Por Santiago Maqueda.
I
Un año esperando enterrada, a oscuras.
Un año, con sus cinco puntas atadas
a un cablerío con lucecitas, y enredada
entre guirnaldas rojas y verdes,
aunque ya azules de tanta noche.
Un año hacinada
entre ramas de pino desmembrado,
entre brillantina, manzanas de plástico,
angelitos despintados.
Un año esperando enterrada, a oscuras,
este nuevo 8 de diciembre
y ese momento en que,
como una nuez abriéndose,
la luz y una sonrisa niña
se asomen
entre las tapas de la caja de cartón.
II
Refugio de paja, paredes de adobe,
cáscaras de algarrobo:
el rancho ilumina la soledad
de la noche pampa.
Padres primerizos se embelesan ante el llanto
recién nacido en los yuyales.
Las cabras observan,
los pastores traen un brebaje
de hierbas serranas.
Los Reyes, en cambio, vienen leguas atrás.
―¿Pero hoy no es 6 de enero?
―Sí, lo dijo mamá: ya es 6 de enero.
Los Reyes tendrían que estar.
Y el chico de cuatro años
trae las figuras de plástico,
desde las lejanas llanuras de papel madera,
hasta el pesebre de ramas del árbol del patio.
En segundos ya reverencian al Niño,
que duerme en su cuna de hojas de parra,
Melchor y Gaspar y Baltasar, y los camellos,
y el oro todo, y el mármol exultante.
―Pero necesitamos más gente
—le dice a su hermano menor—. Más, muchos más.
En el cajón ya no quedan figuras de época.
Sólo un Rambo, algunos robots,
las Barbies de la hermana:
todos al Pesebre ya, a adorar.
Como también,
cuando se haga de noche,
cuando no haya nadie más
―cuando nadie se atreva―,
como un par de humildes pastores
se quedarán adorando también,
en pantalones cortos y hasta en vela,
esas dos infancias, hogueras perpetuas.
Santiago Maqueda
Abogado
santiagomaqueda@gmail.com