Por Alejandro Rothamel .
Fuiste los ojos que no veo,
la sombra postrera,
lo no que no soy.
Te evoco entre trastos
—¡desespero!
en la luna blanca
bajo la arena.
Danzas fugaz en sangre,
¡corderos robustos veo!,
en nochetótem brutal de muerte,
de pasillo ¡creo!
¡No!
Dudo, no muero.
Tus ojos los ví…
ya no los veo.
Invisible recorriste
lívidas bocas de sebo,
que se aprietan y se abren…
¡sagradas noches abrieron!
Abrieron pacientes cielo,
el torso tiento de cieno,
el soplo fortuito y cruel
de lenguas truncas de sexo.
Le has regalado, luna,
atroz tormento de celo.
Ahogó en arenas sosas
niños ya muertos, cientos.
Oliverio, ¡no veo sombras!
apenas si ahora veo.
Deformas en lo invisible
tu miasma y desprecio, y lejos…
Eres tormento de todo:
lo quieto, lo bueno y bello.
¡Caligramaste la nada!
Tú ya no salvas ni al cielo.
Adiós Oliverio, viejo.
Aleja el nimbo siniestro.
¡Has fraguado el pan vivo!
Así lo arrastraste: muerto.
Alejandro Rothamel (20)
Estudiante de Derecho
alejandro.rothamel@gmail.com