Por Karina Coronado.
Sara nunca había sufrido tanto, nunca había estado tan cerca y tan lejos de sí. La intensidad y el claroscuro de su relación con Fred la habían dejado exhausta, perdida, inmersa en una horrible soledad. Tenía ganas de borrar todo aquello, de encontrar calma y declarar su paz.
En los estertores de su duelo, refugiada en la casa que habían soñado juntos, intentaba recuperarse, respirar nuevos aires, juntar fuerzas para cambiar de piel.
Había sido una noche interminable, agotadora, con penosos pensamientos que, invasores, se le instalaron en el corazón. Se durmió al alba, temblando de frío, llorando chiquito.
Se despertó cerca del mediodía, sintiéndose extraña y liviana. Estaba sola, sin él, sin su presencia abrumadora, sin la horrible pesadilla del ayer…
Era un día lleno de luz y el sol bañaba su habitación.
Un día para vivir a pleno, pensó, para olvidar el pasado y empezar de nuevo.
Corrió la cortina para encontrarse con el maravilloso cuadro de siempre. Era un augurio de paz y sosiego: se sonrió al ver las vacas pastando a lo lejos, se emocionó con el sauce y el arroyo y se sintió a salvo de los recuerdos.
Cantando, bajó las escaleras y se preparó un café. Abrió todas las ventanas, inundando la casa de colores nuevos, añorados y conocidos. La repetición de lo sabido la envolvió dulcemente y se sintió fuerte, y casi alegre.
«¡Por fin me liberé!», gritó.
Abrió la puerta y salió al día, contenta, segura, en armonía con el paisaje que la rodeaba.
Visitó su querido jardín, llenándose del perfume de la lavanda, deteniéndose a observar a un picaflor.
Corrió hacia el arroyo y se sentó en la orilla, sobre una piedra grande y sólida.
Se sacó las sandalias y metió los pies en el agua helada.
Cerró los ojos y soñó que estaba allí, en su querida morada. El burbujeo de la corriente la acunaba y los rayos del sol la llenaban de una nueva energía.
“Serendipity”, se oyó decir, “estoy a salvo, estoy en paz,”agregó. Su cara era una sonrisa ancha y plena.
«¡A salvo…!, ¿¿de quién, de qué?? ¿Dónde quedaba, entonces la excitación de lo inesperado? ¿Acaso iba a vivir su vida sin incertidumbre, sin pasión?
Entró a la casa y vio el piano… lo vio negro y amenazante, seguía ocupando mucho lugar. Se desharía de él lo más rápido posible…
Dio media vuelta y subió a tomar una ducha… Quería limpiarse la pesadilla de la noche anterior, frotarse hasta sacarse todo vestigio de dolor y terror. Buscaba claridad, belleza, seguridad, anclaje, paz.
Pasó lo que quedaba el día podando, sacando yuyos, emprolijando canteros, cortando leña para el fuego.
Al llegar el atardecer estaba exhausta pero feliz, ¡había logrado limpiar su jardín!
Con una sonrisa pintada y el sabor dulce de la tarea realizada se acercó a la casa. De pronto se paró en seco, su cara se distorsionó y una mueca de dolor y miedo se le instaló en el corazón.
Las notas del piano se escuchaban fervorosas y jubilantes, declamando la victoria y su pasión.
Estaba allí, de nuevo, perdido en el fragor de su intensidad, consciente del poder que emanaba de sus manos.
Se quedó paralizada con el corazón en llamas y la paz olvidada. Sintió el galope de sus latidos y el desasosiego la tomó por completo.
«¡¡¡Ya no más!!!» gritó, fuera de sí, «Por favor, ¡pará!», suplicó.
La tarde se volvió gris y el cielo se encapotó oscureciéndolo todo. Las notas sonaban cada vez más fuertes en una melodía encadenada sin visos de solución… Ella se tapó los oídos.
«¡¡No quiero escucharte!!», gritaba, «¡¡Dejáme en paz!! ¿¿No ves que me volvés loca??»
Él la miró, sonrió y continuó… Se sentía exultante y no quería, no iba a parar… una pasión desenfrenada le controlaba la mente, las manos el alma.
Afuera una tormenta acechaba y el aire pesado y denso la ahogaba… Cuando pensó que ya no podía aguantar más, unas gruesas gotas comenzaron a caer silenciosamente. Casi simultáneamente se escucharon las dulces notas de una querida canción… una canción conocida y muy amada… Él alivio de la lluvia y la dulce melodía la sosegaron y de repente se encontró completamente a gusto, disfrutando, embriagada, totalmente seducida por el hechizo de su música.
«No te vayas», susurró. «Por favor, no te vayas… y no termines más…»
Él miró hacia afuera y se sonrió una vez más. Sintió un tibio calor recorriéndolo todo, invadiendo su mente y sus manos, envolviendo su alma. Ya no era él; una fuerza se había apoderado de su corazón y una cálida presencia lo doblegó.
Desasosegado miró al jardín buscándola, pero no la vio. Impaciente, sus ojos recorrieron la sala deseándola, invocándola. Las notas se desgranaban suave y acompasadamente como llevadas por un mágico espíritu que él ya no podía controlar. «¿Dónde estás?» preguntó con un hilo de voz. «Por favor, decíme, ¿dónde estás?»
Entonces, mientras se le estrujaba el corazón y las lágrimas le nublaban los ojos, observó sus manos y la encontró…
Karina Coronado (50)
Profesora de inglés
Productora de eventos artísticos