasiones y la libido (en términos psicoanalíticos); mientras que otros delegarán dicha tarea a la rigurosidad del raciocinio.
La temática de la edad no se puede abordar sin reflexionar sobre el enlace con el concepto de belleza y el encumbramiento de la apariencia. Hoy podemos advertir una excesiva obsesión por nuestra imagen y por mantenernos jóvenes, ya que la idea de belleza parece estar intrínsecamente asociada con la juventud. De a poco, fuimos endemonizando el envejecimiento y haciendo todo lo posible para evitar su avance: nos maquillamos, nos sometemos a cirugías estéticas, nos aplicamos cremas antiarrugas, nos realizamos tratamientos corporales, nos teñimos las canas, nos colocamos implantes capilares, sufrimos los cumpleaños, hacemos un escándalo cuando nos preguntan la edad, nos sentimos halagados cuando nos hacen saber que aparentamos menos años que los que hemos vivido. Me atrevo a concluir, de forma categórica, que estamos olvidando que la alternativa (no envejecer) es la muerte. La única manera de no envejecer es morir.
Los peligros de considerar al más joven el más bello no se reducen al ámbito estético. Podemos pensar cómo esto afecta el trato que reciben las personas mayores. Resulta imposible llevar a cabo esta tarea sin encuadrar cada caso en la cultura de la cual es hijo. Con solo mirar las noticias, podemos fácilmente darnos cuenta de que en Occidente la ancianidad no está percibida como una virtud. Lamentablemente, muchas veces se maltrata y se les falta el respeto a las personas mayores. En cambio, en la cultura oriental, los ancianos son considerados prácticamente sabios, y no existe peor falta de respeto que el maltrato hacia ellos. Se valora al anciano porque se contempla la experiencia y el conocimiento que adquirió durante su vida.
A partir de la obra La Pródiga de Pedro A. de Alarcón, podemos contemplar la historia de amor entre Julia, una mujer hermosa y extravagante de treinta y siete años, y Guillermo, un joven apuesto e inteligente de tan solo veintiséis. La atracción entre ambos personajes es inmediata, tanto física como intelectualmente, ya que Guillermo queda cautivado por la belleza exterior de Julia y a medida de que la conoce, se enamora también de su personalidad. Sin embargo, la diferencia de edad no juega un papel insignificante en esta historia: justamente, es el principal obstáculo entre ellos.
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos plantearnos a nivel conceptual: ¿qué entendemos por la noción de “edad”? Si pensamos de manera estricta y respetando lo propuesto por las ciencias duras, podemos entender la edad como equivalente de un mero número, es decir, la cantidad de años de vida que experimentó una persona. Estaríamos hablando de una ciencia exacta, la matemática, y es aquí en donde encontramos una discrepancia. Estamos analizando al hombre en un contexto específico y bajo circunstancias determinadas, es decir, estamos dando cuenta del hombre en su dimensión social. No hay nada más lejano, entonces, que la matemática para intentar responder a esta problemática. Corresponde, por lo tanto, emprender un camino con un pensamiento antropológico. Tenemos que encumbrar las ciencias blandas, las ciencias sociales, para poder tener en consideración las diferentes implicancias de la práctica.
Un ejemplo de dicho desfase, producto de entender únicamente la definición matemática de “edad”, es que el número de años muchas veces puede no coincidir con la personalidad o carácter de una persona. Todos conocemos a un adulto que parece un eterno adolescente o incluso un niño, y a un adulto que parece atrapado en el cuerpo de un niño. La edad ilustra los años de vida en términos algebraicos; y si bien estos van de la mano con la experiencia adquirida, no necesariamente reflejan la madurez, la personalidad o incluso los logros de una persona.
De más está decir que el éxito también es un factor a tener en cuenta en esta reflexión. En el pasado, se asumía una relación de proporcionalidad directa: a mayor edad, mayores logros. Sin embargo, hoy en día, dada la innovación y la inmediatez que nos propician las nuevas tecnologías, es muy común ver cómo son cada vez más los jóvenes quienes alcanzan logros inimaginables, tal vez los mismos que en otro momento solo el adulto podía obtener. Por lo que podemos concluir que cambió el paradigma: los años de vida son, como ya mencioné anteriormente, un simple número.
Sería injusto olvidar que esta problemática está atravesada por una perspectiva de género. En términos generales, la mujer parece ser, muy a menudo, el foco de las críticas, tanto cuando es la mayor o la menor en la relación; mientras que el hombre no suele ser tan atacado. Además, la sociedad suele exigir que sea el hombre el mayor, y de ninguna manera la mujer… No solo el mayor en términos de edad, sino también en términos de contextura física. Existe una asociación directa del hombre como la figura mayor: de mayor edad, de mayor altura y hasta de una mejor posición económica que la mujer. Estamos inmersos en una suerte de “piloto automático”: repetimos costumbres y tradiciones arcaicas sin el más mínimo cuestionamiento. Vale la pena replantearse aquello que uno da por hecho y así descubrir que lo que es no necesariamente tiene que ser.
En la obra referida, es fácil advertir que lo que significa un freno rotundo a la relación de Julia y Guillermo es la mirada de la sociedad, muy influenciada por la opinión de la Iglesia. Sin embargo, si bien el libro refiere a una época anterior, no por eso deja de tener injerencia en la actualidad. Tendemos a especular y opinar sobre las relaciones ajenas y muchas veces la edad constituye uno de los aspectos que solemos juzgar o de hecho, prejuzgar. Son innumerables las ocasiones en las que realizamos un juicio de valor sin tomarnos el tiempo y la molestia de conocer a las personas en cuestión. Como consecuencia, muchas veces, la pervivencia de una relación se ve fuertemente amenazada, ya que no todos son capaces de ignorar las críticas y miradas de desaprobación, para concentrarse plena y únicamente en el vínculo personal y afectivo.
En el ejemplo del libro, podemos deducir que Julia es quien está más avergonzada de haberse enamorado de un hombre menor que ella, y el “qué dirán” es lo que, finalmente, la obliga a tomar una drástica decisión como la de quitarse la vida. Todo en pos de evitar la humillación pública que tanto ella como Guillermo iban a recibir si continuaban su relación. Por otro lado, la actitud de Guillermo es muy distinta, dado que no parece importarle en absoluto esa diferencia de edad. Solamente se enfoca en sus sentimientos hacia ella, dejando de lado la opinión de las personas. A mi criterio, es muy meritorio atreverse a elegir por uno mismo y decidir con quién uno quiere compartir la vida, independientemente de los ojos acusadores de la sociedad. Sería ideal si todos pudiésemos comprometernos a realizar esta labor de reflexión: volver sobre uno, repensarse, indagarse. Se trata de poner en cuestionamiento aquello que damos por sentado o que la sociedad establece como oficial, porque al ponerlo en tela de juicio, podremos discernir si coincide o no con lo que realmente deseamos. A su vez, también nos correspondería a todos dejar de lado nuestros prejuicios y nuestras preconcepciones, dándole así rienda suelta a la libertad de cada individuo. Ni la edad ni cualquier otro factor debería interponerse cuando de amor se trata. La edad debería, en mi opinión, no ser más que un dato fáctico, contingente, de carácter secundario, del cual se puede prescindir; de ninguna manera un factor determinante a la hora de elegir una pareja, especialmente, si se trata de amor.
Este trabajo de revisión profunda está estrechamente relacionado con el concepto griego de “ágape” que recoge la Biblia en el Nuevo Testamento. Si bien la traducción que recibe es “caridad”, es una suerte de amor entendido como “amor a pesar de”, “amor incondicional”, “amor sobreabundante”. Es este el concepto de amor, al igual que lo entiende el cristiano, el que será capaz de sopesar los obstáculos que se presenten, incluyendo la diferencia de edad. Distinto es el concepto de “eros”, el amor como lo presenta Platón: amor debido a un atributo. Esta noción más débil y más viciosa —según algunos autores—, tal vez, no sea suficiente para sopesar todas las dificultades y las complicaciones que surgen en una relación. Por lo tanto, no basta solo con replantearse el concepto de edad y la importancia de la mirada de la sociedad, sino que también resulta fundamental realizar un proceso de introspección. Habrá que pensar e intentar dilucidar frente a qué tipo de amor estamos arrojados.
Pero no podemos ignorar que dicha revisión es un proceso gradual. No es un cambio que suceda de la noche a la mañana y requiere un gran esfuerzo. Lamentablemente, tanto en la historia del libro como en la realidad, la edad tiende a priorizarse por sobre el amor o el vínculo de afecto. Así es cómo, en el final de la historia, Guillermo se casa con una joven de edad similar con quien forma una familia (a su vez cumpliendo con el mandato de la familia tradicional esperado y aprobado por la sociedad de aquella época), y a su vez cumple todos sus objetivos personales de los cuales se veía privado cuando estaba con Julia.
Vivimos en una sociedad que tiende a criticarlo todo y a reflexionar muy poco, y cuando este tipo de relaciones se dan a conocer, la gente inmediatamente siente la necesidad de opinar. Pero creo que lo valioso es intentar no dejarse llevar por esas opiniones negativas para así concentrarse en lo que al fin y al cabo importa, que es la felicidad personal, muchas veces a la cual podemos llegar gracias al amor. De esta forma, dependerá de cada uno sopesar el amor y los obstáculos que implica la diferencia de edad en una relación. Sin dudas, si realmente ese amor es honesto y puro, la edad no debería significar nada más que un simple cálculo matemático.