Por Corina Inés Chouciño.
Instante de gloria, momento pasajero, ¿por qué todos te festejan? Eres fugaz, pero puedes penetrar en una historia, una vida, y reducirla a tan solo lo que eres: un instante.
Aun así, ¿cuál es el sentido del festejo? ¿No se dan cuenta de que limitan tus capacidades generativas, de que te condenan?
Con ingenua crueldad, el egoísmo se apodera de ti para aprovecharte enérgicamente.
¡Pobre tu espíritu caritativo, que sin saber festeja a la par y se vuelve cada vez más ajeno!
Instante, ¡no te conocen! Pero tampoco te sueltan para que sigas brillando por ti mismo.
Te dilatan, desgastando así tu alma que cada vez está más expuesta, que cada vez es menos tuya.
Pero cuando todo pase, lo que tu interior irradia —ese éxtasis— quedará vacío. Succionado por las impaciencias admiradoras, tu intimidad se habrá evaporado como neblina de verano. Tu vida pesará de nostalgia y tu esencia se escuchará con eco.
Para entonces ya será tarde.
Habrán ahogado la sustancia que moldea tu forma; tu luz se habrá apresado. Nunca serás el mismo, instante.
Ya no eres espontánea brisa.
Eras instante, ahora lejano recuerdo.
Antes propio, y ahora ajeno.
Corina Inés Chouciño (24)
Estudiante de Comunicación