El hombre triste

Por Enrique Cadenas.

Ese día, entró con otra expresión en su cara. No parecía ser el de siempre, sus cejas configuraban la más extraña trigonometría y en sus ojos se dejaba ver el alma manchada de frustración. Cada miembro de la familia estaba en lo suyo y sólo la menor se percató del estado de su padre. Preguntar, no preguntar… Aunque era joven, sabía que su padre jamás demostraría debilidad ante su princesita. La pequeña corrió a contarle a su madre lo acaecido.

Él se dejó caer, aplomado, como atraído por una fuerza misteriosa y pesada, en el butacón infinito de sus meditaciones. Con la mano derecha que colgaba inerte de uno de los precipicios, buscó torpemente su botella de brandy que solía refugiarse bajo los pliegos de aquel aposento. No lo logró. Ofuscado, apagó la luz de la lámpara, dejando la habitación a obscuras. La opacidad del ambiente era también la de su alma, no quería vivir.

Madre e hija hicieron todo lo posible por detener el letargo anímico en el que se encontraba, pero todo esfuerzo humano era vano. Sus cabecitas trabajaban incesantemente para encontrar la manera de hacerlo sonreír. Un “déjenme solo”, murmurado o balbuceado sin ganas, fue todo lo que necesitaron. Sabían que nada podían hacer…

Quedaron sólo el hombre y sus cavilaciones. Nada parecía importarle, pero todo le importaba tanto… quizá por eso estaba triste. El hombre pensó. Ya no tenía fuerza, se sentía un despojo. Lágrimas amargas se arrastraron por los surcos que el tiempo y la tristeza habían marcado tan ahondadamente.

Encontró su mirada en el espejo que estaba junto al piano. Entre penumbras, pareció reconocer una imagen vieja y cansada. Prendió la luz pero no, no tenía el valor de mirarse a los ojos. No quería verse; no se resistía a sí mismo. Su reflejo parecía insistir en el encuentro al que el temía tanto. Cerró sus parpados. Pensó que, en el mundo ojos adentro, estaría a salvo de sus fantasmas.

Procuró concentrarse en algún recuerdo agradable, evitó toda confrontación penosa. No lo logró. Como en una película de terror, lo agradable se volvió venenoso; vio cómo sus hijos lo admiraban con sus grandes y celestes ojos que brillaban de orgullo. Vio a su mujer que lo amaba tanto. Y tuvo miedo. No sabía si podría soportar vivir sin ellos, soportar morir sin ellos. ¿Su esposa lo seguiría amando? ¿Tendría aún el abrazo cálido de sus hijos al amanecer? Se pensó desocupado, sin dinero para alimentar a sus críos. Se vio desesperado, irresponsable, deprimido, rodeado de lujos evanescentes y de pobreza soez.

¿Cómo dejaría que lo amen sus amados si nada podía darles? Siguió pensando. Abrió los ojos y recorrió con sus pupilas pegadas al corazón los retratos de la familia. Vio, custodiado por los marcos de madera de los portarretratos, un tesoro inagotable, y se supo rico otra vez… Por ellos, una nueva vida.

Y, en el butacón, veló y enterró su desesperanza junto con otras tantas quimeras…

Enrique Cadenas

20 años

Estudiante de Derecho

enriquecadenas@gmail.com