Por Juan M. Franchi.
45%.
Ese es el número de Cristina Fernández de Kirchner en el imaginario colectivo. En las últimas elecciones, la Presidenta electa obtuvo la mayor diferencia con la fuerza política que le sigue en los últimos 20 años. Ella será, a los ojos del grueso popular, una mandataria ampliamente legitimada.
Sin embargo, un análisis pormenorizado indica que lejos de ser una líder nata, Cristina Fernández es, mejor, la beneficiaria de una espectacular maquinaria electoral. En los diarios de los últimos días se puede ver el desagregado de los sectores del electorado y los dirigentes votados: como es sabido, Daniel Scioli ganó en la Provincia de Buenos Aires con cerca del 50% de los votos, provincia que a su vez contiene alrededor del 40% del padrón electoral nacional. Así, el gobernador bonaerense electo –y al compartir boleta- le aportó a la senadora Fernández con su triunfo aplastante, virtualmente tres millones del total de sus votos.
De cualquiera manera, el actual presidente del senado no debería proclamarse líder indiscutido de media provincia de Buenos Aires. Del mismo modo que Cristina Kirchner, fue sostenido en su elección por el ex intendente de La Matanza -y ahora vicegobernador electo de Buenos Aires- Alberto Balestrini. Éste último partido tiene alrededor de 800.000 votantes, y en su mayoría fieles, según lo demostraron en las últimas elecciones. En el resto del Conurbano bonaerense existen ejemplos por demás conocidos de los llamados “barones”: intendentes con un poder territorial consolidado con, en algunos casos, más de 20 años de gestión al frente del municipio. En este sentido, más allá de las coincidencias ideológicas, lo que parece mandar es mantenerse en el cargo. Estos dirigentes han adherido al sistema de listas “colectoras”, produciendo una suerte de simbiosis electoral, donde la primera dama les reporta votantes seguros con el sello del Frente Para la Victoria, y ellos devuelven con la misma moneda: votantes de su distrito, pero ahora ya a nivel nacional. No obstante esto, sería imprudente olvidar que los barones del conurbano no son kirchneristas, sino más bien oficialistas; tantos años de perpetuarse en el poder lo demuestran.
En el plano nacional, los gobernadores provinciales –en varios casos radicales “K”- han actuado de manera similar, pero sumando otro elemento: la dependencia del poder central para recibir las partidas correspondientes a la coparticipación federal. Más allá de toda decisión personal, los gobernadores se encuentran en una clara situación de inferioridad y dependencia presupuestaria, que los pone en un dilema entre militancia fiel al poder central o un estado deficitario.
Ahora bien, respecto de la centroizquierda, se han implementado políticas de choque destinadas a marcar profundamente al electorado, como son la recurrente utilización de la bandera de los derechos humanos y los juicios a ex represores, aunque quizá debidos, instrumentados políticamente. Esto último combinado con el fogueo al sindicalismo y el apuntalamiento de figuras internacionales como Chávez, y considerando el efecto colateral de las últimas medidas tomadas en materia impositiva destinada a beneficiar a las clases sociales más bajas, puede decirse que este gobierno se ha ganado el visto bueno de un espectro social que abarca casi todos los sectores enrolados en esa corriente ideológica. Aunque no a todos, sí a los suficientes.
Por su parte, la UCR ha sido víctima de una fragmentación que dejó sin duda un partido absolutamente inorgánico, que cuenta con adeptos en las filas del partido UNA de Lavagna, en la Coalición Cívica de Carrió y en el Kirchnerismo. Sus diferentes miembros han sufrido embates de todos los frentes: Cobos fue expulsado por el Comité Nacional por iniciativa de Morales, su titular. Stolbizer, ex candidata a gobernadora bonaerense por la CC, fue blanco de duras críticas por su nuevo alineamiento, y el propio Morales fue tachado de déspota en el cumplimiento de sus deberes como titular del radicalismo por parte de Julio Cobos. Sin embargo, no se puede negar que en los últimos años el partido de Alem ha recuperado un protagonismo histórico que le fue arrancado desde la caída de La Alianza. Este proceso de recomposición le tocó en un momento complicado en lo que hace a la organicidad de los partidos políticos, por la conocida crisis de estas instituciones. No obstante ello, no debe dejar de tenerse en cuenta que todos los procesos culminan: para bien o para mal, el radicalismo se erguirá una vez más como fuerza política unida, o será víctima del fatalismo de la división. En cualquier caso, durante el mandato de Néstor Kirchner, los dirigentes radicales se han visto en la encrucijada de decidir, no ya cómo llevar mejor las riendas de su partido, sino más bien a qué otro adherir para colgarse a su lista hasta recuperar la organicidad partidaria. Muchas figuras de la UCR se han decidido por el FPV, siguiendo el camino trazado por el Vicepresidente electo, Julio C. Cobos.
Por su lado, el peronismo –en su momento condensador de fuerzas políticas por excelencia- se encuentra desperdigado por todo el país e impregnando el discurso de casi todos los partidos de peso. Lo que en un principio fue un paraguas que cobijaba a la mayoría de los sectores, ahora está siendo fagocitado por las más diversas corrientes, que lo utilizan, máspara invocar un concepto,que una ideología. De hecho, tanto el FPV, como la CC Y UNA, prudentemente incluyeron elementos peronistas en su discurso; aunque, cabe destacar, el sello del centenario Partido Justicialista no fue utilizado por ninguno de ellos. Sólo Alberto Rodríguez Saá hizo un vano intento de adjudicárselo al celebrar el congreso peronista en Potrero de los Funes, intento que fue neutralizado por la jueza con competencia electoral María Servini de Cubría.
Cristina Fernández de Kirchner será la primera mujer en acceder a la presidencia, legitimada por una elección democrática que le confirió un alto porcentaje de votos, provenientes en su mayoría de una ingeniosa pirámide de adhesiones de los más diversos dirigentes.
45% fue su número, pero ¿quién votó a Cristina Fernández?
Una nación con verdaderas ansias de desarrollo requiere de un líder sostenido por un partido consolidado y por un auténtico consenso popular. El horizonte partidario del kirchnerismo se achica a medida que crece el de los partidos segmentados que lo componen. Probablemente la postulación a la titularidad del PJ que anunció para el año 2008 Néstor Kirchner y las maniobras que orquestará Cobos para arrebatarle la UCR a Morales –que dependerán en última instancia de la pluma de la jueza María Servini de Cubría- sean un intento de superponer esos horizontes bajo una línea común: la del Frente para la Victoria.
Juan M. Franchi (21)
Estudiante de Derecho
jmkf07@gmail.com