La única historia, de Julian Barnes

Por Estefanía Servian.

En tiempos de cuarentena.

La única cuestión, según Julian Barnes, es saber si uno prefiere amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos; pregunta inicial de su novela más reconocida. Y da paso a la historia de Paul, por lo menos la que él elige contar cuando alguien le menciona que todos tenemos una historia de amor: “Todo el mundo tiene su historia de amor. Todo el mundo. Puede haber sido un fiasco o no, puede haberse quedado en agua de borrajas, hasta puede ser que ni siquiera haya existido, que haya sido puramente mental, pero no por eso es menos real. (…) Todo el mundo la tiene. Es la única historia.”

Ese es uno de los puntos fuertes de la novela. Plantear que existen distintas historias y que las que se cuentan no necesariamente son las buenas, las lindas, las correctas, las que terminan bien. O las actuales. Que uno puede tener varias historias de amor; sin embargo, hay sólo una que las personas recuerdan, que les genera una sensación especial, aunque más no sea de incomodidad. Y podemos comprobarlo con la persona que lleva a la historia en la que uno piensa cuando lee esa frase. Las hay felices, otras no tanto, dramones; también irreales y lógicas. No todas las historias “de amor” lo son tanto. La única historia del joven Paul se basa en su relación con una mujer bastante mayor, casada y con dos hijas, y las consecuencias que esto trae aparejado a lo largo de su vida.

A Paul su historia lo lleva a actuar de determinada manera que se puede leer en la novela. Mientras la leía en este periodo eterno de cuarentena, recordé un pasaje de Anna Karenina, en el que ella y su amante, el Conde Vronsky, escapan juntos para vivir su amor prohibido con mayor libertad; y él descubre que, pese a que su estado actual había sido su sueño más anhelado y quizás nunca en su vida había deseado con tanta pasión algo; una vez que lo obtuvo no sentía esa felicidad que pensó que iba a experimentar, y que no sería entonces la felicidad la suma de todos nuestros sueños.

Con uno de mis grupos de amigas, cuando éramos más chicas nos preguntábamos: “¿qué harías si tuvieras todo el tiempo del mundo para hacer algo?, ¿en qué lo usarías?” (Eran planteadas con palabras menos profundas claramente). Las indecisas, siempre dudaban, buscando tal vez la mejor respuesta —como si la hubiera— y a mí me inquietaba: cómo no saben, ¡si yo tengo una lista! Y la tengo. Mi respuesta era siempre la misma.

Luego usamos esa pregunta en el trabajo, cuando entra alguien nuevo, para conocerlos. Te llevas sorpresas muy gratas con las respuestas, sobre todo porque la clave está en lo primero que se viene a la mente por más curioso que esto sea. Ese es el otro punto de la reflexión: ¿por qué o por quién dejarías todo? (lo que tenés, lo conocido). ¿Sería por Susan, la historia de Paul en la novela, por quien él lo haría?

Llevado al punto de la profundidad de la reflexión, es una pregunta incómoda, que descoloca porque obliga a pensar la respuesta porque tiene que valer la pena, ¿no? Estarías dejándolo  todo…

Uno de mis amigos, que es un economista súper ordenado y metódico, contesta que dejaría todo por vivir jugando al rugby. Cuando lo dice hasta se emociona. A su vez, se pueden lograr las pequeñas adaptaciones de esos sueños. Si no se pudo abandonar profesión y novia por ese deporte, él se fue dos meses a jugar al exterior.

El desafío es encontrar aquello que te emocione, como lo emociona a Tomás hablar de rugby. “Y ni siquiera soy bueno”, nos dice riendo. Varias veces nos pregunta: “¿estás haciendo lo que realmente te gusta? ¿Es el trabajo, la carrera de tu vida?” Los que nos hemos planteado esa inquietud alguna vez, o replanteado las elecciones varias veces, sabemos lo complicado que resulta si la respuesta es negativa. Posiblemente, la mayoría se hayan hecho esa pregunta y pocos tal vez hayan hecho algo al respecto.

Este periodo de aislamiento social obligatorio puede ser que haya enfrentado a la gente con ese tan ansiado tiempo “libre”, hermosa excusa para postergar actividades, sueños, proyectos, lo que sea. Descreo personalmente de las “mil actividades” que hace la gente en este periodo. Cómo les da el tiempo. En algunos casos se trata de aburrimiento y en otros parece que el cúmulo de actividades se relaciona con evitar encontrarse con uno mismo en cuatro paredes sin poder huir. Por un lado, todos cocineros expertos: muchas recetas variadas, sanas; dulces, saladas. Agradables a la vista o un espanto. Para compartir, platos individuales. Tortas. Postres. Por el otro lado, fanáticos del deporte. De esos que te hacen un triatlón desde la cocina al living o maratones en el balcón (conozco gente así y los admiro, sobre todo por utilizar el tiempo en actividades completamente diferentes).

También hacer actividades postergadas, como leer todos los libros que siempre quisiste, terminar ese rompecabezas de 1000 piezas que trajiste de algún viaje, hacer maratón (no por deporte) de series, pintar, etc. Porque así como cada uno tiene su historia de amor, cada uno también tiene una pasión oculta, una actividad preferida, una profesión frustrada con su correspondiente historia detrás. ¿Tantas ganas tenías de leer esa novela de mil páginas si ni la agarraste, aunque más no sea para hojear la contratapa, en la cuarentena? Y resulta incómodo porque seguramente sepamos de algo que dijimos que íbamos a hacer llegado el momento… y no.

Si tuvieras todo el tiempo del mundo para hacer lo que más quisieras, ¿qué harías vos? O, mejor dicho, ahora que parece que lo tuviste, ¿qué hiciste?

 

Estefanía Servian (31)
Abogada
estefiservian@hotmail.com