Sed Contra 8

Por mera casualidad o voluntad del destino, en este nuevo número afluyeron a Sed Contra unos escritos particulares, que sus propios autores clasificaron como “inclasificables”. Se trata de breves cuentos y largas poesías. O nada de ambos. No son cuentos porque no tienen principio, desarrollo y fin definidos; y tampoco poesías porque no respetan métrica o rima alguna. Eso en cuanto a estructura.

En lo que respecta a este “inclasificable” en sí mismo, juega a dar “imágenes”, fotografías en movimiento que encierran ambientes y sensaciones. ¿Será que, en los tiempos que corren (porque si caminaran serían cualquier cosa menos modernos), la literatura refleja la supremacía del micro-tiempo, la frecuencia y lo frenético del inconcluso?

Más allá de responder tales interrogantes o indagar sus causas y consecuencias, estos aportes son exquisitos y, a raíz de su (supuesto) inocente florecimiento, queremos agasajarlos como un nuevo género que bautizamos “el fragmento”. Tal vez adelantándonos a las entidades pertinentes, nos animamos a sostener que se trata de escritos que rayan una idea de trama sin concretarla, apenas pinceladas que poco revelan, pero a las que nada les falta para ser completas.

Frente a ellos, la imaginación se dispara y cae en un trance que irradia más allá del momento de lectura, en el que cada lector completa la historia, la acción o el personaje; en definitiva, el sentido mismo de la obra. El fragmento es pasaje y paisaje: un breve momento del ser, un suspiro, un instante. Refleja, mejor que ningún otro género, lo etéreo pero insondable de la existencia. Las partes, en él, son todo.

Delfina Krusemann (23) y Soledad D’Agostino (21)
Agosto de 2008