La Huella Indeleble del Aborto

Por Santiago Legarre.

En un fallo reciente, la Suprema Corte de Buenos Aires decidió que fuera sometida a un aborto la chica de 14 años de Mar del Plata que quedó embarazada como consecuencia del abuso de su padrastro. Los jueces estudiaron, necesariamente, el Código Penal, el Código Civil, los Tratados Internacionales de Derechos Humanos y la Constitución Nacional para determinar si, de acuerdo con el derecho argentino vigente, correspondía otorgar ese permiso. También acudieron a razonamientos morales de diverso tipo que subyacen detrás de las normas jurídicas que regían el asunto, y acaso alguno también consultó sus propias convicciones religiosas, como lo hizo la jueza de primera instancia que manifestó haber orado insistentemente antes de otorgar la autorización requerida.

Pero, sin dejar de hacer lo anterior, los jueces deberían haber tenido en cuenta también el drama humano que supone permitir que una niña tan joven sea sometida a un aborto, un drama del que se habló muy poco cuando se opinó sobre el caso marplatense. Ella ya había padecido lo indecible de manos de quien debió haberle brindado todo su cariño. Después de tanto sufrimiento, era lógico que quisiera evitar otro dolor más, y seguramente eso explica su decisión de abortar. Sin embargo, se trata de una menor de edad, que puede indudablemente equivocarse cuando mide las consecuencias de un acto de semejante gravedad. Todos los que la rodean y, por mandato legal, las autoridades competentes, deberían haberla ayudado a evitar que su dolor la llevara a realizar algo que podría provocarle un dolor futuro que quizá nada ni nadie puedan borrar.

En su nuevo libro Adiós, depresión (Temas de hoy, 2006), el psiquiatra español Enrique Rojas recoge datos espeluznantes de una investigación llevada a cabo en Nueva Zelanda sobre las depresiones post-aborto: el 42% de las mujeres que abortaron antes de los 25 años experimentaron una depresión en los cuatro años siguientes. El jefe del equipo investigador, David Fergusson, se manifiesta ateo y partidario del aborto, pero reconoce que, para su sorpresa, el estudio demuestra una patente relación entre someterse a un aborto y padecer una depresión o algún otro tipo de alteración psicológica.

Un error no se arregla con un nuevo error. A su corta edad, esta chica ya ha sufrido demasiado. En su intento por responder a este desesperado grito de auxilio, la opinión pública y las autoridades interventoras deberían haber sopesado delicadamente las terribles consecuencias que el aborto acarreará el día de mañana. La decisión de dar a luz a un hijo no querido puede eventualmente encontrar paliativos en la entrega del niño en adopción o, en algunos casos, en el posterior cambio de opinión de la protagonista acerca del significado existencial de su criatura ya venida al mundo. El aborto, por su naturaleza, nunca admite marcha atrás, independientemente de la calificación moral y jurídica que se le otorgue. Como tantas otras veces, la alternativa aparentemente más simple no siempre resulta la más aconsejable.

Santiago Legarre

38 años

Doctor de la Universidad de Buenos Aires

s.legarre@sedcontra.com.ar