Por María Florencia Lopez.
Endomina. Algo así había alcanzado a escuchar en la tele, sustancias que se activan o se aceleran, o como se lo quiera llamar. No era un día como cualquiera pero no porque para ella no lo fuera, sino porque le habían hecho creer que tenía algo de especial. Y le habían hecho creer tantas cosas que rara vez podía ver destellos de lo que era la realidad. Realidad-ficción, y una línea tan corta que las separaba, con un montón de “gente” tratando de juntarlas.
El mes más corto, y para ella el más doloroso, forjó su sueño más corto, su inocencia más corta, de la ilusión más larga en la más corta posibilidad de subsistencia.
Él ahí y ella en frente… y por primera vez lo podía contemplar sin tener que desarmarse en explicaciones parecidas a excusas. Él ahí inmóvil sin poder pronunciar palabra. Por primera vez, ella lo había dejado sin palabras, cosa que él hacía a diario.
Nunca entendió por qué ese amor, nunca entendió por qué lo había escogido a él, si siempre supo que lo de ellos no tenía futuro, porqué ese empeño obsesivo que nunca pudo ver. “El amor es un misterio”, afirmaban en la bendita tevé. Ésta había sido su única salida ante la soledad desde de su partida. Ese hombre que nunca la quiso demasiado ahora se había ido, dejándola con una pena devastadora que apenas le permitía respirar.
Permaneció casi inmóvil en su cuarto por largos, eternos, vanos días que no consiguieron más que ahogarla más y más en su dolor. Sus ojos siempre fijos, con una mirada perdida que después tendría él y sería su responsabilidad, todo desde que lo había conocido había sido su responsabilidad.
Y esa inversión de los papeles también lo sería.
Ella siempre lo había querido, no había hecho más que seguir su corazón, se había hecho esclava de sus caprichos, atendiendo servilmente a cada uno de sus ataques de neuro-histeria propia de los hombres. Él nunca le había devuelto el esfuerzo, ni el cariño, ni el respeto ni mucho menos el amor que ella había puesto siempre en todo lo que tenía que ver con él. Él siempre había pensado que con una rosa podía arreglarse todo, y sí, para ella todo se arreglaba así. Durante mucho tiempo le había bastado un perdón apenas susurrado y con poco sentimiento, para que ella volviera a amarlo con locura y cayera rendida con un amor exagerado a sus pies.
Y él lo sabía; él lo sabía…
Pero ahora la rosa se había perdido en el correo, o tal vez marchitado en el camino. No tenía remitente la tarjeta que nunca llegó. Y ya era 14 y ya eran las 11 de la noche, y ella tenía esperanza; las 11:15, las 11:30, y ella tenía esperanza.
Prendió la tele. En todos los canales lo mismo…
Abrió la cajita y sacó unas de las rosas disecadas junto con un regalo de su padre: no tenía hermanos varones, así que se lo había dado a ella. Tocó el timbre de su casa y la atendió él, y ella entró. Y simplemente se miraron como lo habían hecho más de una vez en esas noches de lujuriosa intimidad. Después otra mirada, mucho más firme e intensa que la anterior, y un acto, dos, tres… y sólo se escuchaba un respirar. Lo vivió como la primera vez, como su primera vez, había sido con él, lo vivió con el mismo deseo y con la misma pasión; y otro acto, y dos, y tres, pero esta vez ella tenía el poder, era ella la que penetraba… Dejó caer las rosas, y se mojaron con esa sustancia del color del amor: sangrado y apasionado rojo; entonces él cayó de rodillas y ahora sí pudo ella susurrarle un “te amo” al oído, y él estaba sin aliento, sin dolor, sin palabras…
María Florencia Lopez
Estudiante de Ciencias de la Comunicación
zurdita03_Flo@hotmail.com