Por Ezequiel Martelletti.
Se dice que existen, sólo en la Argentina, más de doscientas escuelas de pensamiento que estudian la preparación del mate. Si bien tan diversas doctrinas—algunas más rigurosas, otras más laxas—carecen de todo sustento formal, por no decir de institución, sería cuando menos pueril el cuestionar su presencia de facto en la circunstancia nacional y aledañas, así como también carecería de sentido desconfiar de la existencia de los unicornios o las partículas subatómicas, solamente porque uno jamás los haya visto. De la misma manera que se deduce una ley física observando el comportamiento de los objetos analizados, basta con examinar las disputas ocasionadas por dichos prolegómenos mate-referidos, que cómo lo vas a tomar dulce, que primero se moja la yerba con agua tibia, que la bombilla se introduce al final con dedos índice y pulgar exclusivamente, para aceptar de inmediato su inobjetable realidad.
Ramón Guerrero tomaba el mate amargo, pero no tenía pretensiones respecto a la preparación del mismo; cada día que pasaba era testigo de una elaboración distinta, fruto de una despreocupación que le era natural ante la vida. Ese día el azar había dispuesto que primero colocara la bombilla, luego la yerba en cucharadas desiguales, y finalmente sirviera el agua a punto de hervir en un mate de metal rojo. Alrededor del cuarto llenado, mientras observaba el volar de una mosca sobre su escritorio de estudio, Ramón notó que el mate comenzaba a temblar, y que un extraño humo color violáceo provenía desde las profundidades de la yerba. Asustado, arrojó de inmediato el mate al suelo, volcando su contenido por doquier, y para su tremenda sorpresa, desde el interior de un mate en apariencia ya inútil nació un diablillo lóbrego y deforme, que le dijo sin aviso: “Me has descubierto. La única forma que existe para expulsarme de este mate es mediante su preparación. Ignoro la cantidad de años que dedicaste a investigar esos oscuros caminos, pero han rendido fruto. Cada vez que desees algo, sólo repite el mismo procedimiento, y será concedido”. Al instante el genio se esfumó, dejando atónito a su amo.
Luego de varios minutos de exasperación Ramón se recompuso, comprendiendo la gravedad de su situación: desconocía por completo la forma en que había preparado su mate, y salvo que pudiera indagar exhaustivamente sobre tan ignotas artes, jamás lograría controlar ese espectro, y por tanto su destino. Meses enteros se pasó haciendo mates de tal y tal manera, consultando expertos, uniéndose a un sinnúmero de escuelas materas, pero siempre en vano. Hasta que desertó; era imposible recordar esa fórmula. El mate sólo le gustaba amargo, y era lo único que sabía con firmeza.
Entonces, eternamente afligido, dispuso cambiar; era infeliz porque había sucumbido ante la gratuidad de las cosas, pero no más. Si hubiera elaborado su mate siempre del mismo modo, no habría descubierto ese nefasto diablillo, o en todo caso, si lo hubiera descubierto, sabría cómo dominarlo. De allí en adelante, sus mates serían siempre iguales; estaba cansado de ser un don nadie ante la vida. Con resolución y gallardía adoptó su nueva postura; sin perder el tiempo, fue corriendo el mismo lunes a la mañana y acaso como una primera tentativa, se anotó en el Partido Comunista, y fue el socio número 18.239 de Chacarita Juniors. Quizá uno de esos días fundara también su propia escuela de mate, y hasta podría suscribirse al círculo de lectores de su barrio, a la Biblioteca Nacional, o a Greenpeace—ni eso era demasiado problema, de algún lado conseguiría una tarjeta de crédito.
Ezequiel Martelletti
Estudiante de Psicología
hola_el_pola@hotmail.com