Por Frágilinvencible.
William Durant, historiador y filósofo norteamericano, una vez dijo que “la educación es el descubrimiento progresivo de nuestra propia ignorancia”. Desafortunadamente, nuestra ignorancia suele reposar debajo de todo lo que solemos dar por sentado, estereotipamos o asumimos. Parecemos vivir construyendo estantes donde archivar, prolijamente, todo nuestro conocimiento, como si se hubiese convertido en un bloque de concreto. Así, no nos damos cuenta de que olvidar puede ser algo hermoso.
Olvidar para aprender, ¿por qué no? Mucha verdad lleva la idea de que uno no se baña dos veces en el mismo río. Bajo esta premisa, el olvido es un eje cardinal para el aprendizaje. Olvidar para redescubrir la belleza de tu barrio, de las relaciones humanas, del arte…
Tenemos que permitirnos volver a los libros leídos, a los discos escuchados, a las relaciones cerradas y a todo lo que fue sellado dentro de una cápsula de tiempo dentro de nuestras mentes. Tenemos que permitirnos volver y redescubrir. No solo porque al agarrar Demián de Hesse uno ya no es el mismo chico de 17 años, sino porque en él tal vez se encuentren las respuestas que en su primer momento ni sabíamos preguntar.
Por supuesto que con este planteo no se quiere decir «no hay que leer, no hay que conocer, no hay que cultivarse». Claro que no, ya que esto sería el fin de la evolución social y personal del hombre. Lo único que se implica aquí es que vale la pena aunque sea intentar dejar ese margen para redescubrir.
Hay que olvidar los estereotipos y las definiciones que nosotros mismos trazamos en el pasado, ya que son las que nos van a vendar gentilmente los ojos, privándonos de la posibilidad de redescubrirnos constantemente. Alvin Toffler dijo que “los iliteratos del siglo XXI no van a ser aquellos que no sepan leer y escribir, sino los que no puedan aprender, desaprender y reaprender”.
Hoy en día recordar resulta análogo a tomar atajos. Evita que «pierdas tiempo» pensando gracias a estereotipos constantes. Ya que el hombre es un ser prejuicioso, olvidar puede ser un primer paso para nuestra recuperación como personas y como sociedad. Solemos ser lineales con la idea de: un ente, un episodio, un recuerdo, una casilla. Y se acabó. Y así, cada vez que nos preguntan por ese objeto o persona buscamos en nuestros casilleros por el lugar donde lo dejamos años atrás, y en eso nos basamos para disparar a diestra y siniestra contra él.
Damos por sentado casi todo lo más bello de la vida cotidiana. Por supuesto, en una plaza hay bancos, pasto, árboles, pájaros, tal vez una calesita y niños jugando. Muy lindo todo. ¿Cuando fue la última vez que fuimos a una plaza? Y no me refiero a pasar caminando por la periferia mientras pensamos en otra cosa, sino realmente ir a una plaza, sentarse en un banco y escuchar a los chicos jugar, o acostarse en el pasto, viendo como el sol se filtra a través de las copas de los árboles. ¡Cuánto se pierde cuando nos dedicamos a mirar en lugar de ver!
Esta es una hipótesis con alta practicidad en relaciones sociales. El olvido te permite bajar la guardia, ser vulnerable y, por qué no, un poco ingenuo. La sociedad moderna se encargó de repatriar al éter a los hombres sensibles. Hoy en día hay que ser un gallito, cabeza de departamento matándose en el microcentro con los ojos vendados. Los amigos y compañeros ya están catalogados, ordenados y empaquetados. Todos tienen su rótulo que los distingue y los separa. Tres o cuatro episodios, anécdotas, bastaron para encontrarles una digna definición en la que enterrarlos. Y por supuesto: a partir de ahí no esperamos nada más de ellos. Son su definición, y no les pido nada más, no espero nada más de ellos, y ciertamente no les voy a dar ni un centímetro más de mí. Que linda forma de vivir, ¿no?
Aquí olvidar no invita a la ignorancia. Hay que ser responsable con el olvido. No se trata de un reseteo mental, de un borrón total de la mente, y a empezar de nuevo desde el jardín de infantes. No se trata de la destrucción indiscriminada de la cultura personal o social. Simplemente hay que intentar evitar petrificar todo lo que entra en nuestros cosmos, dejándolo fluir tranquilamente y sin miedo hasta el día que se lo vuelva a encontrar, y con él, venga otro significado o nutriente. Desafortunadamente, o tal vez afortunadamente, esa “ventana abierta” depende enteramente de nosotros. Como dijo el filósofo griego Epicteto: “Es imposible para un hombre aprender lo que cree que ya sabe”.
Frágilinvencible